El 14 de Octubre de 1066 se enfrentaron en Hastings el rey anglosajón Harold II y el duque de Normandía William the Conqueror. En los momentos previos al trascendental combate, el juglar Taillefer, para enardecer a las tropas normandas, recitó los versos que cuentan la heroica resistencia y la dramática muerte de Roldán, el paladín franco emboscado en la batalla de Roncesvalles.
Locura fuera -responde
Roldán-. Perdería por ello mi renombre en Francia, la dulce. Muy
pronto habré de asestar recios golpes con Durandarte. Sangrará su
hoja hasta el oro del pomo. Los viles sarracenos vinieron a los
puertos para labrar su infortunio. Os lo juro: a todos les espera la
muerte.
El
Cantar de Roldán – Chanson de Roland – es el Cantar de Gesta por
excelencia, obra fundamental de la literatura francesa y también uno
de los más hermosos. La base histórica es la emboscada que el
ejército de Carlomagno sufrió en el desfiladero de Roncesvalles a
manos de los vascones. Pero esto es poesía y romance no historia
bélica para llenar viejos manuales, es la novelización de una
campaña militar. Tres siglos separan la acción narrada del texto
escrito (podemos establecer un paralelismo con la Guerra de Troya y
la Ilíada), la tradición oral se encargó de dar forma a la versión
definitiva, adornó, deformó, exageró, olvidó unos detalles e
inventó otros, y la batalla acabó convertida en un excelso poema, y
la historia quedó como algo meramente residual.
Altos son los montes y
tenebrosas las quebradas, sombrías las rocas, siniestras las
gargantas. Los franceses las cruzan ese mismo día, con grandes
fatigas. Desde quince leguas de distancia, se oye el ruido de la
marcha de las tropas. Cuando llegan a la Tierra de los Padres y
avistan Gascuña, dominio de su señor, hacen memoria de sus feudos,
de las jóvenes de su patria y de sus nobles esposas. Ni uno de ellos
deja de verter lágrimas de enternecimiento. Más aún que los otros,
se siente pleno de angustia Carlos: ha dejado en los puertos de
España a su sobrino. Lo invade el pesar y no puede contener el
llanto.
Los
vascones se convirtieron en sarracenos y se introducen dos pulsiones
muy humanas, la traición y la venganza. Los francos son atrapados en
el Pirineo por la traición de Genalón y tras la muerte de Roldán,
el emperador Carlomagno se tomará justa venganza matando al emir
musulmán en combate singular. De esta manera, el Cantar de Roldán,
se nos muestra como un episodio más de la lucha eterna entre
Cristianismo e Islam, Occidente contra Oriente, y el Bien contra el
Mal.
Os lo voy a decir -responde
Ganelón-. Partirá el rey hacia los mejores puertos de Cize; dejará
su retaguardia a sus espaldas. Con ella quedará el poderoso conde
Roldán y Oliveros, en quien tanto confía éste, al mando de veinte
mil franceses. Enviadle cien mil de los vuestros para darles la
primera batalla. Las huestes de Francia hallarán gran quebranto,
aunque también habrán de sufrir los vuestros, no lo niego. Mas
entablad luego la segunda batalla: ya sea en la una o en la otra, no
habrá de salvarse Roldán. Habréis llevado a cabo, entonces, una
gran proeza y nunca en vuestra vida volveréis a tener guerra.
El
autor o, mejor dicho, autores, dibujan a los protagonistas de la
trama. En palabras de Riquer-Valverde: “El acierto estriba en que
los tipos del cantar están matizados de tal suerte que se advierte
su humanidad y no quedan relegados a la categoría de paradigmas de
virtudes y vicios”.
El emperador se halla en un
gran vergel: junto a él, están Roldán y Oliveros, el duque Sansón
y el altivo Anseís, Godofredo de Anjeo, gonfalonero del rey, y
también Garín y Gerer, y con ellos muchos más: son quince mil de
Francia, la dulce. Los caballeros se sientan sobre blancas alfombras
de seda; los más juiciosos y los ancianos juegan a las tablas y al
ajedrez para distraerse, y los ágiles mancebos esgrimen sus espadas.
Bajo un pino, cerca de una encina, se alza un trono de oro puro todo
él: allí se sienta el rey que domina a Francia, la dulce. Su barba
es blanca, y floridas sus sienes; su cuerpo es hermoso, su porte
altivo: no hay necesidad de señalarlo al que lo busque.
Roldán
es el héroe, un joven guerrero algo tozudo. La temeridad le conducen
a una muerte segura al luchar contra un enemigo superior y considerar
un acto de cobardía pedir ayuda al emperador. Olivero, amigo y colega de armas de
Roldán, valiente y sensato. “Rollant est proz e Oliver est sage”.
