La victoria en la Batalla de Kosovo (1389) fue letal para el sultán otomano, Murad I que murió allí mismo. Con el cadáver aún caliente de su padre, Bayaceto I se proclamó nuevo sultán del Imperio. Bayaceto, apodado el Rayo, fue un triunfante sultán, de trágico final; de los altares de la monarquía a besar el suelo como esclavo.
Bayaceto mató a sus hermanos para acceder al poder, instaurando una nueva tradición, una práctica que fue institucionalizada más tarde por Mehmet II. Una vez en el poder, Bayaceto I protagonizó una victoriaosa carrera militar, afirmando su intención de conquistar el Reino de Hungría, la Península Italiana y abrevar a su montura en el mismísimo altar de San Pedro en Roma. No obstante, su bravuconería no estaba reñida con sus excelentes capacidades para la guerra; completó la conquista de Asia Menor y destrozó a un gran ejército cristiano en la batalla de Nicópolis (1396), dejando prácticamente un pasillo abierto hacia el corazón de los Balcanes y la sensación de que Constantinopla corría más peligro que nunca. Pero quien a hierro mata, a hierro muere.
Obligado a enfrentarse a los mongoles en su frente oriental, que habían aprovechado la presencia de Bayaceto en Europa para arrasar Anatolia, fue derrotado en la Batalla de Angora por Tamerlán. Cuentan que Bayaceto murió encerrado por su captor en una jaula de hierro como una alimaña a la que han arrancado garras y colmillos. También se cuenta que Tamerlán lo utilizaba como apoyo para subir y bajar de su caballo. Y así pasó sus últimos días el victorioso Bayaceto, besando el suelo que pisaba el conquistador mongol.
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