Praça do Comercio,
porticada como las plazas castellanas, pero abierta al mar, al mágico
lugar donde el Tajo fenece en el interminable océano, centro del
comercio con las Indias Orientales, África y Brasil.
Viandantes europeos,
africanos y americanos confluyen en este hermoso lugar, refrescado
por el viento marino, emblema de una Lisboa cosmopolita, hermosa,
entrañable espacio de ensoñación, con el cielo sobre nuestras
cabezas, donde la vista se pierde en el horizonte azul, donde
despedimos a los aventureros, futuros descubridores, navegantes
intrépidos que en un momento determinado de la historia quisieron
agrandar el mundo.
Este espacio estuvo
ocupada a lo largo de doscientos años por el Palacio Real que fue
destruido en el devastador terremoto de 1755. La plaza actual fue
proyectada por el Marqués de Pombal.
Viriato, Nuno Álvares
Pereira, Vasco da Gama y el propio Marqués de Pombal, coronan el
arco por el que la Rúa Augusta desemboca en la Praça do Comercio.
La Praça do Comercio se
abre al océano Atlántico, de la misma manera que San Marcos vive a
orillas de la Laguna. Mientras los venecianos abandonaban
Constantinopla a su suerte, los marineros del infante don Enrique
buscaban nuevas rutas para llegar a las Indias, las maravillosas
tierras desde las que llegaban a Europa la seda y las especias. Medio
siglo antes que Cristobal Colón, los aventureros y exploradores
portugueses comenzaron las Era de los Descubrimientos. Lisboa se
convirtió en un puerto internacional al que arribaban naves
procedentes de todos los mundos posibles: América, Asia y África.
El café, la pimienta, el cacao o el tabaco comenzaron a llenar
almacenes y tiendas ultramarinos. De aquella época quedan algunos
platos en la cocina portuguesa, como las samosas, y especialmente el
gusto por el buen café; sus famosas bicas.
Hoy día la Plaza de
Comercio, en la orilla del Tajo, entre el Castillo y el Bairro Alto,
la Catedral y las ruinas del Monasterio do Carmo, con melodías de
fado y brisa marinera, siempre bulliciosos y alegre, recuerda
ricamente el esplendor comercial de Lisboa.
Un lugar que empieza a
ser cotidiano para mí.