Stefan cel Mare –
Esteban III de Moldavia “el Grande”, inteligente, astuto, osado y
sobradamente preparado, se ha convertido por derecho propio, en una
gigantesca figura de la historia de Rumanía. Parques, plazas,
calles, monasterios, cuadros, avenidas, colegios, estatuas,
monumentos...diseminados por todo el país mantienen vivo su
recuerdo. El príncipe Esteban convirtió Moldavia en un poderoso
estado, con capacidad suficiente para mantener su independencia.
Cuando su padre, Bogdan
II, fue asesinado (algo demasiado común en la época), Esteban, que
era poco más que un niño, se refugió en Transilvania bajo la
protección del poderoso clan de los Hunyadi, y allí coincidió con
otro exiliado con pedigrí, Vlad III. Pronto hicieron buenas migas y
juntos se empaparon de los complicados resortes del mundo de la
política, los entresijos de la vida cortesana y todo lo que debían
saber sobre el mundo marcial. Vlad y Esteban cabalgaron juntos
durante interminables horas y vagaron por indescifrables senderos en
pos de su destino. Esta fue una amistad fructífera para ambos.
En 1457 Vlad ofreció a
Esteban un considerable destacamento con los que poder asaltar
Moldavia y convertirse en príncipe con todas las de la ley. Laureado
general, consumado militar, vencedor en más de treinta batallas,
rodeado de molestos vecinos, defendió con éxito y pundonor su país,
deseado por húngaros, polacos y otomanos (y menos mal que aún no
habían llegado los rusos). Y con todos se las tuvo tiesas.
Interceptó y derrotó al ejército de Matías Corvino que se dirigía
a Moldavia con la intención de sentar en el trono a Petru Aron,
aniquiló a una peligrosa horda tártara y hacia 1471, invadió
Valaquia, le dio una paliza a Radu el Hermoso, secuestró a su mujer
y se llevó a su hija, María Voichita, para convertirla en su
esposa. El sultán Mehmet II cabreado con lo que le habían hecho a
su querido Radu, reclutó un gran ejército y lo lanzó contra
Moldavia para castigar la afrenta.
Entonces consiguió
Esteban consiguió el mayor éxito de toda su carrera militar.
Emboscó a sus hombres en las ciénagas y pantanos que rodean la
ciudad de Vaslui, y allí sorprendió al ejército de Mehmet II. La
batalla de Vaslui (1475) fue una de las peores derrotas que sufrieron
los otomanos frente a las armas cristianas. Este traspiés dejó muy
mermado al turco que detuvo por un tiempo su avance sobre Europa
Oriental.
A pesar del rotundo
éxito, Esteban sabía que el peligro otomano no había sido
conjurado, y decidió sustituir la espada por las palabras. Envió
misivas relatando la victoria a todos los estados cristianos,
incluido el Obispo de Roma, y explicando la necesidad de unir a toda
la Cristiandad para poder expulsar a los otomanos de Europa. Reyes y
príncipes miraron para otro lado y el papa se limitó a nombrar a
Stefan cel Mare, “Campeón de la Cristiandad”. Definitivamente el
espíritu de cruzada había muerto.
Por estas fechas, y tras
hacer las paces con el rey Matías, Esteban devolvió el favor a
Vlad, y le ayudó a recuperar su trono. Aunque el valaco no pudo ni
mantenerlo, ni conservar la cabeza sobre los hombros.
Cuando Esteban fue
plenamente consciente de su insuficiencia militar, con enemigos por
todos lados, volvió a recurrir a la diplomacia, y en 1486 firmó un
tratado con el sultán Bayaceto II. La autonomía de Moldavia a
cambio de un suculento tributo anual.
A pesar de las guerras y
la turbulencia política, el reinado de Esteban fue una época de
prosperidad y gran desarrollo cultural. Bajo su mandato se fundaron
numerosos monasterios – Putna, Voronet, Moldovita, Sucevita – y
mantuvo al clero ortodoxo de los estados ocupados por los turcos,
además de proteger los monasterios griegos del Monte Athos. Algunas
ciudades moldavas vivieron el mayor esplendor de su historia con
Esteban, como la capital Suceava, Radauti o Piatra Neamt, donde se
estableció ocasionalmente la corte principesca. Para defender sus
fronteras inició una política de reforzamiento de las fortalezas
existentes, como la de Tirgu Neamt o la Cetate de Scaun en Suceava.
Esteban murió en
Suceava y fue enterrado en el monasterio de Putna, donde descansa
eternamente junto a su María Voichita. Fue llorado largamente y
convertido en santo por la Iglesia Ortodoxa en el año 1992 (tras la
caída del régimen comunista). Si uno no es rumano no puede alcanzar
a comprender la dimensión de este personaje, algunos historiadores
románticos y nacionalistas, como Nicolae Iorga, han escrito
auténticos panegíricos sobre su extraordinaria personalidad, y
recientemente (2006) un progama de la televisión pública lanzó una
campaña para elegir al personaje más importante de la historia de
Rumanía. Votaron miles de espectadores y el vencedor fue Stefan cel
Mare.
Prudente cuando tenía
que serlo, empleaba el suplicio del palo con el enemigo, diestro con
la espada y locuaz con la palabra, y siempre presto para aprovechar
la oportunidad, Stefan cel Mare, en sus momentos de ensoñación, se
veía a sí mismo dirigiendo una cruzada y recuperando Constantinopla
para la Cristiandad.
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