Recesvinto acaba de morir
y alrededor de su lecho se reúne la nobleza visigoda. Es necesario
elegir a un nuevo monarca. La mayoría se decanta por Wamba, pero el
veterano soldado se niega. Uno de los nobles desenvainó su espada y
apoyó la punta sobre el abdomen del candidato forzado, mientras
advertía, “de la sala mortuoria de Recesvinto saldrás convertido
en rey o muerto”. Ante la funesta perspectiva Wamba aceptó.
Wamba se convirtió en
rey a una edad avanzada y no se esperaba mucho de él (simplemente
era un candidato de consenso). Sin embargo protagonizó un reinado
enérgico, uno de los más brillantes de la historia visigoda. Lo
primero que tuvo que hacer es enfrantarse a una revuelta de los
vascones en el Valle del Ebro, y resolutivo, él mismo se puso al
frente del ejército. Casi de inmediato también tuvo que afrontar
una rebelión de los levantiscos nobles de las provincias del noreste
liderados por el traidor Paulo.
Este monarca intentó
aumentar el poder de la corona en detrimento de la nobleza y claro
los señores se encabritaron. Uno de ellos urdió un inteligente
plan. Le proporcionó a Wamba una bebida narcótica y el rey cayo en
un profundo sueño. Rápidamente se anunció la inminente muerte del
rey, se le realizó la extrema unción, se le colocaron los hábitos
y fue tonsurado. Recuperada la conciencia Wamba comprendió que nunca
podría volver a se rey, la ley visigoda prohibía reinar a cualquier
persona que hubiese tomado los hábitos.
Resignado, el buen rey
Wamba se retiró al monasterio de los Monjes Negros de Pampliega
(Burgos) donde aún pudo disfrutar varios años de vida. Su muerte
marcó el inicio de la decadencia del reino visigodo.
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