VIDA Y COLOR 2
(Colección
de Cromos de 1968).
Las
tierras que bordean el mar Egeo y las numerosas islas que lo salpican
abandonaron la Prehistoria entre el tercer y el segundo milenio a.C.
Hasta ese momento todos esos territorios estaban habitados por
pueblos que desconocían el metal, utilizaban herramientas de piedra
pulimentada, poseían unos pocos animales domésticos y practicaban
una agricultura muy rudimentaria. Su entrada en la historia coincidió
con la llegada de grupos y tendencias culturales desde Oriente,
gracias a los fructíferos intercambios comerciales. La isla de Creta
se convirtió en la cuna de una civilización esplendorosa cuyos
destellos iluminaron los rincones más recónditos del mar
Mediterráneo. Los arqueólogos han desenterrado palacios en Cnossos,
Gurnia, Faistos y Mallia, cuya suntuosidad prueba el poderío
alcanzado por quienes los edificaron. A partir de estos vestigios
podemos entrever una civilización que se basaba en una economía
sólida, dirigida por los propios monarcas y administrada por un
gobierno perfectamente estructurado. La sociedad cretense fue de
gustos refinados, como vemos en las pinturas murales que se han
conservado, el deporte favorito de la aristocracia era una forma de
tauromaquia que consitía en saltar por encima de la res, volteando
el cuerpo con agilidad en el momento de producirse la embestida.
Las ciudades cretenses
fueron edificadas en la cima de las colinas de la isla. En la cúspide
se alzaba el palacio, morada del rey, de la corte y de los
funcionarios que trabajaban para la administración. Este palacio se
rodeaba de terrazas en las que se plantaban cipreses y olivas, y
contaba también con graneros para almacenar trigo. La población
artesana y mercantil vivía en casas de uno o dos pisos, agrupadas en
barrios que se desparramaban por la ladera de la colina. Las fachadas
de las casas eran muy simples y presentaban una decoración formada
porfranjas de colores oscuros. En cada área de la ciudad se
agrupaban los trabajadores de una profesión determinada (barrios de
campesinos, de mercaderes, de artesanos). El núcleo urbano estaba
cercado por un recinto de murallas, al exterior de las cuales, en la
llanura se extendían campos de cultivo, viñedos y olivares.
Conocemos muchos
elementos de la religión cretense, pero muy poco acerca de su
significado. Se han hallado numerosas figurillas de toros, imágenes
femeninas y hachas de doble filo. Lamentablemente desconocemos los
significados que los habitantes de la isla daban a tales
representaciones. Lo que si parece seguro es que los cretenses
adoraban a una diosa madre, de la cual dependía la fertilidad de los
campos y la continuidad de la especia humana. Se trataba de una
religión naturista propia de un pueblo de pastores y campesinos que
buscaban ganar el favor de un ser supremo y conseguir así la
prosperidad. En los ritos cretenses, el culto tenía un papel
fundamental la sacerdotisa, cuya imagen fue plasmada por pintores y
escultores de Creta. En la lámina podemos ver a una mujer que
realiza extrañas ceremonias empuñando en cada mano una serpiente,
animal que al igual que la paloma y el toro se consideraba sagrado.
El cretense, como el del
retrato, obligado por las circunstancias, llevaba una vida nómada y
aventurera. Gran parte de la población de la isla estuvo encuadrada
en el ejército real y tomó parte en numerosas campañas que
tuvieron por escenario los territorios del mar Egeo. Los griegos del
siglo V mantenían vivo el relato de sus gestas, Tucídides escribe:
“Minos es el personaje más antiguo conocido por la tradición.
Tuvo una flota poderosa con la que conquistó casi todo el mar que
hoy es grigo, estableció su dominio en las Cícladas y fundó
colonias en ellas, expulsó a los carios y puso como jefes de los
territorios conquistados a sus propios hijos. Trabajó con todas sus
fuerzas para purgar el mar de piratas y asegurar así la recogida de
sus impuestos”. El guerrero cretense, especialista en el combate
naval y la lucha en tierra firme, recorrió todas las islas egeas y
las sometió a la voluntad de su rey.
La talasocracia – o
dominio del mar – establecida por los cretenses les abrió todos
los puertos comerciales del antiguo Oriente y les proporcionó
pingües beneficios a través del fluido intercambio comercial de los
productos. Los navíos mercantes arribaban frecuentemente a los
puertos egipcios en la época del Imperio Nuevo, y a cambio de vino,
aceite, cerámica y metales labrados, los cretenses obtenían papiro,
vasos de alabastro, esclavos, plantas medicinales y objetos de adorno
personal, como collares, brazaletes o diademas con las que se
engalanaban las mujeres de la aristocracia.
