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miércoles, 30 de enero de 2019

PRIMERA VISIÓN DE NUMANCIA.



Los cegadores rayos del sol, de las ultimas horas de la tarde, parecían provocar un incendio en las inhóspitas tierras de la Hispania interior, un océano marrón se extendía ante nosotros, pero en medio de tanta tierra baldía emerge como un oasis en el desierto, la ciudad de Numancia.


Aún tuvimos que seguir caminando un buen rato más, hasta encontrarnos, de pie, quietos pero nerviosos, fatigados por el viaje, pero con la satisfacción de arribar por fin a nuestro destino, ante la poderosa muralla que circunrodea a la ciudad numantina....


No podía imaginar, que en medio de la agreste Celtiberia, pudiese encontrar una ciudad tan grande y perfectamente fortificada como Numancia, (habitada por hombres y mujeres realmente valientes), pues desde que abandonásemos las calidas tierras del sur, donde multitud de ciudades salpicaban no solo la costa, sino también el interior del país, únicamente encontrábamos pequeños poblados y aldeas, amen de alguna que otra ciudad pero muy pequeña, en comparación con esta la capital de los bravos arévacos......


Los muros ciclópeos aparecían imponentes, me sentí empequeñecido al alzar la mirada hacia arriba, y ver la altura de aquella muralla y la dureza y resistencia de aquel paramento defensivo. Contemplando la considerable altura a la que estaban situados los centinelas pensé, realmente Numancia se constituye como una fortaleza inexpugnable.

(De una novela inconclusa que nunca comencé a escribir)

lunes, 25 de abril de 2016

MEDINACELI UNA VILLA EN EL CIELO.



Como un ojo que vigila desde el cielo, el arco romano de Ocilis escudriña el Valle de Arbujuelo que se abre a los pies de la ciudad y que se pierde en el horizonte. Desde el cielo de Soria, Medinaceli, imponente villa medieval que aún conserva parte de su traza romana, se enseñorea de los Campos de Castilla. Tierras de historia y leyendas, el Cid Campeador paseó por aquí pendones antes de dirigirlos a la victoria.


En la villa quedan vestigios de la ocupación humana durante la época celtibérica. Las legiones romanas la utilizaron como campamento en su camino hacia la inexpugnable Numancia y una vez pacificada la región construyeron aquí una pequeña ciudad. Los árabes convirtieron Medinaceli en la plaza más destacada de la línea defensiva del Duero. Se cuenta que por aquí está enterrado el severo caudillo militar Almanzor. Tras la conquista cristiana pasó de Señorío y Condado (1370) hasta que los Reyes Católicos le otorgan el título de Ducado.


Típica plaza castellana porticada, remedo meseteño del ágora griega.


Plaza fuerte en la frontera del Duero, una ciudad en el cielo, asomarse al lugar donde terminan sus calles causa vértigo. Medinaceli vive al borde de un precipicio, un abismo atemporal, una villa donde el tiempo se detuvo (y a no ser por algunos hostales y restaurantes) allá en las alturas, se negó a entrar en el siglo XXI. Centenarios edificios que resisten a hostiles vientos, y una colegiata, que se acerca más que ningún otro templo cristiano, a la morada celestial. Desde una vertiginosa altura vigila las rutas que unen la Meseta Norte con la Meseta Sur. Y además cuenta con la protección de los arcángeles de los cielos.




martes, 15 de diciembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (L)



98 Escipión parte hacia Roma.
Escipión, después de haber elegido cincuenta de entre ellos para su triunfo, vendió a los restantes y arrasó hasta los cimientos a la ciudad. Así, este general romano se apoderó de las dos ciudades más difíciles de someter; de Cartago, por propia decisión de los romanos a causa de su importancia como ciudad y cabeza de un imperio, y por su situación favorable por tierra y por mar; y de Numancia, ciudad pequeña y de escasa población, sin que aún hubieran decidido nada sobre ella los romanos, ya sea porque lo considerara una ventaja para éstos, o bien porque era un hombre de natural apasionado y vengativo para con los prisioneros o, como algunos piensan, porque considerara que la gloria inmensa se basaba sobre las grandes calamidades. Sea como fuere, lo cierto es que los romanos, hasta hoy en día, lo llaman «Africano» y «Numantino» a causa de la ruina que llevó sobre estas ciudades. En aquella ocasión, después de repartir el territorio de Numancia entre los pueblos vecinos, llevar a cabo transacciones comerciales con otras ciudades y reprimir e imponer una multa a cualquier otro que le resultara sospechoso, se hizo a la mar de regreso a su patria.

