El
Ares tracio ama la batalla por sí misma y su hermana Eris provoca
constantemente ocasiones para la guerra mediante la difusión de
rumores y la inculcación de celos. Como ella, él nunca favorece a
una ciudad o una facción más que a otra, sino que combate en este o
en aquel lado según la inclinación del momento y se complace en la
matanza de hombres y el saqueo de ciudades. Todos sus colegas
inmortales le odian, desde Zeus y Hera para abajo, con excepción de
Eris, Afrodita, quien abriga una perversa pasión por él, y el voraz
Hades, quien acoge de buen grado a los jóvenes y valientes
combatientes muertos en guerras crueles.
Ares
no siempre salía victorioso. Atenea, guerrera mucho más hábil que
él, lo venció dos veces en combate. En una ocasión los hijos
gigantes de Aloco lo derrotaron y mantuvieron prisionero en una
vasija de bronce durante trece meses, hasta que, medio muerto, lo
puso en libertad Hermes; en otra ocasión Heracles le hizo huir presa
del pánico al Olimpo. Sentía un desprecio tan profundo por los
pleitos que nunca se presentó ante un tribunal como demandante y
sólo lo hizo una vez como acusado, cuando los otros dioses le
inculparon del asesinato voluntario de Halirrotio, hijo de Posidón.
Se justificó alegando que había salvado a su hija Alcipe, de la
casa de Cécrope, de ser violada por dicho Halirrotio. Como nadie
había presenciado el incidente, excepto el propio Ares y Alcipe,
quien, naturalmente, confirmó la declaración de su padre, el
tribunal lo absolvió. Esta fue la primera sentencia pronunciada en
un juicio por asesinato; a la colina en que se celebró la causa se
la llamó Areópago, nombre que todavía lleva.
Robert Graves.
Los Mitos Griegos.
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