La Universidad es una de las
grandes creaciones de la Edad Media (una época menos oscura de lo
que muchos pretenden) y fue en Bolonia donde abrió sus puertas la
primera de todas, aunando esfuerzos profesores y estudiantes, unidos
por una desbordante pasión por el conocimiento. Las universidades
actuales han perdido mucho de ese espíritu de búsqueda.
Dos visitas fugaces a la ciudad
más destacada e influyente de Emilia Romagna me han brindado la
oportunidad de intuir su belleza de Bolonia, aunque también de
captar cierta sensación de abandono y decadencia, como si sus
mejores años hubiesen pasado ya, y fuese misión imposible
recuperarlos. Pese a todo Bolonia tiene historias que contar, de
etruscos y de galos, de papas y de emperadores, de estudiantes y
profesores.
Emilia-Romagna, en el centro de
la península italiana es un ancho pasillo a través del valle del Po,
que separa el Norte Alpino del Cálido Sur mediterráneo. La Pianura
Padana, o llanura del Po, de próspera agricultura es conocida como
el “frutero de Italia”.
Los galos de la tribu de los boios, atravesaron los Alpes, se precipitaron hacia la llanura y
cruzaron el río Po, llegando hasta la ciudad etrusca de Felsina. La
conquistaron, se asentaron en ella y cambiaron su nombre por el de Bononia. Y de ahí, Bolonia.
El Palazzo Archiginnasio fue la
primera sede de la Universidad de Bolonia, cuya facultad de medicina
gozó de gran prestigio durante el siglo XIV, especialmente en el
campo de disección y anatomía. Entre los ilustres personajes que
pasaron por sus aulas se cuentan Mateo de Acquasparta, Lanfranco de Canterbury , Hugo de Siena, Fernando de Loaces , Dionisio de Szecsi . .
. aunque personalmente me quedo con el ingeniero Giorgio Rosa, que en
los años '60 fundó la República Esperantista de la Isla de Rosa,
sobre una pequeña plataforma en aguas del mar Adriático.
Bolonia no pudo disfrutar de la
independencia y desarrollo autónomo de otras ciudades italianas como
Génova, Pisa, Siena, Florencia, Milan o Venecia, pues a mediados del
siglo XIV comenzó el largo dominio pontificio, que se prolongaría
hasta época de Napoleón. En los siglos siguientes se convirtió en
un importante centro cultural durante el Renacimiento y una de las
ciudades más populosas e importantes de los Estados Pontificios.
El rincón más bonito queda
enmarcado por la Piazza Maggiore y la Piazza de Neptuno, que se
encuentran prácticamente unidas, formando un enorme continuo de
espacios abiertos y edificios. Torres, palacios y callejones se
apiñan alrededor de esta zona del centro urbano, una impresionante
exposición de construcciones medievales y renacentistas. Los
edificios y monumentos más notables y conocidos los encontramos
aquí; las dos torres (Torre degli Asinelli y Torre Garisenda), el
Archiginnasio, el Palazzo de Accursio, la fuente de Neptuno y la
Basílica de San Petronio. Lo más genuino, quizás, sean sus arcadas
que parecen prolongarse más allá de los propios límites de la
ciudad.
|
Obra de Bandinelli expuesta en el Palazzo Vecchio. Clemente VII corona a Carlos V. |
En la basílica de San Petronio,
dedicada al obispo de la ciudad del siglo V, el papa Clemente VII
coronó a Carlos V. Corría el año 1530 y aún estaba fresco el
recuerdo (y la sangre) del Saco di Roma, acaecido tres años antes.
Los ánimos no estaban para celebrar fastos en Roma, así que se optó
por Bolonia. Durante su estancia en la ciudad Emperador y Papa se
alojaron en el Palaccio de Accursio. Esta fue la última ocasión en
que un Pontífice coronaba a un Emperador. Clemente VII, de nombre
secular Julio de Médici, era, como toda su familia, originaria de
Florencia, y en la ciudad toscana existe una bellísima escultura que
representa la coronación. La podemos ver en el Salón de los
Quinientos del Palazzo Vecchio.
Urbe
universitaria por excelencia, llena de estudiantes, alejada de los
circuitos turísticos, sus calles porticadas invitan a pasear, sus
aceras debajo de soportales, frescos en verano, seguros en invierno,
separan al viandante de carreteras y coches, configurando una entorno
muy agradable para pasear, una urbe dinámica y animada por las
típicas cafeterías, heladerías, pizzerias y trattorias. El entorno
y el conjunto de edificios que rodean la Piazza Maggiore son el
recuerdo en piedra de su pasado medieval, y actúa como un imán que
atrae hacia sí, a vecinos y visitantes, en una peregrinación
continúa que tiene como destino final beberse toda la belleza de
Bolonia.