martes, 26 de marzo de 2019

UN ARTE URBANO: ARQUITECTURA Y ESCULTURA.




El gran impulso de la arquitectura y de la escultura se produjo en Madrid durante el reinado de Carlos III, quién motivado por los ideales ilustrados, encargó grandes construcciones dedicadas a la ciencia, al ocio y a la ornamentación. En todas ellas se impusieron las normas de la academia de Bellas Artes.


Madrid, capital del reino, se convirtió en una ciudad neoclásica e ilustrada, gracias a la construcción de fuentes, parques y monumentos (que el tiempo convirtió en emblemáticos y simbólicos); la Puerta de Alcalá de Sabatini, el Museo del Prado, el Jardín Botánico, la fuente de Apolo y la famosa fuente de Cibeles.

Edificios:
En los nuevos edificios se aplican fórmulas que se alejan del movimiento y la ornamentación características del Barroco. Se simplifican las formas para transmitir idea de equilibrio y elegancia. Se diseñan grandiosos edificios para impresionar y sobrecoger al espectador. Se utilizan elementos decorativos de origen clásico; frontones, entablamentos, decorados, columnas clásicas y grandes escalinatas.

Estatuas y monumentos:
El gran desarrollo de la imaginería barroca dificultó la introducción de las nuevas directrices en la escultura, no obstante, el academicismo logró imponerse.

Los escultores buscaban las expresiones serenas en los rostros como los movimientos suaves de la Antigüedad Clásica. Mármol y bronce, considerados los materiales nobles durante la Antigüedad, se impusieron a la madera policromada del Barroco.

El primer arquitecto español que adoptó el estilo neoclásico fue Ventura Rodríguez, sobre todo en sus últimas obras, ya claramente neoclásicas, como, por ejemplo, la fachada de la Catedral de Pamplona.


Fue precisamente la llegada del rey Carlos III a la capital, la que dio el impulso necesario para la definición de la arquitectura neoclásica española. Encargó a Francesco Sabatini obras representativas urbanas como la Puerta de Alcalá, una de las entradas monumentales de Madrid que el arquitecto solucionó a la manera de un arco triunfal romano de cinco vanos, tres en arco y dos menores adintelados.


El arquitecto más representativo fue Juan de Villanueva. Formado en la Academia de Bellas Artes, pasó varios años en Italia. Su obra culminante fue el Museo Nacional del Prado de Madrid, construido para albergar el Gabinete de Historia Natural. En el centro de la fachada, muy alargada y horizontal, aparece la entrada resaltada por un potente pórtico con columnas y coronado por un gran ático. A los lados corren dos galerías: la inferior, sobre pilares y arcos, y la superior sobre columnas jónicas.

El Madrid de la segunda mitad del siglo XVIII fue algo más que una ciudad física. Fue el ámbito material de un sueño: el sueño de Carlos III por convertir la capital del Imperio español en un permamente recordatorio de la autoridad real. Carlos IV no paralizó este ambicioso proyecto, y siguiendo el ejemplo de su padre, adoptó el estilo neoclásico como gran emblema de la renovación.

Dos arquitectos dieron a Madrid el soplo racionalista que el viajero de hoy aún puede observar en los alrededores del Prado. Sabatini, a quien debe Madrid su Puerta de Alcalá, el edificio de la Aduana – hoy Ministerio de Haciendo – o la última remodelación de San Francisco el Grande. Y Juan de Villanueva, el más importante de los arquitectos españoles de fin de siglo, responsable del Museo del Prado, concebido al declinar el siglo para museo de historia natural, del hermoso Jardín Botánico y del observatorio astronómico que Carlos III ordenó edificar por sugerencia del científico y marino Jorge Juan.
Fernando García de Cortázar. 
Breve Historia de la Cultura en España.

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