99.- Breve resumen sobre los hechos militares posteriores en Iberia.
Los romanos, como era su costumbre, enviaron a diez senadores a las zonas de Iberia recién adquiridas, que Escipión o Bruto antes que él habían recibido bajo rendición o habían tomado por la fuerza, a fin de organizarías sobre una base de paz. Posteriormente, al haberse producido otras revueltas en Iberia, fue elegido como general Calpurnio Pisón. A él le sucedió en el mando Servio Galba, Sin embargo, cuando los cimbrios invadieron Italia, y Sicilia se debatía en la segunda guerra de los esclavos, no enviaron ningún ejército a Iberia a causa de sus múltiples preocupaciones, pero enviaron legados para que llevaran la guerra del modo que les fuera posible. Después de la expulsión de los cimbrios, llegó Tito Didio y dio muerte hasta veinte mil arevacos. A Termeso, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la trasladó desde la posición sólida que ocupaba a la llanura y ordenó que sus habitantes vivieran sin murallas. Después de poner sitio a Colenda, la tomó a los ocho meses de asedio por rendición voluntaria y vendió a todos sus habitantes con los niños y las mujeres.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLIX)



96 Los numantinos se rinden.
No mucho después, al faltarles la totalidad de las cosas comestibles, sin trigo, sin ganados, sin yerba, comenzaron a lamer pieles cocidas, como hacen algunos en situaciones extremas de guerra. Cuando también les faltaron las pieles, comieron carne humana cocida, en primer lugar la de aquellos que habían muerto, troceada en las cocinas; después, menospreciaron a los que estaban enfermos y los más fuertes causaron violencia a los más débiles. Ningún tipo de miseria estuvo ausente. Se volvieron salvajes de espíritu a causa de los alimentos y semejantes a las fieras, en sus cuerpos, a causa del hambre, de la peste, del cabello largo y del tiempo transcurrido. Al encontrarse en una situación tal, se entregaron a Escipión. Éste les ordenó que en ese mismo día llevaran sus armas al lugar que había designado y que al día siguiente acudieran a otro lugar. Ellos, en cambio, dejaron transcurrir el día, pues acordaron que muchos gozaban aún de la libertad y querían poner fin a sus vidas. Por consiguiente, solicitaron un día para disponerse a morir.


97 Reflexiones sobre el heroísmo de Numancia.
Tan grande fue el amor a la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara. Pues, a pesar de no haber en ella en tiempos de paz más de ocho mil hombres, ¡cuántas y qué terribles derrotas infligieron a los romanos! ¡Qué tratados concluyeron con ellos en igualdad de condiciones, tratados que hasta entonces a ningún otro pueblo habían concedido los romanos! ¡Cuán grande no era el último general que les cercó con sesenta mil hombres y al que invitaron al combate en numerosas ocasiones! Pero éste se mostró mucho más experto que ellos en el arte de la guerra, rehusando llegar a las manos con fieras y rindiéndolos por hambre, mal contra el que no se puede luchar y con el que únicamente, en verdad, era posible capturar a los numantinos, y con el único que fueron capturados. A mí, precisamente, se me ocurrió narrar estos sucesos relativos a los numantinos, al reflexionar sobre su corto número y su capacidad de resistencia, sobre sus muchos hechos de armas y el largo tiempo que se opusieron. En primer lugar se dieron muerte aquellos que lo deseaban, cada uno de una forma. Los restantes acudieron al tercer día al lugar convenido, espectáculo terrible y prodigioso, sus cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas, cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos malolientes. Por estas razones aparecieron ante sus enemigos dignos de compasión, pero temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse devorado los unos a los otros.


martes, 1 de diciembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLVIII)



