Hace
unos 2.500 millones de años se inició el Proterozoico, literalmente
“el tiempo de la vida inicial”, el tercero de los grandes eones y
el último del Precámbrico. En el ambiente cálido y hasta cierto
punto agradable, que se había apoderado del planeta, las primitivas
células que habían surgido en la época anterior (2.700 m.a.)
continuaron su imparable carrera por dominar el planeta,
multiplicándose, y asociándose para formar organismos más
complejos; células eucariotas y seres pluricelulares. Al tiempo, la
corteza continua con su enfriamiento, los mares y océanos se van
estabilizando y la atmósfera comienza una profunda transformación.
Las
cianobacterias realizaban la fotosíntesis, expulsaban oxígeno al
aire y provocaron un cambio radical y decisivo en la atmósfera
terrestre; se estaba preparando el escenario ideal para que la vida
pudiese abandonar definitivamente las aguas.
Hacia
650 m.a. Todas las tierras emergidas se encuentran unidad en un
gigantesco supercontinente, Pangea. Al final del eón irrumpen los
seres pluricelulares, marcando el comienzo del Fanerozoico y bajando
el teón del eterno precámbrico. Esta primera gran explosión de la
vida se conoce como periodo Ediacárico.
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