86 Escipión somete al ejército a
ejercicios continuos.
Pero con todo, ni aun así
se atrevió a entablar combate hasta que los ejercitó con muchos
trabajos. Así que, recorriendo a diario todas las llanuras más
cercanas, construía y demolía a continuación un campamento tras
otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar,
edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo
todo en persona desde la aurora hasta el atardecer. Las marchas, con
objeto de que nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las
llevaba a cabo siempre en formación cuadrada y sin que estuviese
permitido a ninguno cambiar el lugar de la formación que le había
sido asignado. Recorría la línea de marcha y, presentándose muchas
veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los soldados
desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban
sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si
acampaban al aire libre, los que habían formado la vanguardia
durante el día debían colocarse en torno al campamento después de
la marcha y un cuerpo de jinetes recorrer los alrededores. Los demás,
por su parte, realizaban las tareas encomendadas a cada uno, unos
cavaban trincheras, otros hacían trabajos de fortificación, otros
levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el
tiempo de realización de todos estos menesteres.
87 Escipión se traslada junto a
Numancia. Su carácter previsor.
Cuando calculó que el
ejército estaba presto, obediente a él y capaz de soportar el
trabajo, trasladó su campamento a las cercanías de los numantinos.
Pero no estableció, como algunos, avanzadillas en puestos de guardia
fortificados ni dividió por ningún concepto a su ejército a fin de
que, en caso de ocurrir algún contratiempo en un principio, no se
ganara el desprecio de los enemigos, que, incluso entonces, ya los
menospreciaban. No llevó a cabo tampoco ningún intento contra
aquéllos, pues todavía estudiaba la naturaleza de la guerra, su
momento favorable y cuáles serían los planes de los numantinos.
Recorrió, en busca de forraje, toda la zona situada detrás del
campamento y segó el trigo todavía verde. Cuando hubo segado todos
estos campos, se hizo preciso marchar hacia adelante. Había un atajo
que pasaba junto a Numancia en dirección a la llanura y muchos le
aconsejaban que lo tomara. Manifestó, sin embargo, que temía el
retorno, pues los enemigos estarían, entonces, descargados y
tendrían a su ciudad como base desde donde atacar y a la que poder
retirarse. Y añadió: «En cambio, los nuestros retornarán
cargados, como es natural en una expedición que viene de recoger
trigo, y exhaustos, y llevarán animales de carga, carros y
vituallas. El combate será muy difícil y desigual; arrostraremos un
gran peligro, si somos vencidos, y sin embargo, en caso de vencer, no
obtendremos una gloria grande ni provechosa. Es ilógico exponerse al
peligro por un resultado pequeño y es incauto el general que acepta
el combate antes del momento propicio; bueno, en cambio, lo es el que
sólo se arriesga en el momento necesario». Y prosiguió, a modo de
comparación, que tampoco los médicos echan mano de amputaciones o
cauterizaciones antes que de fármacos. Después de haber dicho esto,
ordenó a sus oficiales que hicieran la ruta por el camino más
largo. Acompañó, entonces, a la expedición hasta el límite del
campamento y se dirigió a continuación al territorio de los
vacceos, de donde los numantinos compraban sus provisiones, segando
todo lo que encontraba y reuniendo lo que era útil para su
alimentación, mientras que lo sobrante lo amontonaba en pilas y le
prendía fuego.