Nimaatre Amenenhat III (también
Amenemes III) reinó durante casi medio siglo, una época
caracterizda por la ausencia de conflictos, una intensa actividad
artística, una ingente labor constructiva y una fructífera (para la
corona) política interior. El gobierno de Amenenhat III estuvo
caracterizado por el absolutismo, un Luis XIV del Nilo. En ese
sentido acabó con los últimos monarcas hereditarios que aún
perpetuaban su poder en el Alto Egipto. No exageramos si escribimos
que su reinado, junto con el de su padre Sesostris III, marca el
cénit del Imperio Medio.
Las noticias sobre sus
actividades proceden de numerosas inscripciones halladas fuera de
Egipto, especialmente de la región del Sinaí. En esta zona explotó
las minas de turquesa y las de cobre y al sur, en Nubia, llevó la
frontera del imperio hasta la tercera catarata. Tuvo fluidos
contactos comerciales con Biblos, siendo adorado como dios en este
dinámico puerto. Sin embargo su obra más celebrada es la irrigación
de El – Fayum. Con esta empresa pretendía potenciar la riqueza
agrícola de la zona. En este enclave el farón diseñçp un
auténtico paraíso en la tierra.
Es otro lugar, el Fayum, a
80 kilómetros al sudoeste de El Cairo, lo que hizo popular a
Amenemhat III y le confirió la estatura de un sabio. Allí se
encontraba un lago salado de tales dimensiones que lo llamaban Pa-yom
(de donde proviene Fayum), «el mar». En el Imperio Medio los
soberanos decidieron transformar estos lugares, alimentados por un
brazo del Nilo, en una especie de paraíso terrestre donde se
dedicaban, según el título del poema, a los «Placeres de la caza y
de la pesca». Amenemhat III cuidó muy particularmente el desarrollo
de esta región, convertida en símbolo de la abundancia y de la
fertilidad otorgadas por los dioses. Al multiplicar los sistemas de
regadío, el faraón acrecentó la prosperidad de la provincia, que
ofrecía un gran contraste con las zonas desérticas. Benefactor del
Fayum, Amenemhat III fue venerado en esta localidad hasta la época
grecorromana, asociado al mismo tiempo al dios local, el cocodrilo
Sobek, que podía hacer surgir el sol del fondo de las aguas, y a la
corneja, pues este rey podía comprender la lengua de las aves.
Los Sabios del Antiguo Egipto.
Christian Jacq
Amenenhat III se hizo construir
dos pirámides para su enterramiento. La de Dahshur, saqueada por los
ladrones, muestra la pobreza ténica y de materiales de esta época.
En Hawara, cerca de El Fayum edificó la pirámide que albergaría su
sarcófago. Sin embargo lo más fascinante fue su templo funerario,
un auténtico laberinto, que los viajeros de la Antigüedad, entre
ellos Heródoto y Estrabón, compararon con el famoso laberinto de
Cnossos, en la isla de Creta.
En el paraíso del Fayum,
Amenemhat III añadió otra obra maestra: el famoso laberinto. ¿De
qué se trata? De un inmenso conjunto arquitectónico edificado en
Hawara, en el límite del Fayum, inspirado en el Imperio Antiguo. Un
vasto templo del valle, compuesto por múltiples patios y capillas
(el laberinto), una calzada que sube hasta el templo alto y una
pirámide de unos 60 metros, que incluye una cámara de resurrección
en la que se hallaban los dos sarcófagos, uno para el cuerpo mortal
del rey y el otro para su ser inmortal. Parece ser que Amenemhat
quiso recrear los monumentos de Saqqara concebidos por Zóser e
Imhotep. Este «laberinto» no era una trampa, sino una sucesión de
santuarios destinados a regenerar el alma real y a celebrar una
fiesta sin fin en compañía de los dioses. Pasajes en zigzag,
cámaras en esclusa, corredores misteriosos, cámaras secretas
convertían a este templo en un edificio mágico que asombró a
numerosos visitantes de la Antigüedad antes de su total destrucción
por los árabes. Amenemhat III ya no es más que una sombra. Con
todo, nos recuerda que el Imperio Medio, cuyos vestigios
arquitectónicos son más bien escasos, fue una época feliz en la
que los faraones, llenos de un ideal de sabiduría, dieron pruebas de
un notable impulso creador.
Los Sabios del Antiguo Egipto.
Christian Jacq