94 Proeza de Retógenes. Lutia.
Pero Retógenes, un numantino apodado Caraunio, el más valiente de su pueblo, después de convencer a cinco amigos, cruzó sin ser descubierto, en una noche de nieve, el espacio que mediaba entre ambos ejércitos en compañía de otros tantos sirvientes y caballos. Llevando una escala plegable y apresurándose hasta el muro de circunvalación, saltaron sobre él, Retógenes y sus compañeros, y después de matar a los guardianes de cada lado, enviaron de regreso a sus criados y, haciendo subir a los caballos por medio de la escala, cabalgaron hacia las ciudades de los arevacos con ramas de olivo de suplicantes, solicitando su ayuda para los numantinos en virtud de los lazos de sangre que unían a ambos pueblos. Pero algunos de los arevacos no les escucharon, sino que les hicieron partir de inmediato, llenos de temor. Había, sin embargo, una ciudad rica, Lutia, distante de los numantinos unos trescientos estadios, cuyos jóvenes simpatizaban vivamente con la causa numantina e instaban a su ciudad a concertar una alianza, pero los de más edad comunicaron este hecho, a ocultas, a Escipión. Éste, al recibir la noticia alrededor de la hora octava, se puso en marcha de inmediato con lo mejor de sus tropas ligeras y, al amanecer, rodeando a Lutia con sus tropas, exigió a los cabecillas de los jóvenes. Pero, después que le dijeron que éstos habían huido de la ciudad, ordenó decir por medio de un heraldo que saquearía la ciudad, a no ser que le entregaran a los hombres. Y ellos, por temor, los entregaron en número de cuatrocientos. Después de cortarles las manos, levantó la guardia y, marchando de nuevo a la carrera, se presentó en su campamento al amanecer del día siguiente.


95 Negociaciones entre el numantino Avaro y Escipión.
Los numantinos, agobiados por el hambre, enviaron cinco hombres a Escipión con la consigna de enterarse de si los trataría con moderación, si se entregaban voluntariamente. Y Avaro, su jefe, habló mucho y con aire solemne acerca del comportamiento y valor de los numantinos, y afirmó que ni siquiera en aquella ocasión habían cometido ningún acto reprobable, sino que sufrían desgracias de tal magnitud por salvar la vida de sus hijos y esposas y la libertad de la patria. «Por lo que muy en especial —dijo—, Escipión, es digno que tú, poseedor de una virtud tan grande, te muestres generoso para con un pueblo lleno de ánimo y valor y nos ofrezcas, como alternativas de nuestros males, condiciones más humanas, que seamos capaces de sobrellevar, una vez que acabamos de experimentar un cambio de fortuna. Así que no está ya en nuestras manos, sino en las tuyas, o bien aceptar la rendición de la ciudad, si concedes condiciones mesuradas, o consentir que perezca totalmente en la lucha». Avaro habló de esta manera, y Escipión, que conocía la situación interna de la ciudad a través de los prisioneros, se limitó a decir que debían ponerse en sus manos junto con sus armas y entregarle la ciudad. Cuando les fue comunicada esta respuesta, los numantinos, que ya de siempre tenían un espíritu salvaje debido a su absoluta libertad y a su falta de costumbre de recibir órdenes de nadie, en aquella ocasión aún más enojados por las desgracias y tras haber sufrido una mutación radical en su carácter, dieron muerte a Avaro y a los cinco embajadores que le habían acompañado, como portadores de malas nuevas y, porque pensaban que, tal vez, habían negociado con Escipión su seguridad personal.



domingo, 29 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLVII)



