Kefrén, el hijo de Keops, fue
sin duda uno de los grandes faraones del Imperio Antiguo. Su complejo
funerario en la meseta de Gizeh es una obra colosal y un signo
inequívoco de la riqueza y prosperidad que disfrutó el país en
aquellos tiempos. Construyó la Segunda Pirámide de Gizeh, de
dimensiones ligeramente inferiores a la de su padre. Su nombre
Jaefre, significa Ra aparece.
Kefrén sucedió en el trono a
su hermano mayor Didufri y es conocido, además de por sus obras en
la meseta de Gizeh, por las estatuas suyas que se han conservado, sin
embargo no disponemos de mucha información sobre lo acontecido
durante su reinado. Documentos importantes como la Piedra de Palermo
o el Canon de Turín apenas dicen nada de su época. Manetón, que lo
llama Sufis lo coloca como el tercer soberano de la IV Dinastía y le
atribuye 66 años de reinado. Actualmente sabemos que no fue el
tercer faraón, sino el cuarto y que su reinado no debió durar mucho
más de 25 años. Según Heródoto, Kefrén fue continuador de Keops,
ambos tiranos detestables. En ese sentido, Kefrén siguió la
política absolutista de su padre, lo que le llevó a chocar con los
intereses del poderoso sacerdocio (esto explicaría la visión tan
negativa que nos transmite Heródoto).
Según Manetón. Kefrén,
cuyo nombre egipcio significa «Ra-cuando-se-levanta», reinó
sesenta y seis años. La crítica histórica actual solamente le
otorga veintiséis. De este faraón nos queda una estatua de diorita
que procede del templo del valle de su pirámide de Gizeh y que, a
nuestro entender, es la escultura más perfecta del arte egipcio. El
rey está sentado en su trono: está realmente vivo. La diorita, una
de las piedras más duras, no ha sido un obstáculo para que el
escultor consiga plasmar la potente musculatura del monarca. El
rostro refleja una completa serenidad. Es el símbolo más perfecto
de esa edad cierta en que el rey-dios es la garantía de la felicidad
en la Tierra. En la nuca de Kefrén se ha posado el halcón Horus que
protege al rey con sus alas desplegadas. Esta alianza entre el hombre
y el ave rapaz hubiera podido resultar desagradable, pero tiene un
gran poder de seducción. El dios halcón es la fuerza celeste que
vela por la institución faraónica. Al mirar ese retrato de Kefrén,
se comprende por qué los egipcios consideraban que las estatuas
sagradas eran algo animado, porque les abrían la boca durante los
ritos de resurrección. El nombre técnico del escultor es, en
egipcio, «el que da la vida», y no sobra razón para ello.
Christian Jacq
El Egipto de los Grandes
Faraones.
La
monarquía rinde culto al Sol. Delante de la Esfinge, que representa
al propio faraón Kefrén, se construyó un templo solar dedicado a
Keops, con 24 pilares, símbolos de la curva nocturna y diurna del
astro rey. En el interior de este templo de halló la estatua del
soberano que se conserva en el museo de El Cairo. Kefrén fue el
pimer monarca que adoptó el título de Sa-Re, es decir, Hijo de Re.
De esta forma el faraón se identifica con Re, pero a la vez es
también su hijo (un concepto que recuerda vagamente a la Santísima
Trinidad Cristiana). El monarca promovió su propio culto que terminó
confundiéndose con el culto de Re.
El reinado del faraón
Kefrén (~2472-2448 a. C.) supuso la consolidación del ordenamiento
interno del templo funerario real: un vestíbulo que daba acceso a un
peristilo por el que se entraba a la parte trasera del santuario,
compuesta por cinco hornacinas que contenían retratos del faraón,
almacenes y el sanctasanctórum, la parte más sagrada del santuario.
Breve historia de la vida
cotidiana del Antiguo Egipto.
Clara Ramos Bullón
El recinto
funerario de Kefrén es uno de los más enormes y complejos de toda
la Antigüedad. Comprende una pirámide, casi tan colosal como la de
Keops, un templo funerario adosado a ésta, una rampa, un templo en
el valle, una enorme esfinge con cuerpo de león y cabeza humana (¿su
propio rostro?) y un templo solar.