Desde el soleado puerto
de Helsikinki - Helsingfors fue su nombre original en lengua sueca –
destaca la blancura y claridad de sus edificios. Históricamente
Finlandia ha sido campo de batalla donde las potencias regionales,
Suecia y Rusia, han dirimido sus diferencias, y en ese contexto, los
suecos fundaron la actual capital finlandesa para tener una
proyección segura sobre el mar Báltico.
Gustavo Vasa, el
enérgico rey de Suecia, fundó Helsinki para hacer la competencia a
Reval (actual Tallin) y a la próspera Liga Hanseática. Hoy día es
una animada ciudad de preciosos edificios de Art Noveau.
Durante los primeros
años de su existencia Helsinki fue un enclave costero de escasa
importancia eclipsado por los centros comerciales tradicionales del
mar Báltico. No sería hasta la proclamación del Gran Ducado de
Finlandia, que Helsinki comienza su espectacular desarrollo. El
tiempo, la constancia y el bien hacer finé han convertido a Helsinki
en una capital de referencia en el Norte de Europa.
La catedral neoclásica
y la catedral ortodoxa, situadas una enfrente de la otra, se vigilan
mutuamente, y cuando pueden, se sisan los fieles.
Para muchos viajeros,
Helsinki es el puerto de entrada a Finlandia, para nosotros que
veníamos desde Inari, en Laponia, fue el puerto de salida.
Ecos del legendario pasado finlandés.
El mar es un elemento
que une a los pueblos. El Báltico lleva siglos poniendo en contacto
a daneses, suecos, finlandeses, rusos, polacos y alemanes. Pequeños
barcos surcan los canales y los brazos de mar, y comunican las islas
e islotes que configuran Helsikinki, la ciudad blanca del mar Báltico.
Me gusta más el entorno y el mar, que la propia ciudad. Demasiado
perfecta, demasiado moderna, para mi gusto le faltan tres o cuatro
siglos. No es (subjetivamente) la capital más hermosa de Europa,
pero resulta una urbe muy agradable, que cuenta con el encanto de los
eternos puertos de mar, y es el mejor lugar para degustar los
pescados de la región.
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