92 Se completa el cerco de Numancia. Sistema de señales.
Cuando todo estuvo dispuesto y las catapultas, las ballestas y las máquinas para lanzar piedras se hallaban apostadas sobre las torres, y estaban apilados junto a las almenas piedras, dardos y jabalinas, y los arqueros y honderos ocupaban sus lugares respectivos en los fuertes, colocó a lo largo de toda la obra de fortificación numerosos mensajeros, que de día y de noche debían comunicarle lo que ocurriera transmitiéndose unos a otros las noticias. Cursó órdenes por cada torre, en el sentido de que, si ocurría algo, hiciera una señal el primero que tuviera problemas y que todos los demás le secundaran de igual modo cuando la vieran, a fin de que pudiera enterarse más rápidamente, por medio de la señal, de la perturbación, y, por medio de los mensajeros, de los detalles. El ejército estaba integrado por sesenta mil hombres, incluyendo las fuerzas indígenas. Dispuso que la mitad se encargara de la guardia de la muralla y de acudir a donde fuera necesaria su presencia; veinte mil hombres debían combatir desde los muros, cuando la ocasión lo requiriese, y otros diez mil constituirían un cuerpo de reserva de éstos. También a cada una de estas tropas le fue asignada una posición y no les estaba permitido intercambiarla sin órdenes previas. Sin embargo, debían lanzarse de inmediato al puesto ya asignado, tan pronto como se diera una señal de ataque. Tan concienzudamente tenía dispuestas Escipión todas las cosas.


93 Los numantinos intentan romper el cerco en vano.
Los numantinos, en muchas ocasiones, atacaron a las fuerzas que vigilaban la muralla por diferentes lugares, y la aparición de los defensores era fugaz y sobrecogedora; las señales eran izadas en alto desde todos los lugares, los mensajeros corrían de un lado a otro, los encargados de combatir desde los muros saltaban hacia sus lugares en oleadas, las trompetas resonaban en cada torre de tal modo que el círculo completo presentaba para todos el aspecto más temible a lo largo de sus cincuenta estadios de perímetro. Y Escipión recorría este círculo para inspeccionarlo cada día y cada noche. Estaba firmemente convencido de que los enemigos, así copados, no podrían resistir por mucho tiempo al no poder recibir ya armas ni alimentos ni socorro.






jueves, 26 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLVI)



90 Numancia es rodeada con un muro
No mucho después, estableció dos campamentos muy próximos a Numancia y puso al frente de uno de ellos a su hermano Máximo, en tanto que él en persona se encargaba del otro. A los numantinos, que con frecuencia salían fuera de la ciudad en orden de combate y le provocaban a la lucha, no les hacía caso alguno, porque consideraba más conveniente cercarlos y reducirlos por hambre que entablar un combate con hombres que luchaban en situación desesperada. Y después de establecer siete fuertes en torno a la ciudad, (comenzó) el asedio y escribió cartas a cada una (de las tribus aliadas indicando el número de tropas) que debían enviar. Tan pronto como llegaron, las dividió en muchas partes y también subdividió a su propio ejército. A continuación, designó un jefe para cada una de esas partes y ordenó rodear la ciudad de una zanja y una empalizada. La circunferencia de Numancia era de veinticuatro estadios, y aquélla de los trabajos de circunvalación, de más del doble de esa cifra. Todo este espacio de terreno fue dividido y asignado a cada una de esas partes y se les ordenó que, si los enemigos lanzaban un ataque contra un punto determinado, se lo indicaran con una señal; durante el día, con un trapo rojo colocado sobre la punta de una alta pica, y de noche, con fuego, a fin de que, tanto él como Máximo, pudieran ayudar a los necesitados corriendo junto a ellos. Una vez que tuvo adoptadas todas las medidas y podía ya rechazar eficazmente a los que trataban de impedirlo, cavó otro foso detrás, no lejos de aquél, lo fortificó con una empalizada y construyó un muro de ocho pies de ancho y diez de alto sin contar las almenas. Erigió torreones a lo largo de todo este muro, a intervalos de cien pies. Como no le fue posible prolongar el muro de circunvalación alrededor de la laguna adyacente, la rodeó de un terraplén de igual anchura y altura que las de la muralla para que sirviera a manera de muralla.


