La
Ilustración y el Despotismo Ilustrado en España tienen nombre
propio Carlos III. El monarca (hijo de Felipe V y que había sido rey
de Nápoles) depositó su confianza en una serie de ilustrados
reformistas como Campomanes, Floridablanca, Olvaide o Jovellanos para
poner en marcha un ambicioso proyecto renovador:
Se
potenciaron todos los sectores de la economía, establecimiento de la
fisiocracia en el campo español y la creación de fábricas
protegidas por el estado llamadas manufacturas reales.
Primeros
intentos de Desamortización: expropiar las tierras que no estaban
siendo explotadas. No se llegó a poner en práctica.
Se reformó
la educación que estaba en manos del clero. Pretendían generalizar
la educación y que fuera accesible a todos los sectores de la
sociedad, y combatir a la Inquisición, que seguía siendo una
infranqueable barrera para el progreso. Se crearon escuelas de
Primaria y se renovaron los estudios universitarios, hasta entonces
controlados por la Iglesia.
Se intentó
acabar con los privilegios de la nobleza y el clero. En este aspecto
lo más destacado fue la expulsión de los jesuitas de España.
Se fomentó
el contacto con las nuevas corrientes culturales y se desarrolló (o
al menos se pretendió) la investigación científica. Para ello se
fundaron las Sociedades de Amigos del País para potenciar los nuevos
saberes y difundir las ideas ilustradas.
“Los
acompañantes de Carlos III darían vida a un proyecto modernizador
que durante treinta años consumió las energías de la burocracia y
el pensamiento. Procedente de Francia, el despotismo ilustrado, forma
de gobierno por la cual un rey absoluto se rodeaba de una minoría
culta para proyectar las reformas encaminadas al progreso cultural y
material del país, irrumpía en la corte madrileña.
Una
oleada de expectación acompañaba la llegada a España de Carlos
III. La obra realizada bajo su tutela en el reino de Nápoles había
erigido al hijo de Felipe V en un monarca ilustrado a los ojos de las
clases más cultas y emprendedoras de España. Hombres de Estado, a
veces filósofos o economistas, a veces poetas, los ilustrados
españoles soñaban con sacar al país de su atraso y confiaban en
que el monarca se convirtiera en el ariete con el que derribar las
murallas del inmovilismo. En permanente conflicto con la Iglesia y
los tribunales de la Inquisición, Campomanes, Floridablanca,
Olavide, Cabarrús o Jovellanos creyeron encontrar en la monarquía
la palanca ideal para levantar España. Todos defendían una política
de reformas dentro de los márgenes del Antiguo Régimen. Nunca se
imaginaron, sin embargo, que el absolutismo por ellos defendido
acabaría siendo una rémora del tan buscado progreso”.
Historia
de España. De Atapuerca al Estatut. Fernando García de Cortázar.
A pesar de
la ilusión generada las políticas puestas en marcha por Carlos III
y sus consejeros dieron pocos resultados. No se consiguió una
reactivación significativa de la economía, nobleza y clero se
oponían a cualquier medida que afectase al mantenimiento de sus
privilegios. Las ideas ilustradas tampoco calaron en la sociedad,
pues muchos aspectos se contradecían con el absolutismo monárquico.
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