Llegado el Miércoles Santo, a
eso de las tres de la tarde (la misma hora en que Jesús de Nazaret
murió en la cruz), la ciudad entera comienza a moverse al paso que
marcan los redobles de miles de tambores. Vecinos y vecinos, pequeños
y mayores se convierten en tambolileros por unas horas, y recorren
las calles en procesión al son de la percusión. Hellín es una
ciudad de tamaño medio (en realidad la segunda localidad más
poblada de la provincia), situada en la provincia de Albacete, entre
Murcia y la capital manchega.
El origen histórico de la ciudad
es incierto, aunque es probable que se la Iyyih que aparece en el
pacto de Teodomiro. Tras la conquista cristiana Hellín se integró
en el Reino de Murcia, y durante mucho tiempo sufrió los avatares de
su ubicación en la frontera con el Reino nazarí de Granada.
Hellín sigue siendo un lugar de
paso hacia el interior de la Mancha (cuando venimos desde Murcia o
desde Andalucía), y como tal dispone para el visitante de una
interesante oferta gastronómica, con gran variedad de bares,
restaurantes y terrazas. Con gran variedad de bares, restaurantes y
terrazas. Como muestra un botón: 22 Gastrobar Hellín.
Una ciudad 80% llana y un 20%
empinada. La parte alta, zona noble de la villa, esta coronada por el
ayuntamiento, ornamentado estos días para la Semana Santa, y la
parroquia gótica de Nuestra Señora de la Asunción, con una
imponente obra color tierra.
Cuando arranca la Semana Santa
Hellín se transforma en la ciudad del tambor. No se cuantas tiendas
relacionadas con el tambor y sus complementos pude contar. También
es un buen lugar para comprar una bota de vino.
En definitiva, una ciudad que no
entraba en mis planes, pero en la vida, y en los viajes (auténtica
metáfora de la vida), las circunstancias mandan: encontramos un buen
lugar para almorzar, y después de comer, nada mejor que caminar.
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En Hellín comencé mis caminos del Quijote. |