91 Corte de las comunicaciones por el río.
De este modo, Escipión fue el primero, según creo, que cercó con un muro a una ciudad que no rehuía el combate. El río Duero fluía a lo largo del cinturón de fortificaciones y resultaba de mucha utilidad a los numantinos para el transporte de víveres y para la entrada y salida de sus hombres. Éstos, buceando o navegando por él en pequeños botes, pasaban inadvertidos o bien lograban romper el cerco con ayuda de la vela, cuando soplaba un fuerte viento, o sirviéndose de los remos a favor de la corriente. Como no podía unir sus orillas por ser ancho y muy impetuoso, construyó dos torreones, en vez de un puente, uno en cada orilla y desde cada uno colgó, con cuerdas, grandes tablones de madera que dejó flotar a lo ancho del río, y que llevaban clavados numerosos dardos y espadas. Estos tablones, entrechocando continuamente, debido a la corriente que se precipitaba contra las espadas y los dardos, no permitían pasar a ocultas ni a quienes lo intentaban nadando, sumergidos o en botes. Y esto era lo que en especial deseaba Escipión que, al no poder establecer contacto nadie con ellos ni tampoco entrar, no tuviesen conocimiento de lo que sucedía en el exterior. De este modo, en efecto, llegarían a estar faltos de provisiones y de material de todo tipo.


martes, 24 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLV)



88 Escipión salva a Rutilio Rufo de una emboscada.
En una cierta llanura de Palantia, llamada Coplanio, los palantinos habían ocultado un grueso contingente de tropas en las estribaciones boscosas de las montañas y, con otros, atacaron abiertamente a los romanos mientras recogían el trigo. Escipión ordenó a Rutilio Rufo, historiador de estos sucesos y, a la sazón, tribuno militar, que tomase cuatro cuerpos de caballería y pusiera en retirada a los asaltantes. Rufo los siguió, en efecto, cuando se retiraban con excesiva torpeza y alcanzó con los fugitivos la espesura. Entonces, al descubrir la emboscada, ordenó a los jinetes que no entablaran una persecución ni atacaran todavía, sino que se quedaran quietos presentando las lanzas y se limitaran a rechazar el ataque. Escipión, al correr Rufo hacia la colina en contra de lo ordenado, lleno de temor lo siguió con rapidez y, cuando descubrió la emboscada, dividió su caballería en dos cuerpos y les ordenó a cada uno que cargaran contra el enemigo alternativamente, y que se retiraran al punto después de disparar sus jabalinas todos a la vez, pero no hacia el mismo lugar, sino colocándose en cada ocasión un poco más atrás y retrocediendo. De esta forma, consiguió llevar a salvo a los jinetes a la llanura. Cuando estaba levantando el campamento y emprendía la retirada, se interponía un río difícil de atravesar y cenagoso, y junto a él, le esperaban emboscados los enemigos. Escipión, al enterarse, se desvió de la ruta y tomó otra más larga y menos propicia para las emboscadas, haciendo el viaje de noche a causa del calor y la sed, y cavando pozos, la mayoría de los cuales resultaron ser de agua amarga. Logró salvar a sus hombres con extrema dificultad, pero algunos de los caballos y bestias de carga murieron de sed.


89 El cónsul romano escapa de una emboscada.
Mientras atravesaba el territorio de los cauceos, cuyo tratado había violado Lúculo, les hizo saber por medio de un heraldo que podían regresar sin peligro a sus hogares. Y prosiguió hasta el territorio de Numancia para pasar el invierno. Allí se le unió también, procedente de África, Yugurta, el nieto de Masinissa, con 12 elefantes y los arqueros y honderos que habitualmente le acompañaban en la guerra. A Escipión, entregado al saqueo y a la devastación constante de las zonas de alrededor, le pasó inadvertida una emboscada en una aldea que estaba circundada, en su mayor parte, por una laguna cenagosa y, por el otro lado, por un barranco en el que estaba escondida la tropa emboscada. Escipión dividió a su ejército unos penetraron en la aldea para saquearla, dejando fuera las insignias, y otros, en número pequeño, recorrían los alrededores a caballo. Contra éstos se lanzaron los emboscados. Ellos trataron de rechazarlos, pero Escipión, que se encontraba por casualidad junto a las insignias delante de la aldea, llamó a toque de trompeta a los de dentro y, antes de llegar a contar con mil hombres, corrió en auxilio de los jinetes que estaban en situación difícil. El grueso del ejército se lanzó fuera de la aldea y puso en fuga a los enemigos, pero no persiguió a los que huían, sino que se retiró al campamento tras haber sufrido pocas bajas ambas partes.


sábado, 21 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLIV)



