En
un altozano a orillas de un lago de plácidas aguas, lago Mälar, se
erige Sigtuna, la más antigua ciudad del Reino de Suecia, y uno de
los pueblos más bellos de toda Escandinavia.
Las
runas grabadas en monolitos, dispersos por toda la población, son
testigos mudos de sus larga historia.
En
el año 970, tras el abandono de Birka, se fundó la ciudad de
Sigtuna, de la mano de Eric el Victorioso, y de aquellos momentos
queda el trazado medieval de sus calles. Aquí fueron acuñadas las
primeras monedas de Suecia. En sus primeros tiempos de existencia, la
población se convirtió en sede de la corona y en un activo centro
comercial. En el siglo XII fue destruida por los guerreros de
Novgorod, y a pesar de ser reconstruida, nunca recuperó su
esplendor, y quedó eclipsada por otros núcleos como Kalmar, Upsala
o Estocolmo.
La
Stora Gatan, calle principal, tiene su origen en la Edad Media y a
ella abrían sus puertas comercios y talleres de artesanos. Desde
esta arteria se ramifican una serie de callejuelas. Unas suben hasta
Klockbacken, mientras otras descienden suavemente hacia el lago.
Su
ayuntamiento, coqueto y pequeño como una caja de cerillas fue
construido en 1700.
En
los alrededores del núcleo histórico nos encontramos con las ruinas
de varías iglesias, como S. Olaf, S. Lars y S. Per, fundadas entre
1100 y 1200. Todos estos templos se mantuvieron activos hasta la
Reforma protestante.
Estas
runas, situadas cerca de la iglesia de Santa María, se refieren a
hermanos de un gremio procedente de Frisia, mercaderes que se
asentaron aquí en Sigtuna.
Tranquila,
apacible, agradable y hermosa, muy hermosa. Ni las palabras, ni las
fotos, hacen justicia a la belleza fantástica de Sigtuna, un pueblo
de cuento. De esos cuentos que leíamos cuando éramos niños. Casas
de una planta con cubiertas a dos aguas de vivos colores, a orillas
de un animado lago con patos y gaviotas, rodeado de oscuros bosques.
Un
círculo de piedras que conecta el siglo XXI con el pasado de Sigtuna
y el acervo legendario de Escandinavia.