En
un momento determinado (o indeterminado) del año 905 se produce en
Navarra el encumbramiento de Sancho Garcés I como rey del pequeño
reino. Los historiadores no tienen muy claro si su acceso al poder
fue un golpe de fuerza, o si Fortún Garcés, el legítimo monarca,
se retiró voluntariamente al Monasterio de Leyre.
Sancho
Garcés era el hijo de García Jiménez, hombre fuerte en época de García Íñiguez y Fortún Garcés, fundó la dinastía Jimena, como
linaje reinante, y muchos son los eruditos que lo consideran el
auténtico primer rey de Navarra, puesto que antes de él, dicho
reino se circunscribía a una pequeña comarca. Segundón de una
familia de señores y caballeros, hombre de frontera curtido en las
frecuentes lides típicas de las tierras de nadie, sus triunfos en el
campo de batalla lo convirtieron en el líder perfecto y el caudillo
militar de los magnates pamploneses. En su ascenso al poder contó
con el decisivo apoyo de Alfonso III de Asturias y Ordoño II de
León.
El
rey Sancho contrajo matrimonio con Toda, precisamente una de las
nietas de Fortún Garcés (hija de Onecca ) y con la inestimable ayuda
de Ordoño II, quien contrajo matrimonio en terceras nupcias con Sancha de Pamplona, una de las hijas de Sancho Garcés, obtuvo una brillante victoria sobre los árabes en San
Esteban de Gomaz, aunque después sufrieron la derrota de
Valdejunquera.
Decidido
a extender sus dominios, en 924 acometió la conquista de La Rioja,
expulsando a los Banu Qasi y tomando Nájera. Nuevamente combatiendo
con Ordoño II a su lado. Poco después Abderramán III se vengó
saqueando Pamplona. Aún así La Rioja Alta podía considerarse
dominada por los cristianos.
Una
tradición con aires de leyenda mantiene que el rey está sepultado
en las ruinas del castillo de Deyó situado sobre Villamayor de
Monjardín, una fortaleza que Sancho Garcés arrebató a los
musulmanes.
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