Todo
depredador tiene una guarida, Drácula también. Ni Bran, ni
Hunedoara, ni la casa amarilla de Sighisoara. El auténtico hogar lo
encontró Vlad en la soledad y la quietud de los altos riscos de los
Cárpatos.
Abandonamos
Curtea de Argés bien temprano, a eso de las 7.10 de la mañana
(temprano desde el punto de vista de un español dormilón, pues hace
rato que clarea), y encaramos la carretera que sigue paralela el curso del
“rau Argés”, evocador y poético nombre. Una carretera rústica
en un estado aceptable. Tras una media hora de plácido trayecto
alcanzamos uno de los objetivos místicos de este viaje: las ruinas
de Poenari, el auténtico castillo de Drácula. 1480 escalones y 80
metros de desnivel nos separan del Nido del Dragón. Un reto
complicado y exigente, sin duda.
Justo
en el lugar donde comienzan los primeros tramos de escalera, se ha
instalado un camping de nombre típico (y lógico) el Camping
Drácula. Unos pocos metros más atrás se levanta un hotel
restaurante (con ciertos aires de resort rural), en el que la
bienvenida te la da una bizarra escultura metálica del Empalador. Es
la hora del desayuno y el hotel está hasta los topes de turistas
(rumanos y extranjeros), deseosos de participar en la romería
Drácula. Este Hotel La Cetatea (es decir, el Castillo) es un buen
lugar para tomar un café expreso antes de comenzar la ascensión.
El
pueblo rumano, inteligente como pocos, hace bien en aprovechar el
tirón mediático de Vlad III. Aunque como he señalado (y repetiré)
Rumanía tiene mucho más que ofrecer. Al final la figura del
voivoda-vampiro-empalador queda reducida (y devorada) a una simple
anécdota. Curiosamente Vlad III no es, ni mucho menos, el mejor de
los gobernantes de la Rumanía medieval. Eso sí, ha sido el único
en lograr la inmortalidad.
Cada
amanecer el dragón, después de pasar la noche surcando los cielos
en busca de alimento, encuentra refugio en su nido, encaramado en lo alto de una inaccesible roca, y protegido por un espeso bosque.
La
escalera es cómoda, pero dura. En el primer descanso – 453
escalones, apenas un tercio – las piernas arden, y pesan más de la
cuenta. El húmedo bosque, oscuro y vivo, dificulta el ascenso. Un
ejercicio intenso para piernas y corazones fuertes, llenos de
vitalidad. Rozando el escalón mil, las fuerzas flaquean. Venga un
poco más. El tramo final, con las piernas, y toda la musculatura,
calientes y el corazón a mil por hora, ha resultado más sencillo.
Robé la energía a otro excursionista y experimenté una
recuperación vampírica.
Se acaba el bosque, se hace la luz y se materializa ante nuestros ojos las ruinas del Nido del Dragón. Desde aquí se dominaba perfectamente el valle del Argés, un paso natural que comunica Valaquia y Transilvania.
Sudor,
sol y viento. Visitantes por doquier, es la romería Drácula, en su
etapa más dura. Pisamos las mismas piedras, que con seguridad, pisó
Vlad el Empalador. Este es el único y auténtico castillo de
Drácula. El único del que existen registros de la presencia de Vlad
III. Dos empalados de rostro inexpresivo nos reciben a la entrada de
la cetatea (ciudadela). Son un par de maniquíes bastante feos y mal
hechos.
La
subida (por estas escaleras) es una experiencia donde se van
alternando el cansancio y la lucidez, la fatiga y el vigor. Momentos
de desfallecimiento que son seguidos por minutos de explosión
física. Cuentan que los boyardos (y familiares) que no fueron asesinados durante el famoso banquete celebrado en Targoviste fueron
obligados a construir esta fortaleza. Sus ropas quedaron hechas
harapos, muchos morían despeñados y otros desfallecían mientras
acarreaban enormes piedras hasta la cumbre. A pesar de la crueldad,
me parece un castigo justo para los traidores. Especialmente para
aquellos que tienen las manos teñidas de sangre inocente.
Las
ruinas de castillo sobrecogen, alimentan la sensibilidad humana, un
lugar para la fantasía, el cuento y la leyenda, historias de
caballeros y princesas, terribles relatos de horror gótico. Este
castillo se ha convertido en un centro de peregrinación para rumanos
y extranjeros. La historia, la leyenda, la naturaleza, fusionadas en
un enclave de gran belleza para todos los sentidos, los físicos y
los mentales.
Poenari
es una fortaleza de pequeñas dimensiones, defendida por una reducida
guarnición formada por entre 5 y 7 soldados. En el castillo podemos
distinguir dos partes correspondientes a sendas fases constructivas:
El
donjón o torre del homenaje, data del siglo XIII, muy
probablemente durante el gobierno de Negru Voda.
Los
muros y las torres semicirculares fueron construidos en el siglo
XV, precisamente durante el gobierno de Vlad III.
Desde
un punto de vista arquitectónico, la Torre Central presenta
influencias transilvanas y los muros un estilo claramente bizantino.
La fortaleza original y la primera mitad de los muros están
fabricados con piedra, por su resistencia y durabilidad, mientras que
la parte superior se reconstruyó con ladrillos, con el objetivo de
configurar los huecos necesarios para la artillería. El único
asedio conocido que sufrió la fortaleza fue obra de los turcos en el
verano de 1462, y se puede fechar durante el gobierno de Radu cel
Frumos (hermanastro de Vlad).
Una
leyenda que leí una vez en el laberinto de Buda, que coincide (en
parte) con la maravillosa introducción rodada por Francis Ford
Coppola para su versión de Drácula (de 1992), cuenta que la esposa
de Vlad se encontraba en esta fortaleza cuando fue atacada por los
otomanos. Para evitar ser capturada por los invasores la princesa
decidió quitarse la vida lanzándose a las aguas del río.
Con
el tiempo esta fortaleza perdió protagonismo en las guerras contra
los otomanos, y después de 1550 fue abandonado. Un terremoto
destruyó la parte norte en el año 1915. La restauración actual
data del año 1972, durante la época de Ceaucescu.
Otro
reto superado con éxito. El sudor y el esfuerzo son la clave del
éxito. Ahora descender y dejar aquí un pedacito de nosotros para la
posteridad. Otros vendrán a pisar mis huellas impresas. No es el más
hermoso (su estado es totalmente ruinoso) pero si el más sugerente
de todo el arco carpático, la herradura montañosa, donde historia,
leyenda y literatura se funden en un todo indivisible. Alzo la vista
y sobre un lejano bosque, serpentea un río de argénteo caudal.