La expresión "hombre
cazador" halaga nuestros oídos. ¿Quién no preferiría que se
le comparase al león antes que al buitre? La caza tiene una imagen
más noble que el carroñeo y, a primera vista, también es más
provechosa. ¿Qué mejor modo de reafirmar nuestro éxito evolutivo
que describir como poderosos cazadores a nuestros antepasados
homínidos más primitivos? Muchos antropólogos coinciden en que el
comer la carne de grandes animales contribuyó a formar el entorno
físico y social donde se fueron seleccionando los rasgos que más
diferencian a los humanos de los primates. Pero, ¿era, aquel
alimento, adquirido mediante la caza o mediante el carroñeo? He aquí
un tema que encierra, quizá, no menos interés que cualquier otro de
los estudios de la evolución; tiene que ver, en efecto, con la
definición de la naturaleza humana. Por desgracia, la respuesta dada
por la hipótesis del "hombre cazador" se basa más en
prejuicios de índole sexual o de otro género que en el estudio de
restos fósiles y en la ecología del forrajeo (o búsqueda del
sustento). Nuestros antepasados eran mejores carroñeros que
cazadores. En las estaciones secas, los bosques de las riberas de los
ríos les procuraban refugio y las sobras de leones, leopardos y
otros felinos de diente de sable.
Adaptación de un texto de
R.J. Blumenschine y John A.
Cavallo.
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