La alta
montaña es uno de los hábitats más duros del planeta y por tanto,
sus habitantes (relativamente escasos) tienen que desarrollar
habilidades y adaptaciones especiales para poder medrar bajo adversas
condiciones. Se calcula que las montañas cubren (aproximadamente) un
5% de la superficie terrestre, y a mayor altitud, más frío, más
viento y más aridez, y por contra menos oxígeno y suelos muy
pobres.
Las cadenas
montañosas están separadas por enormes distancia, son como pequeñas
islas, y sin embargo los animales que viven en ellas suelen parecerse
entre sí, ya que deben hacer frente a los mismos problemas. Las
diferencias más visibles, con respecto a las especies que habitan a
menor altitud son relativas al tamaño, el color y a la cronología
de reproducción. Los animales de las montañas, supervivientes
natos, deben enfrentarse a todos estos problemas y acostumbrarse a
vivir con menos oxígeno y un clima frío, seco y ventoso.
La primera
dificultad es adaptarse al frío. Aparecen insectos abundantemente
peludos, mientras que los mamíferos han reducido la relación entre
volumen y superficie de su cuerpo para evitar la pérdida de calor.
Los refugios situados bajo las rocas son usados frecuentemente por la
fauna. En esos lugares las variaciones térmicas son menores. Otras
especies se enfrentan a las bajas temperaturas de la misma manera que
lo hacen los animales polares: suelen ser grandes, gordos y cubiertos
con gruesas pieles – como el yak del Tíbet – o plumas. Muchas de
estas criaturas son menos activas que sus parientes de otras zonas.
La lucha
contra el viento. El aire en continuo movimiento azota las cumbre
peladas, los vientos soplan con fuerza debido a la ausencia de
obstáculos. Las aves han de ser fuertes, poderosas y con gran
envergadura, como la majestuosa águila real, para volar en estas
complicadas condiciones. Los insectos pierden las alas y las aves de
pequeño tamaño corren más que vuelan.
Pobreza de
oxígeno. Los animales han aumentado el número de glóbulos rojos en
sangre (responsables de la absorción y transporte del oxígeno) e
incluso algunos han conseguido ensanchar su corazón
(proporcionalmente más grande que el de los parientes del llano).
Las llamas andinas, por ejemplo, tienen la capacidad de tomar gran
cantidad de oxígeno en cada inspiración.
La comida es
también un problema. La nieve cubre, durante gran parte del año,
las plantas pequeñas. Los pocos herbívoros que sobreviven en este
medio afrontan esta circunstancia de modo parecido, algunos
descienden de la montaña en busca de comida mientras que otros la
recogen y la almacenan con antelación. A los carnívoros no les
queda más remedio que actuar de la misma manera. Debido a la
dificultad para encontrar alimento, muchas especies de montaña son
escasas, como los osos, los gorilas o los leopardos de la nieve.
En las
montañas españolas podemos encontrar a la perdiz nival, el
urogallo, el águila real, el quebrantahuesos, el treparriscos o el
búho, bajo las rocas marmotas y musarañas aplinas, sin olvidar a
los consumidores primarios, los fictófagos, el rebeco y la cabra
montés, y al ganado doméstico compuesto por vacas y ovejas. El
nivel de los omnívoros tiene en el cuervo a su máximo
representante, y entre los depredadores ocupa un lugar destacado el
lobo.
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