Si hay una época histórica que
despierte admiración, es el Imperio Antiguo. Este período se tomó
como referencia para el gobierno, la escritura, el arte y la
religión. Cuando Egipto se sumió en tiempos difíciles (que
quebraron la unidad del Imperio), los ojos de todos se volvieron
hacia esta primera época de gran esplendor y se intentó volver a
los orígenes.
La larguísima etapa histórica
que va desde la dinastía III hasta la VI, abarca más de 500 años.
En este período la monarquía alcanzó su máximo apogeo, y el
faraón, unificador del Alto y Bajo Egipto (y garante de esta unidad)
ya había surgido en tiempos anteriores, pero es a partir de la
dinastía III cuando aparece el faraón como centralizador del poder.
La capital del reino de Egipto se
ubicaba en Menfis, cerca de la cual se alzaban las necrópolis reales
de Saqqara y Guiza. La escritura, plenamente formada en las dos
dinastías anteriores, se convirtió en herramienta básica de los
funcionarios, aunque no se extendió hasta avanzado el Imperio
Antiguo. Esta época fue marco de muchos cuentos escritos en épocas
posteriores, que miraban hacia atrás en el tiempo con una mirada
apasionada y romántica.
Dyoser fue el creador del Imperio
Antiguo. Su reinado supuso cambios en las prácticas funerarias y en
las creencias religiosas, así como en las manifestaciones artísticas
y la arquitectura, con el paso del uso del adobe a la piedra. Surge
también la gran estatuaria para dar respuesta a la necesidad de
representar al difunto en el Más Allá, y a una moda estética. Los
personajes eran esculpidos de forma individual, en parejas o formando
triadas. Al principio únicamente eran esculpidos los faraones, pero
a medida que aumentaba la riqueza, los recursos disponibles, y sobre
todo el poder de los funcionarios, apareció un arte no oficial, que
se permitía más licencias y no era tan rígido.
Si nos centramos en el ámbito
religioso, en el Imperio Antiguo ya se conocía la mayoría de los
dioses que forman el panteón egipcio, que habían surgido en el
Predinástico, y es en esta época cuando se consolida el mito. Los
faraones de la dinastía IV se pusieron bajo la protección directa
del dios Ra, y se llamaban hijos de Ra en uno de sus títulos. El
faraón se identificó con el dios Horus, protector de la monarquía,
y empieza a cobrar fuerza y protagonismo el dios Osiris. Desde la
reunificación del Alto y el Bajo Egipto, Horus pasó a ser el dios
protector de la monarquía; en épocas posteriores el faraón en
épocas posteriores. Unos de los títulos del faraón era el de Horus
de Oro. En el serej donde se escribía el nombre del faraón aparecia
uno de estos dioses-animales.
Los principales textos religiosos
eran los Textos de las Pirámides, de raíces más antiguas (como
toda la cosmogonia y religiosidad nilótica) y se esculpían en las
paredes de las pirámides. Es ahora cuando aparecen las primeras
momificaciones, y a partir de la dinastía III se cambió el edificio
funerario del faraón, de la mastaba a la pirámide (construcción
que alcanza su apogeo en estos momentos), y del adobe a la piedra. El
derecho a disfrutar de la vida eterna en el más allá, privilegio
exclusivo del faraón, se fue extendiendo también a los
funcionarios.
Los propios egipcios
consideraban el Antiguo Imperio como la época afortunada de la
historia, la edad dorada en que su civilización alcanzó una gran
perfección. ¿Acaso la sociedad no está organizada en forma de
pirámide, con el rey, cúspide que irradia todas las cosas, y todo
el país que le sirve de base? Ya hemos visto que la historia
anecdótica de los faraones es prácticamente inexistente. Tienen un
único deber, una única pasión: construir, hacer templos para que
se rinda culto a los dioses y que éstos vivan en la Tierra. Egipto
es como un inmenso espacio en obras donde arquitectos, artesanos y
obreros conjugan sus esfuerzos para embellecer la «tierra amada».
No existe ninguna preocupación estética en esta empresa, no se
trata del arte por el arte: se construye para garantizar la
supervivencia del rey y de la nación. La llanura de Gizeh no es una
zona muerta, siniestra, donde reina la muerte y el infortunio. En
realidad, en este lugar se establece contacto entre el Más Allá y
la vida terrestre.
Christian Jacq
El Egipto de los Grandes
Faraones.
La vida cotidiana de la gente
humilde transcurria, como en este siglo XXI, en las orillas del río
Nilo. Los egipcios del Imperio Antiguo habían aprendido a observar
las inundaciones para proteger las cosechas. Por supuesto agricultura
y ganadería eran la base de la economía del país. El faraón era
el propietario de todos los recursos, y sus funcionarios se
encargaban de almacenar todo el grano en previsión de que, como
ocurrió en época de Dyoser, hubiese escasez de alimentos. Cuando se
retiraban las aguas, se delimitaban las parcelas de los campos de
cultivo y se plantaba el cereal. La dieta la complementaban con la
recolección de frutos. El alimento principal era el pan y la
cerveza, que se elaboraba con harina de trigo o de cebada. Cuando
llegada la cosecha, toda la familia iba a los campos, a recoger las
espigas.
Ya en esta época se documentan
contactos comerciales con el exterior, con expediciones a Nubia y al
Sinaí. También hubo una serie de conflictos armados en Palestina.
La maquinaria del Estado egipcio se mantenía gracias a un
funcionariado perfectamente estratificado, con el visir al mando de
todos ellos. El país estaba dividido en nomos, al frente de los
cuales había un funcionario denominado nomarca. Aunque al principio
se habla de una unión de nomos con el faraón, hacia finales del
Imperio Antiguo se declararon independientes, lo que originó la
desparición del Imperio Antiguo y el comienzo del Primer Período
Intermedio.