La expansión cretense
alcanzó la península de los Balcanes, en la que acababan de
irrumpir una serie de pueblos procedentes del Danubio, que conocemos
por el nombre de Aqueos. Su asentamiento en estas tierras se
consiguió a costa de la destrucción de algunas ciudades, utilizando
para ello una nueva arma de guerra: el caballo. Hacia el 1800 a.C.
cretenses y aqueos compartían pacíficamente la isla de Melos, en la
que existían importantes yacimientos de obsidiana. La fusión entre
los recién llegados desde Grecia y la población cretense se realizó
poco a poco, pacíficamente. Los jinetes aqueos, divididos en
diminutos principados, reconocieron la soberanía cretense y
comenzaron a admirar los logros de su refinada civilización.
Como no podía ser de
otra manera, la coexistencia pacífica entre cretenses y aqueos no
fue duradera. Los recién llegados construyeron ciudades fortificadas
– como Micenas y Tirinto – y prepararon a toda su población para
hacer la guerra. La sociedad aquea estaba dirigida por una
aristocracia militar que vivía en palacios fortificados, que incluso
poseían un sistema de conducción de aguas. Los artesanos aqueos se
especializaron en el arte bélico, y consiguieron perfecionar la
espada, dando a su hoja mayor longitus y corte para que pudiera
utilizarse como estoque y como sable, y también crearon un poderoso
carro de guerra tirado por cuatro caballos. Estos dos elementos
dieron a los aqueos la superioridad militar suficiente para acometer
la conquista de Creta.
Las circunstancias
geográficas del mundo egeo obligaron a sus habitantes a
especializarse en las artes de la mar. La hegemonía cretense se basó
en una flota bien armada y pilotada por expertos marinos. Por otro
lado, en los puertos era necesaria la existencia de astilleros, donde
los carpinteros se dedicaban a construir y a reparar navíos
comerciales, de pesca y de guerra. Cada tipo de navío tenía
características especiales de acuerdo a su función: para el
comercio se necesitaban barcos con grandes bodegas, para la guerra
bajeles velocres y para la pesca pequeñas embarcaciones que
permitiesen fondear en las playas y adentrarse por los estrechos
pasos. Tras la destrucción de las ciudades cretenses, el
Mediterráneo se convirtió en un mar fenicio.
A través del arte
conocemos el aspecto que debían tener algunas ceremonias religiosas.
La lámina reproduce una procesión ritual celebrada en el palacio de
Cnossos. Un sacerdote que enarbola una palma abre la comitiva,
seguido de varios músicos semidesnudos, mientras el público se
agolpa en la terraza de palacio. La ceremonia tendría como finalidad
festejar la recogida de la cosecha de cereales o de aceitunas.
Homero, en la Ilíada describe una de estas ceremonias, a las que tan
aficionados eran los miembros de la aristocracia: “Los mancebos y
las vírgenes...de las manos cogidos danzaban y se divertían. Ellas
iban vestidas con telas sutiles de lino, y ellos con túnicas muy
bien tejidas brillantes de aceite; muy hermosas guirnaldas ceñían
las frentes de aquéllas, dagas de oro y tahalíes de plata llevaban
los jóvenes....”
El habitante de la isla
supo sacar el máximo provecho del mar que le rodeaba por todas
partes. La pesca fue una actividad económica de primer orden, en la
que se especializó buena parte de la población isleña. Se practicó
con redes, ya fuera en el litoral o en mar adentro, por medio de
embarcaciones de vela y remo, que formaban flotillas muy numerosas.
Todas las especies de peces que viven en el Mediterráneo fueron
capturadas por los cretenses que aprendieron a adobarlas o salarlas
en grandes tinajas, un sistema que aseguraba una conservación
prácticamente indefinida. En lugares poco profundos expertos
buceadores practicaban la pesca de esponjas.
En sus travesías los
barcos cretenses, dominadores del Mare Nostrum, eran seguidos de
cerca por bandas de delfines que brincaban sobre las olas mientras
esperaban los suculentos desperdicios que los marineros tiraban por
la borda. Este espectaculo de cetáceos voladores entusiasmó a los
navegantes, que quisieron inmortalizar la escena en los muros de las
casas. Los pintores cretenses elaboraron maravillosos frescos
policromos en los palacios, reproduciendo con maestría y fidelidad a
los delfines en su hábitat. Los delfines que decoran el palacio de
Cnossos siguen sorprendiendo por su dinamismo: el delfín en
movimiento, con su cola en forma de media luna, la aleta erguida
sobre el lomo oscuro y el simpático morro picudo. A los antiguos
cretenses estos frescos ejecutados con vivos colores sobre la pared
les tuvo que sugerir una imaginaria ventana abierta al mar.
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