86 Escipión somete al ejército a ejercicios continuos.
Pero con todo, ni aun así se atrevió a entablar combate hasta que los ejercitó con muchos trabajos. Así que, recorriendo a diario todas las llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un campamento tras otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar, edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en persona desde la aurora hasta el atardecer. Las marchas, con objeto de que nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en formación cuadrada y sin que estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la formación que le había sido asignado. Recorría la línea de marcha y, presentándose muchas veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los soldados desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si acampaban al aire libre, los que habían formado la vanguardia durante el día debían colocarse en torno al campamento después de la marcha y un cuerpo de jinetes recorrer los alrededores. Los demás, por su parte, realizaban las tareas encomendadas a cada uno, unos cavaban trincheras, otros hacían trabajos de fortificación, otros levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el tiempo de realización de todos estos menesteres.


87 Escipión se traslada junto a Numancia. Su carácter previsor.
Cuando calculó que el ejército estaba presto, obediente a él y capaz de soportar el trabajo, trasladó su campamento a las cercanías de los numantinos. Pero no estableció, como algunos, avanzadillas en puestos de guardia fortificados ni dividió por ningún concepto a su ejército a fin de que, en caso de ocurrir algún contratiempo en un principio, no se ganara el desprecio de los enemigos, que, incluso entonces, ya los menospreciaban. No llevó a cabo tampoco ningún intento contra aquéllos, pues todavía estudiaba la naturaleza de la guerra, su momento favorable y cuáles serían los planes de los numantinos. Recorrió, en busca de forraje, toda la zona situada detrás del campamento y segó el trigo todavía verde. Cuando hubo segado todos estos campos, se hizo preciso marchar hacia adelante. Había un atajo que pasaba junto a Numancia en dirección a la llanura y muchos le aconsejaban que lo tomara. Manifestó, sin embargo, que temía el retorno, pues los enemigos estarían, entonces, descargados y tendrían a su ciudad como base desde donde atacar y a la que poder retirarse. Y añadió: «En cambio, los nuestros retornarán cargados, como es natural en una expedición que viene de recoger trigo, y exhaustos, y llevarán animales de carga, carros y vituallas. El combate será muy difícil y desigual; arrostraremos un gran peligro, si somos vencidos, y sin embargo, en caso de vencer, no obtendremos una gloria grande ni provechosa. Es ilógico exponerse al peligro por un resultado pequeño y es incauto el general que acepta el combate antes del momento propicio; bueno, en cambio, lo es el que sólo se arriesga en el momento necesario». Y prosiguió, a modo de comparación, que tampoco los médicos echan mano de amputaciones o cauterizaciones antes que de fármacos. Después de haber dicho esto, ordenó a sus oficiales que hicieran la ruta por el camino más largo. Acompañó, entonces, a la expedición hasta el límite del campamento y se dirigió a continuación al territorio de los vacceos, de donde los numantinos compraban sus provisiones, segando todo lo que encontraba y reuniendo lo que era útil para su alimentación, mientras que lo sobrante lo amontonaba en pilas y le prendía fuego.


jueves, 19 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLIII)



84 Escipión es elegido cónsul y parte hacia Iberia.
En Roma, el pueblo, cansado ya de la guerra contra los numantinos, que se alargaba y les resultaba mucho más difícil de lo que esperaban, eligió a Cornelio Escipión, el conquistador de Cartago, para desempeñar de nuevo el consulado, en la idea de que era el único capaz de vencer a los numantinos. Éste también en la presente ocasión tenía menos edad de la establecida por la ley para acceder al consulado, por consiguiente el senado, una vez más, como cuando fue elegido este mismo Escipión contra los cartagineses, decretó que los tribunos de la plebe dejaran en suspenso la ley referente a la edad y la pusieran de nuevo en vigor al año siguiente. De esta manera Escipión, cónsul por segunda vez, se apresuró contra Numancia. Él no formó ningún ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y a quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus hombres a la disciplina más férrea.