Roldán es esforzado y Oliveros
juicioso. Ambos ostentan asombroso denuedo. Una vez armados y
montados en sus corceles, jamás esquivarían una batalla por temor a
la muerte. Los dos condes son valerosos y nobles sus palabras.
Ganelón
es el padrastro de Roldán y el traidor que condujo al ejército
franco hacia el desastre. A pesar de todo no es una persona ni vil ni
cobarde.
Y el conde Ganelón se siente
penetrado por la angustia. Retira de su cuello las amplias pieles de
marta, descubriendo su brial de seda. Sus ojos son veros, su rostro
altivo; noble es su cuerpo y su pecho amplio: tan hermoso se muestra
que todos sus pares lo contemplan.
Carlomagno
es el soberano supremo de la Cristiandad, protegido permanentemente
por Dios, su señor feudal.
Buen motivo tengo para
maravillarme -añade el infiel-. Carlomagno es viejo y blanca su
cabeza; en mi opinión, debe tener más de doscientos años; por
tantas tierras ha llevado a la lucha su cuerpo, ha recibido tantos
tajos y lanzazos, tantos opulentos reyes se han convertido por su
culpa en mendigos, ¿cuándo se cansará de guerrear?
Nunca -responde Ganelón-,
mientras viva su sobrino. No hay hombre más valeroso que Roldán
bajo el firmamento. Y también es varón esforzado su amigo Oliveros.
Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con
veinte mil caballeros. Carlos está bien seguro, no teme a ningún
ser viviente.
El
arzobispo Turpín es una clérigo que lucha como el más valiente de
los soldados. Muere poco antes que Roldán.
Por otro lado, he aquí que se
acerca el arzobispo Turpín. Espolea a su caballo y sube por la
pendiente de una colina. Interpela a los franceses y les echa un
sermón:
-Señores barones, Carlos nos
ha dejado aquí: Por nuestro rey debemos morir. ¡Prestad vuestro
brazo a la cristiandad! Vais a entablar la lucha; podéis tener esa
seguridad pues con vuestros propios ojos habéis visto a los
infieles. Confesad vuestras culpas y rogad que Dios os perdone; os
daré mi absolución para salvar vuestras almas. Si vinierais a
morir, seréis santos mártires y los sitiales más altos del paraíso
serán para vosotros.
Alda
es la novia de Roldán, que cae fulminada al conocer la muerte de su
amado.
Pierde el color y cae a los pies de Carlomagno. Ha muerto al
instante; ¡Dios se apiade de su alma! Los barones franceses no
escatiman por ella llanto y lamentaciones.
El
momento más dramático del cantar es cuando Carlomagno descubre el
desastre y se siente culpable por no haber estado allí luchando
junto a sus hombres.
Ha muerto Roldán; Dios ha
recibido su alma en los cielos. El emperador llega a Roncesvalles. No
hay ruta ni sendero, ni un palmo ni un pie de terreno libre donde no
yazca un franco o un infiel. Y exclama Carlos:
-¿Dónde estáis, gentil
sobrino? ¿Dónde está el arzobispo? ¿Qué fue del conde Oliveros?
¿Dónde está Garín, y Gerer, su compañero? ¿Dónde están Otón
y el conde Berenguer, dónde Ivon e Ivores, tan caros a mi corazón?
¿Qué ha sido del gascón Angeleros? ¿Y el duque Sansón? ¿Y el
valeroso Anseís? ¿Dónde está Gerardo de Rosellón, el Viejo?
¿Dónde están los doce pares que aquí dejé? ¿De qué le sirve llamarlos,
si ninguno le ha de responder?
-¡Dios! -dice el rey-. ¡Buenos
motivos tengo para lamentarme! ¿Por qué no habré estado aquí
desde el comienzo de la batalla?
Y se mesa la barba, como hombre
invadido por la angustia. Lloran sus barones y caballeros; veinte mil
francos caen por tierra sin sentido. El duque Naimón siente por ello
gran piedad.
Con la ayuda de Dios, el emperador Carlomagno vengará la muerte
de su sobrino con otra muerte.
Cuando Carlos escucha la santa
voz del ángel, desecha todo temor; sabe que no habrá de perecer. Al
momento recobra vigor y discernimiento. Golpea al emir con la espada
de Francia. Le parte el yelmo, en el que fulguran las gemas, le abre
el cráneo, derramándole los sesos y, luego de hendirle la cabeza
toda hasta la barba blanca, lo derriba muerto sin esperanza.
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