El 8 de junio del año 793 de
nuestro Señor, cuando la primavera comienza a convertirse en verano,
un grupo de guerreros y marineros procedentes del frío norte,
peludos como animales salvajes y sedientos de vino y sangre,
desembarcaron en la pequeña islita de Lindisfarne al oeste de
Inglaterra. Castigaron con violencia a la desprevenida población y
arrasaron el monasterio a hierro y fuego, ante los horrorizados ojos
de los monjes, aquel fatídico día comenzó la Era Vikinga.
Algunos monjes fueron asesinados,
sin mérito ni contemplación, a sangre fría, mientras otros fueron
vendidos como esclavos para llenar los bolsillos de sus captores. Era
el preludio de una sanguinaria oleada de destrucción que arrasaría
Europa en los siglos posteriores. El rey de los francos, el insigne
Carlomagno estaba avisado del peligro que se cernía desde
Septentrión.
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