Como un ojo que vigila
desde el cielo, el arco romano de Ocilis escudriña el Valle de
Arbujuelo que se abre a los pies de la ciudad y que se pierde en el
horizonte. Desde el cielo de Soria, Medinaceli, imponente villa
medieval que aún conserva parte de su traza romana, se enseñorea de
los Campos de Castilla. Tierras de historia y leyendas, el Cid
Campeador paseó por aquí pendones antes de dirigirlos a la
victoria.
En la villa quedan
vestigios de la ocupación humana durante la época celtibérica. Las
legiones romanas la utilizaron como campamento en su camino hacia la
inexpugnable Numancia y una vez pacificada la región construyeron
aquí una pequeña ciudad. Los árabes convirtieron Medinaceli en la
plaza más destacada de la línea defensiva del Duero. Se cuenta que
por aquí está enterrado el severo caudillo militar Almanzor. Tras
la conquista cristiana pasó de Señorío y Condado (1370) hasta que
los Reyes Católicos le otorgan el título de Ducado.
Típica plaza castellana porticada, remedo meseteño del ágora griega.
Plaza fuerte en la
frontera del Duero, una ciudad en el cielo, asomarse al lugar donde
terminan sus calles causa vértigo. Medinaceli vive al borde de un
precipicio, un abismo atemporal, una villa donde el tiempo se detuvo
(y a no ser por algunos hostales y restaurantes) allá en las
alturas, se negó a entrar en el siglo XXI. Centenarios edificios que
resisten a hostiles vientos, y una colegiata, que se acerca más que
ningún otro templo cristiano, a la morada celestial. Desde una
vertiginosa altura vigila las rutas que unen la Meseta Norte con la
Meseta Sur. Y además cuenta con la protección de los arcángeles de
los cielos.
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