Entre
1775 y 1783 se desarrolló en Norteamérica la Guerra de
Independencia entre el disciplinado ejército inglés y las valientes
milicias de las colonias. La guerra estalló en 1775 y los sublevados
contaron con la valía de tres grandes figuras: Benjamin Franklin y
Thomas Jefferson, los ideólogos del movimiento, y George Washington,
brillante militar.
Durante
las primeras etapas del conflicto armado los colonos, en inferioridad
numérica y mal organizados, sucumbieron frente al poderoso ejército
británico, cuyos soldados eran conocidos como “casacas rojas”.
La falta de refuerzos, el desconocimiento del país y la táctica de
guerrillas empleada por los colonos dificulta la lucha de las tropas
metropolitanas.
En 1777
comenzó a cambiar el curso de la guerra. Con el apoyo de Francia y
España los colonos derrotaron al ejército británico en la batalla
de Saratoga. Las tropas coloniales fueron comandandas por Horatio
Gates.
Unos años
más tarde, 1781, se produce el choque (casi) definitivo. Un ejército
rebelde dirigido por George Washington, apoyado por tropas y por la
flota francesa, derrotó nuevamente a los británicos en Yorktown
(Virginia). Esta nueva victoria de los colonos ratificaron la derrota
de Gran Bretaña, que no tenía más remedio que claudicar y aceptar
la nueva situación.
En 1783 se
firmó el Tratado de París, en virtud del cual Gran Bretaña
reconocía la independencia de las Trece Colonias (en la práctica
significó el nacimiento de una nueva nación, Estados Unidos de
América). Por su intervención en el conflicto España recuperó
Menorca y Francia algunos territorios antillanos y africanos.
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