En el año 1300 Diego López V
de Haro, señor de Vizcaya, fundó en la orilla izquierda de la ría
de Nervión una población destinada a convertirse en un destacado
centro industrial, y en la urbe más poblada y cosmopolita de toda
Euskalherría.
Unos pocos años más tarde,
concretamente en 1315, el rey de Castilla Alfonso XI confirma la
Carta Puebla concedida por la señora de Vizcaya, María de Haro. A
partir de este momento Bilbao se convierte en puerto de embarque de
la lana castellana.
Los vascos vieron que el
comercio marítimo no era suficiente para colmar sus aspiraciones y
desarrollaron las ferrerías para abastecer de hierro las futuras
industrias. A mediados del siglo XV se redactó el fuero de las
Ferrerías de Vizcaya, que regula el proceso de producción,
transporte y comercialización del hierro. Las primeras ferrerías
utilizaban la fuerza motriz de los molinos de agua. La revolución
industrial permitió la introducción del carbón y la utilización y
posterior desarrollo de los altos hornos, que convirtieron a Euskadi
en uno de los primeros focos de industrialización española.
Los productos elaborados con
tesón en las ferrerías, además de aprovisionar los mercados
ibéricos, se exportaban al extranjero, consiguiendo fama en toda
Europa. El dramaturgo Shakespeare alaba sin rubor el hierro de Bilbao
en una de sus obras.
En los siglos bajomedievales
Bilbao desarrolla una importante actividad comercial, vinculada tanto
a la actividad minera de las ferrerías, como a la exportación de la
lana. También se importaban alimentos, textiles y manufacturas
varias. Los cereales llegaban de Francia, la sal de Aveiro en
Portugal y los textiles de Flandes e Inglaterra. Para mantener esta
situación privilegiada, los bilbaínos mantuvieron un duro pulso con
Burgos por el comercio de la lana y con los señores de la Tierra
Llana que pretendían controlar las rentables ferrerías vizcaínas.
Cuando Europa dejaba atrás la
Edad Media y poco a poco se iban imponiendo nuevas formas de
organización económica, el rey Fernando el Católico, en el ocaso
de su vida, concedió a la ciudad de Bilbao un Consulado propio, que
eliminaba la dependencia de los comerciantes bilbaínos con respecto
a Burgos.
Por otro lado los mercaderes
bilbaínos se habían agrupado para defender (con uñas y dientes)
sus intereses creando una Hermandad, “la Universidad de Capitanes,
Maestres de Nao y Mercaderes de la Villa de Bilbao. La cofradía
regulaba y controlaba todo el tráfico comercial que subía y bajaba
por la ría.
Las Siete Calles, el histórico
casco viejo de Bilbao, se arremolinan alrededor de la Catedral de
Santiago.
La catedral es la iglesia más
antigua de la villa, de hecho, ya existía en el momento de la
fundación de López de Haro.
La iglesia gótica de San
Antón, junto al puente del mismo y al Mercado de la Ribera, es el
templo más popular del centro de la ciudad.
Dos lobos, el viejo puente
medieval y la iglesia de San Antón forman el blasón de la ciudad.
La maqueta expuesta en el Museo
de Bilbao recrea el aspecto de la ciudad en el siglo XVI. Una visión
del núcleo primigenio, el recinto amurallado de las Siete Calles,
con las casas torre de las poderosas familias reforzando el
perímetro. El Puente, la Iglesia de San Antón y la Catedral se
revelan como los elementos más característicos del entramado
urbano.
El progresivo fortalecimiento
de Bilbao en el siglo XV, un tiempo en que se consolidó la
siderurgia vasca, la ciudad se desparramó más allá de las siete
calles amuralladas. En 1483 se autoriza la construcción del ensanche
de Santa María para adaptarse al crecimiento urbano.
La situación geográfica, las
ventajas fiscales, la libertad de comercio y el carácter de su
gente, fueron los factores que propiciaron que Bilbao se convirtiese
en el más activo centro del tráfico marítimo comercial entre la
Península Ibérica y los países del Norte de Europa. A través del
puerto, bien resguardado de temporales y piratas, y en naves
construidas en los reputados astilleros, capitaneados por expertos y
bregados pilotos se canalizó la exportación del hierro vasco y lana
castellana hacia los centros manufactureros de Flandes, Francia e
Inglaterra. De esta forma Bilbao se convirtió en una puerta abierta
a Europa.
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