Antes de las grandes
batallas entre las naciones balcánicas y el Imperio Otomano, como Kosovo, (segunda) del Maritza, Nicópolis o Varna, hubo otros
choques, menos célebres, menos decisivos, pero igual de importantes
para el futuro de la región. En 1363 los turcos tomaron Filipopolis
(Plovdiv) y los cristianos se prepararon para el contragolpe. El rey
húngaro Luis I el Grande se puso al frente de este intento de
cruzada, a la que se unieron los serbios, los bosnios y posiblemente
también los valacos. El ejército cruzado marchó hacia Edirne
(Adrianópolis) con inusitada velocidad, pero las debilidades humanas
dieron al traste con la misión. A dos jornadas de camino del
objetivo, las huestes acamparon a orillas del río Maritza y se
entregaron a la bebida y el desenfreno para celebrar el rápido
avance y la más que probable victoria. Entonces, en medio de la
noche, la caballería ligera otomana surgió de la nada, para
lanzarse en un certero ataque y desbaratar a las extramotivadas
tropas cristianas. Los supervivientes las pasaron canutas para huir
por el Maritza, que bajaba crecido aquella jornada, y poner a salvo
sus vidas. Entre ellos el propio monarca húngaro.
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Hace 14 horas
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