De
repente, aparece un rey. Un personaje impresionante, hierático, con
la corona blanca delvAlto Egipto. Ya no se trata de un simple jefe de
clan, sino de todo un monarca. Esa corona es unvsigno que no engaña.
Su nombre es un enigma: está escrito con el jeroglífico del
escorpión cuyavlectura no está determinada. Por esta razón, se le
llama, para simplificar, el rey Escorpión.
Varios objetos están grabados
con su nombre, como una vasija de Tura y ofrendas encontradas en el
templo de Hieracómpolis, la Nejen de los antiguos egipcios. Pero el
documento esencial es una admirable cabeza de clava que procede
también del emplazamiento de Hieracómpolis y se conserva en el
Ashmolean Museum de Oxford. Es un objeto calizo y sirve de marco a
varias escenas en alto relieve que marcan la aparición de un faraón
en la historia. Las representaciones se distribuyen en tres bandas,
disposición típica del arte egipcio que aparecerá en todas las
épocas. En la banda superior se ven estandartes de provincias, así
como pájaros muertos —probablemente avefrías—, y arcos
suspendidos en los escudos que sirven para soportar los estandartes.
En esta sucesión de provincias se reconocen los símbolos del dios
Seth, un animal compuesto, y de Min, una figura muy extraña que se
cree que es un meteorito. Este «cómic», si se nos permite la
expresión, tiene una significación precisa. El rey Escorpión
muestra su soberanía sobre las provincias del Alto Egipto.
Encabezando sus tropas, ha vencido a las poblaciones simbolizadas por
las avefrías y por los arcos, sin duda habitantes del Delta y
nómadas que vivían en las fronteras de Egipto o en los oasis.
De esta manera, se evoca una
gran victoria del sur sobre el norte. De esta manera, aparece un
monarca de magnitud nacional que, sin embargo, es dueño solamente
del Alto Egipto. Hay que señalar que el rey Escorpión no se ha
hecho representar en esta escena que hace alusión a su conquista.
Solamente le encontramos en la segunda banda, en un contexto de paz y
de construcción. Ataviado con la corona blanca, con un faldellín de
ceremonia con un rabo de animal atado a la cintura y colgando por
detrás, sostiene una azada con sus dos manos y cava un canal. Frente
a él, un poco por encima de su rostro, una estrella de siete puntas
y un escorpión. Un portaestandartes precede al rey, probablemente
para anunciar al país la obra inaugurada por el monarca. Un
sacerdote lleva en un capazo la tierra que el faraón ha cavado. El
rey, figura central de la escena, es mucho más grande que sus
servidores.
Tamaño pequeño de los
servidores, tamaño colosal del monarca: esta simbología será
también una constante de la expresión artística de los egipcios.
No hay en esto nada de megalomanía, sino una voluntad de indicar las
diferentes naturalezas de los seres representados, entre el rey-dios
por un lado, y los humanos por otro. La misma regla se podrá aplicar
a los nobles poseedores de grandes terrenos, con una idea similar:
cuando el noble, sentado ante tres bandas donde trabajan los
múltiples gremios de su territorio, contempla la gente que está
bajo su responsabilidad, les protege con toda su grandeza. Su tamaño
y su grandeza garantizan, de alguna manera, su capacidad para dirigir
y velar a sus súbditos. Lo mismo sucede con el faraón. El rey
Escorpión se nos muestra, pues, mediante un acto ritual, un acto
fundacional.
Christian Jaqc
El Egipto de los grandes
faraones.
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