Desde un principio, mucho
antes de la historia escrita, el ser humano encontró refugio en la
cueva. Mientras desarrollaba su cotidianidad, pronto dicha oquedad se
convirtió en un lugar mágico, centro de iniciación, en la que los
artistas supieron plasmar en sus paredes rocosas ese día a día pero
también ceremonias y rituales. Cuando el hombre pasó del nomadismo
al sedentarismo, dando nacimiento a la agricultura, ya poseía un
desarrollo de conciencia suficiente para usar el símbolo como
representación de sus conocimientos. Conceptos e ideas
trascendentes, culto a los muertos y una visión personal de cuanto le
rodeaba.
Pronto floreció el
Megalitismo. Dólmenes, menhires, cromlechs, sepulcros de corredor y
más tarde construcciones ciclópeas fueron el testimonio que nos
legaron. La importancia del culto a la piedra se pierde en la noche
de los tiempos. El propio Platón utilizó la caverna como arquetipo
cósmico y como símbolo ético y moral. Esa cavidad en las entrañas
de la tierra representaba el útero o la matriz materna. Para dicho
filósofo, la visión de la cueva era como la representación del
purgatorio donde la luz solo se percibe como reflejo y los seres solo
como sombras, esperando su conversión para la ascensión del alma
hacia el mundo de las ideas. Mircea Eliade, consideraba a la cueva
como una representación del yo interior y del yo profundo del
inconsciente, materialización del Regresus ad uterum.
A imagen del cosmos, el
suelo corresponde a la Tierra y su bóveda al Cielo. Para los
taoístas, la montaña sagrada de K'uenLuen, centro del mundo,
contiene una cueva secreta por la que se regresa al estado primordial
antes de la salida hacia el cosmos. En la arquitectura tradicional de
la India, cuando el templo se halla esculpido en la roca posee en su
interior un stupa, cuyo monumento posee a su vez en sus entrañas,
reliquias que son consideradas sagradas. La caverna de Abu Ya'qûb es
la caverna primordial, conocida en el esoterismo islámico como Tawîl
o regreso a la sustancia central. El Templo de Osiris en Egipto,
lugar conocido únicamente por los grandes iniciados, estaba tallado
también en la roca y formado por una gran sala que se abría a las
criptas subterráneas. Los propios esenios se reunían en una gran
cavidad en el interior de la montaña, en la que se encontraba una
gran mesa con asientos de piedra. Poseía dos entradas; una para los
iniciados y otra para los maestros. En las Escrituras, Génesis,
capítulo XXI, versículo 29, el moribundo Jacob ruega a sus hijos
para ser enterrado en la «doble cueva» del campo de Efron Hetheén.
Estos enclaves
iniciáticos eran el lugar del nuevo nacimiento y de la regeneración.
El adepto era recibido, moría en su vida material, abandonaba lo
sensible para salir completamente trans formado y lleno de una nueva
vida, la vida del iniciado. Era una transformación de conciencia,
una catarsis, una muerte simbólica y un renacimiento hacia un nuevo
estado del ser. Estas tradiciones ancestrales que se llevaban a cabo
por la vía de la tradición oral, pronto se vieron relegadas con la
imposición de la nueva religión imperante, el Cristianismo. El
culto a las piedras se vio combatido por el Concilio de Arles. A
pesar de la prohibición, el ser humano siguió con la tradición de
sus antepasados. Solo existían dos soluciones: destruir los
megalitos o recuperarlos para sí. Algunos fueron destruidos, pero
finalmente se optó por la segunda de ellas. Se esculpieron cruces,
se construyeron iglesias en sus cercanías e incluso encima de ellos.
Prueba evidente de su sacralidad.
Con el paso de los
siglos, ermitas, iglesias y catedrales, éstas últimas en época de
máximo apogeo de la Edad Media, conservaron en su iconografía
aquellos conceptos considerados secretos, ocultos, procedentes de
ceremonias, ritos e iniciaciones ancestrales que quedaban en la
memoria del acervo popular y que las nuevas imposiciones
eclesiásticas no lograron borrar con sus dogmas y credos. Los
templos venían a tener el mismo significado ancestral. El suelo
enlosado era la Tierra y las nervaduras, contrafuertes y demás
elementos arquitectónicos que sostenían la bóveda representaban al
Cielo.
Los lugares llamados
actualmente «de poder», en el que confluyen las denominadas fuerzas
telúricas y que estudia la moderna Geobiología, poseen una larga
tradición como enclaves sagrados en los que el hombre unía la
tierra con el cielo y que aparecen en todos los pueblos y culturas
del planeta. Pinturas y grabados de todos los tiempos han
representado esas fuerzas que el ser humano ha aprovechado para ir en
pos de su trascendencia y en las que erigió megalitos, templos, y
más tarde, con el paso de los siglos, ermitas, iglesias y
catedrales.
Corrientes de aguas
subterráneas, fuentes, manantiales, cuevas prehistóricas, castros y
un sinfín de asentamientos humanos se edificaron en estos enclaves o
en sus cercanías, aprovechando esas fuerzas de la Madre Tierra,
denominadas como las venas del dragón por el Feng Shui o Wouivres
por los celtas. Fuerzas que empiezan a ser investigadas actualmente y
con resultados sorprendentes.
Xavier Musquera. Ocultismo
Medieval.
Introducción.
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