Después de
la larga velada (con exceso de vino) hoy debemos cubrir la distancia
que separa Hontanas e Itero de la Vega. Abandonaremos Burgos y nos
aproximamos a la Tierra de Campos palentina.
La jornada
es apasionante desde el punto de vista monumental, y es que, aunque
Hontanas es un núcleo pequeño, resucitado gracias, en gran parte, a
la Vía Láctea, al Camino de las Estrellas que encaran año, a año,
miles de peregrinos, la etapa por las que transitamos nos llevará a
históricos enclaves, llenos de la magia y el misticismo que busca
todo caminante.
La noche aún
no ha concluido cuando nos echamos a la calle. A estas horas aún no
hace calor. Los peregrinos que han caminado por estas tierras durante
el tórrido verano castellano, saben de la importancia de madrugar.
Salir de la cama antes de que hayan puesto las calles.
Las ruinas
del viejo monasterio de San Antón son el legado de otro tiempo, de
una lejana época en que el mundo era muy diferente al de hoy en día.
Un tiempo en que las órdenes religiosas tenían un gran protagonismo
en la vida cotidiana de hombres y mujeres.
Los
edificios en ruinas tienen un algo especial difícil de explicar y
mucho menos, expresar mediante la palabra. Las sensaciones que te
invaden cuando llegas a un lugar como este son de gran intensidad,
tienen algo de mágico, probablemente por su atemporalidad, pues
aunque su origen sea medieval, en pleno siglo XXI continúan en pie y
sigue asombrando a todos los caminantes que pasan por aquí.
Nada más
abandonar las ruinas se alza ante nosotros el cerro primigenio y el
castillo de Castrojeriz, que levita desde la altura contempla todo el
espacio que le rodea. A sus pies la magnífica colegiata de la Virgen del Manzano.
El Camino de
Santiago se convierte, a su paso por Castrojeriz, en su arteria
principal y en su calle más transitada.
Las vetustas
calles de Castrojeriz están llenas de simbología, como estas
calaveras que custodian el osario de una de las iglesias de la villa.
Caminante detente y medita con sosiego el mensaje críptico y
simbólico que nos dejaron los maestros constructores.
Abandonamos
la histórica localidad burgalesa y encaramos, con ánimo de corazón
y piernas, el duro ascenso al alto de Mostelares, una abrupta
elevación que rompe la monótona llanura castellana. En su cumbre
nos esperan las estrellas.
Antes de
comenzar la subida al Alto de Mostelares el caminante debe vadear el
río Odra, un afluente del Pisuerga.
Alcanzar el
Alto de Mostelares supone otro triunfo personal en el camino de
Santiago, y por supuesto, en el camino de la Vida.
Antes de continuar caminando, giramos la mirada, a lo lejos, Castrojeriz, que ya quedó atrás en este Camino.
El
prolongado descenso nos conducirá, pasito a pasito, a los campos
palentinos.
A orillas
del río emerge un albergue de los clásicos, de los de toda la vida,
el Hospital de San Nicolás de Puentefitero.
Tras pasar
Puente Fitero entramos de lleno en los poéticos Campos de Castilla.
Aquellos que pisó y escribió el poeta. Itero de la Vega, a escasos
kilómetros del río Pisuerga, nos ofrece cama para pasar la noche y
reposar el cuerpo.
Campos de
Castilla que acongojan el alma humana, y en ocasiones, con frío,
calor, lluvia, viento o nieve, quebrar los cuerpos. Tierras
incendiadas que se extienden hasta el más allá. Una tierra que
forjó la personalidad del pueblo castellano. Hidalgos y caballeros
de frontera que tuvieron que domeñar estas tierras.
La soledad
es la única compañera por estos lares. Una experiencia que te
curte, por muy mal que vayas, por pesadas que estén tus piernas y
quebrado el ánimo, siempre podrás alcanzar la meta. Como leí por
ahí no debes seguir el itinerario de los que te precedieron, pues
así estarás haciendo su camino, y no el tuyo.
La brisa y
los campos de cereal. Las amapolas crecen entre los trigales. ¿Qué
pajarillos viven y cantan en esos campos de cereal?. El paisaje lo es
todo. El caminante intenta mimetizarse con el entorno.

De estos encuentros, azares y
"coincidencias" está hecha la urdimbre de la historia, que
es como un tejido oriental, que, sólo vuelto del revés, nos revela
su trama, las invisibles puntadas que sostienen todo el entramado de
lo que vemos: los pobres ribazos, los alcores inhóspitos, las
tierras rojas u ocres, la grisura de otras, la jara, unas cuantas
encinas, el carrasco enano, aunque también de vez en cuando un
vallecillo y una fuente, chopos y álamos, o arboledas más tupidas
hacia el norte y más agua; pero aldeas abandonadas, de todos modos;
casa derruidas, la decrepitud del adobe, los soportales tristes, las
campanas ausentes y sus ojos como nichos del aire, la ingratitud de
un suelo, el inclemente y extremoso clima escaso en lluvia, las
cigüeñas y urracas, los grajos y el gorrión, la perdiz y la
liebre, el viñedo, los bosques de pinos o los olmos solitarios, los
castaños, robles y nogales; y el páramo. Y los hombres tal y como
la historia los ha hecho y deshecho. Pero, por debajo, esa
intrahistoria tensa: África y Europa que luchan y vencen o se
reconcilian, el entrame bélico o pacífico y osmótico de las tres
naciones, el sueño de locura de hidalguía y todas sus otras
huellas, marcadas o hundidas, perdidas o borradas en medio de las
condiciones socio-económicas que entorpecen o magnifican el curso de
la historia de los hombres: el morabito y Jorge Santayana, Juan de la
Cruz y el inquisidor Torquemada, Teresa de Jesús y don Manuel, de
Villaverde de Lucena; el platonismo de la Salamanca de Rojas o del
príncipe don Juan, y el pobre caletre del pegujalero, que apenas si
come y nadie sabe de dónde puede extraer el sentido de su dignidad
humana y un yo muy hipostasiado.
Guía Espiritual de Castilla.
José Jiménez Lozano.
En Itero de
la Vega encuentra el Caminante las vituallas necesarias para llenar
la panza y una cómoda cama para descansar y recuperar energías para
la siguiente jornada de camino.
Julio 2017