40 Catón llega a Emporión y obtiene una victoria.
Cuando Catón arribó a Iberia en el lugar llamado Emporion, se congregaron contra él los enemigos desde todos los lugares hasta un número de cuarenta mil. Él, a su vez, se tomó un cierto tiempo en ejercitar a sus tropas y, cuando se dispuso a trabar combate, envió de regreso a Masalia las naves que tenía e hizo comprender a su ejército que lo que había de temer no era el hecho de que los enemigos les sobrepasaran en número - pues siempre puede vencer el valor a la superioridad numérica -, sino el que no disponían de naves y que no existía otra salvación posible que la victoria. Nada más decir esto, entabló combate, tras haber animado a su ejército no, como otros, con la esperanza, sino con el temor. Cuando se llegó al combate cuerpo a cuerpo, iba de un lado para otro animando y arengando a sus tropas. Hacia el atardecer, como el resultado de la pelea era aún incierto y habían caído muchos de ambos bandos, corrió con tres cohortes de reserva hasta lo alto de una colina elevada para poder observar a un tiempo toda la acción. Y tan pronto como vio que el centro de sus líneas era el que se hallaba en una situación más comprometida, corrió en su ayuda exponiéndose al peligro y rompió las líneas enemigas con su acción y con sus gritos de aliento, y fue el primer artífice de la victoria. Después de perseguirlos durante toda la noche, se apoderó de su campamento y mató a muchos de ellos. A su regreso, los soldados le abrazaban y elogiaban como el autor de la victoria. Después de esto concedió un descanso a sus tropas y vendió el botín.
41 Estratagema de Catón para demoler todas las murallas de las ciudades a lo largo del Ebro.
Todos le enviaban emisarios y él les exigió otros rehenes, envió cartas selladas a cada una de las ciudades y ordenó a sus portadores entregarlas, todas, en un mismo día. El día lo fijó calculando el tiempo que aproximadamente tardarían en llegar a la ciudad más distante. Las cartas ordenaban a los magistrados de todas las ciudades que destruyesen sus murallas en el mismo día que recibieran la orden y, en el caso de que lo aplazaran, les amenazaba con la esclavitud. Éstos, vencidos recientemente en una gran batalla y dado que desconocían si estas órdenes se las habían dado a ellos solos a todos, temían ser objeto de desprecio, con toda razón, si eran los únicos, pero si era a todos, los otros también tenían miedo de ser los únicos en demorarse y, puesto que no había oportunidad de comunicarse unos con otros por medio de emisarios y sentían preocupación por los soldados que habían venido con las cartas y que permanecían ante ellos, estimando cada uno su propia seguridad como lo más ventajoso, destruyeron con prontitud las murallas. Pues, una vez que se decidieron a obedecer, pusieron el máximo celo en tener en su haber, además, una pronta ejecución. De este modo y gracias a una sola estratagema, las ciudades ubicadas a lo largo del río Ebro destruyeron sus murallas en un solo día, y en el futuro, al ser muy accesibles a los romanos, permanecieron durante un largo tiempo en paz.
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