Fantasmas ocultos tras una
densa cortina de nubes, podrían hablarnos, pero hace más de una
vida que olvidaron quieres fueron cuando caminaban por estas tierras.
Montánchez es, esta mañana (Viernes 1 de Enero de 2016) el
escenario soñado por los novelistas góticos del siglo XIX. Aquellos
que llenaron de pesadillas millares de páginas, esos mismos, que sin
saberlo, fueron el origen del cine de terror. Si el irlandés Bram
Stoker hubiese sentido la tentación de viajar por tierras
extremeñas, habría levantado aquí el siniestro castillo de su
célebre criatura, el Conde Drácula. Estas mañanas invernales,
nubosas y grises, no son más que la prolongación de una larga
noche. Hace varias semanas que los vecinos del lugar, no escuchan el
canto del gallo.
Las nubes pasan raudas,
acariciando con cierta ternura, los viejos torreones, ajados por la
soledad, el frío y el sufrimiento. Encaramado en una de las laderas
del castillo queda enclavado el camposanto con vistas a la Sierra de
Montánchez. Aquí en Montáchez aprovechan los rigores del clima
para elaborar unos jamones de gran calidad, pero muy diferentes, de
otros jamones extremeños.
Las casas del pueblo,
levantadas con esfuerzo y cuidadas con cariño y esmero por sus
moradoras, desgastadas por el tiempo y la humedad (que pacientemente
se va alimentando de la piedra) se apiñan unas contra otras,
buscando protegerse de los violentos vientos que asolan la comarca.
La historia a veces se disfraza
de cuento o de leyenda, y así se transmite mejor de padres a hijas y
de abuelas a nietas. El origen de Montánchez se vincula con el
violento final de la poderosa Taifa de Badajoz. Los almorávides,
fanáticos soldados defensores del rigorimos y la pureza del Islam,
irrumpieron en la capital aftasí y degollaron a todos los miembros
de la dinastía reinante. Como ocurre tantas y tantas veces (una
historia repetida desde el alba de los tiempos), cuando acontece una
matanza de esta magnitud, un osado, tal vez simplemente afortunado,
consigue escapar y salvar la vida. El individuo en cuestión se
refugia en Montáchez y es capaz de resistir un tiempo, hasta que
iluminado, sabe Dios por que luz, decide convertirse al Cristianismo.
En 1230, Alfonso IX rey de
León, al frente de un ejército, del que formaban parte órdenes
militares y miembros de milicias concejiles, partió de Cáceres con
el objetivo de conquistar la histórica Mérida. Pare evitar dejar
enemigos a la espalda, ocupó Montánchez, antes de iniciar el asedio
a la capital emeritense. Posteriormente la Orden de Santiago tomó
posesión de la fortaleza y realizaron las reformas necesarias para
transformarla en la residencia de los comendarores de la Orden.
Otro pedazo de la historia de
las luchas (intestinas y/o políticas) entre moros y cristianos, o
entre moros de distintas facciones. Cadáveres de uno y otro bando
alimentaron al buitre y al cuervo, y fertilizaron esos ásperos
suelos. Las lluvias otoñales sacaban a la luz los desnudos huesos.
Montánchez, abigarrado, aposentado en el cerro, formaba parte, junto
a las monumentales Cáceres y Trujillo, de una línea defensiva
situada entre el Tajo y el Guadiana. Una frontera más artificial que
aquella que dibujan dichos ríos.
El Camposanto, la ciudad de aquellos que se cansaron de vivir, arranca de la misma roca de la que
nacen las murallas y los torreones de la fortaleza. Desde este
cementerio se pueden contemplar las ruinas de la historia (del pueblo
y del castillo), y las ruinas mismas de las almas humanas que yacen
bajo tierra ¿y sólo son enterrados los cuerpos?. Rodeado de tumbas
y rocas, torres y lápidas, es fácil imaginar al cuervo, al águila
o al buitre, precipitarse sobre un sepulcro, y llevarse consigo el
espíritu del difunto cuando levanta el vuelo y se eleva a los cielos
del más allá.
Después de abandonar el
castillo y descender de la cumbre, nada más reconfortante que
tomarse una copa de vino de pitarra y degustar el maravilloso jamón
local, en el típico Mesón Pitogordo.
Había encarado esta visita con
mucha ilusión, un viaje preparado durante mucho tiempo, y Montánchez
ha conseguido desbordar mis emociones y enaltecer mi pasión de poeta
errante y erudito vagamundo.