María
Teresa de Austria fue la única mujer en gobernar sobre los
territorios históricos de la familia Habsburgo. Archiduquesa de
Austria, Reina de Bohemia y de Moravia, y emperatriz consorte del
Sacro Imperio. Por su condición de mujer tuvo que defender con las
arma sus derechos legítimos para ceñir la corona. Accedió al trono
siendo muy joven y muchos enemigos, entre ellos Federico II el Grande
rey de Prusia, intentaron sin éxito arrebatarle la corona pues la
consideraban una rival débil. La joven reina no se amedrentó y
consiguió la victoria en la Guerra de Sucesión Austríaca.
María
Teresa encarna a la perfección el espíritu del Despotismo
Ilustrado: modernizó el ejército, mejoró la sanidad, limitó la
influencia de la iglesia, sometió los poderes locales al gobierno
central, impulsó las ciencias y se convirtió en mecenas de las
artes. Estamos ante una de las mujeres más influyentes del siglo
XVIII, que ante el asombro de todos (amigos y enemigos) demostró sus
cualidades de gran estadista. A su muerte, y tras cuarenta años de
reinado, María Teresa legó a sus súbditos un estado convertido en
potencia de primer orden.
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