Pedro
Martínez de Luna, miembro de un poderoso linaje y natural de la
Corona de Aragón, consiguió la mitra papal con el nombre de
Benedicto XIII durante el destierro de Avignon, sucediendo a Clemente
VII. Precisamente Clemente VII había depositado su confianza en
Pedro Martínez de Luna, que le sirvió como legado pontificio
durante dieciséis años.
Pedro
de Luna como buen aristócrata dedicó su primera juventud a las
armas, tomando parte de la Batalla de Nájera, junto a Pero Lope de
Ayala, aunque pronto, cambió de tercio, bajó de la montura y se
colocó el hábito. Comenzó sus estudios y se doctoró en Derecho
Canónico en la Universidad de Montpellier, en la que además, fue
profesor. Desempeñó varios cargos eclesiásticos de creciente
importancia, hasta que en 1394 fue nombrado Papa de la obediencia de
Avignon, en pleno Cisma de Occidente.
Una
vez nombrado Papa, don Pedro de Luna no estaba dispuesto a
amedrentarse ante las continuas presiones de la Monarquía Francesa,
demostrando que no iba a ser tan manejable como sus antecesores.
Clemente VII durante varios años "compartió" papado con
la sede de Roma.
En
1389 Francia retiró su apoyo político y financiero a Avignon, y
procedió a bloquear la Sede Papal. En 1403, el Papa Luna consigue
huir de Avignon, después de resistir dos duros asedios, y tras refugiarse unos años en la corte napolitana,
termina recalando en la localidad castellonense de Peñiscola. Antes, Benedicto XIII sustrajo Peñíscola de la jurisdicción de la Orden de Montesa para ponerla bajo la protección de la Santa Sede.
El
Papa Luna, que había disfrutado de la opulencia de Avignon, tuvo que
mudarse de la enorme fortaleza palacio en la ciudad francesa, a un
pequeño castillo en la costa levantina. Fue declarado hereje y
antipapa. Incluso el papa "oficial" Martín V envió un
sicario para atentar contra don Pedro de Luna. Fracasó.
Benedicto XIII siempre mantuvo la convicción de la legitimidad de su elección, atestiguado en su testamento: "....teniendo a Dios como testigo, se que poseo legalmente el patrimonio de Cristo y herencia de la iglesia militante..."
Aunque
gozó de la protección de Alfonso V de Aragón, no volvió a poseer
influencia en la política de la época. En 1423, a los 96 años,
expiró su último suspiro, que una suave brisa arrastró por todo el
Mediterráneo. La leyenda afirma que aun vaga su sombra por los
torreones y estancias del castillo, proclamando a viva voz "el
verdadero papa, soy yo".
Para
entender la compleja personalidad de este Papa, nada mejor que
recorrer las salas, patios y torres del castillo-palacio de
Peñíscola.
En
la soleada costa de Castellón, encerrado en una jaula de oro,
viviendo en esta fortaleza de origen templario, don Pedro de Luna, se
convirtió en el Papa del Mar, poético apelativo que acuñó don
Vicente Blasco Ibañez.