85 Restauración de la disciplina en el ejército.
Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y sacrifica dores, a quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban continuamente. Asimismo les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrificiales con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran. A nadie le fue autorizado tener utensilios para su vida cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una sola taza. Les limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y él fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba. Impidió también que cabalgaran sobre mulas cuando iban de marcha, pues: «¿Qué se puede esperar, en la guerra —dijo— de un hombre que es incapaz de ir a pie?». Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión que únicamente las muías, al carecer de manos, tenían necesidad de quienes las frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a todos en conjunto y también los acostumbró a que lo respetaran y temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, en aquellos que iban contra las ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales austeros y estrictos en la observancia de la ley eran útiles para sus propios hombres, mientras que los dúctiles y amigos de regalos lo eran para sus enemigos, pues, decía, los soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y están dispuestos a todo.



martes, 17 de noviembre de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLII)



82.-Sucesivos fracasos de Emilio.
Al prolongarse el asedio de Palantia, comenzaron a faltar los alimentos a los romanos y el hambre hizo presa en ellos, todos sus animales de carga perecieron y muchos hombres empezaron a morir de necesidad. Los generales Emilio y Bruto resistieron con paciencia durante mucho tiempo, pero, vencidos por la mala situación, dieron la orden de retirarse, de manera repentina, una noche alrededor de la última guardia. Los tribunos militares y los centuriones corrían de un lado a otro apremiando a todos a hacer esto antes del amanecer. Y ellos, en medio del tumulto, lo abandonaron todo, incluso a los heridos y enfermos que se abrazaban a ellos y les suplicaban que no los abandonasen. Como la retirada se llevó a cabo de forma confusa y desordenada y muy semejante a una huida, los habitantes de Palantia atacando desde todos los lugares les causaron muchas heridas desde el amanecer hasta la tarde. Cuando llegó la noche, los romanos, hambrientos y exhaustos, se dejaron caer en el suelo agrupados, según cayó cada uno, y los de Palantia se retiraron gracias a una intervención de la divinidad. Y esto fue lo que ocurrió a Emilio.

83 El senado desaprueba el tratado de Mancino y entrega a éste a los numantinos.

Cuando los romanos se enteraron de ello, separaron a Emilio del mando y del consulado; retomó a Roma como un ciudadano privado y se le impuso una multa. Todavía se estaba dirimiendo la querella entre Mancino y los embajadores numantinos. Estos últimos mostraron públicamente el tratado que habían realizado con Mancino y éste transfirió la culpa del mismo a Pompeyo, su predecesor en el mando, imputándole que había puesto en sus manos un ejército inactivo y mal equipado y que, por esto mismo, también aquél había sido derrotado muchas veces y había efectuado tratados similares con los numantinos. En consecuencia, afirmó que esta guerra, decretada por los romanos en violación de estos tratados, había sido llevada bajo auspicios funestos. Los senadores se irritaron con ambos por igual, pero Pompeyo escapó, debido a que ya antes había sido juzgado por estos hechos. Y decidieron entregar a Mancino a los numantinos por haber llevado a cabo un tratado vergonzoso sin su autorización, argumentando que también sus antepasados habían entregado a los samnitas a veinte generales que habían tratado en semejantes condiciones sin su consentimiento. Por tanto, Furio, llevando a Mancino de vuelta a Iberia, lo entregó, inerme, a los numantinos, pero ellos no lo aceptaron. Elegido general contra ellos Calpurnio Pisón no realizó ningún intento contra Numancia, sino que hizo una incursión contra el territorio de Palantia y, tras haberlo devastado un poco, pasó el resto de su mandato en sus cuarteles de invierno en Carpetania.

lunes, 30 de marzo de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XLI)



80 Mancino hace la paz y el senado la rechaza. Emilio Lépido en Iberia.
Mancino sostuvo frecuentes combates con los numantinos y fue derrotado muchas veces; finalmente, habiendo sufrido numerosas bajas se retiró a su campamento. Al propalarse el rumor de que los cántabros y vacceos venían en socorro de los numantinos, pasó toda la noche, lleno de temor, en la oscuridad sin encender fuego y huyó a un descampado que había servido, en cierta ocasión, de campamento a Nobílior. Al llegar el día y verse encerrado con su ejército en este lugar sin preparación ni fortificación, cercado por los numantinos que amenazaban con matar a todos, a menos que hicieran la paz, consintió en firmar un pacto sobre una base de equidad e igualdad para romanos y numantinos. Él se comprometió a este pacto con los numantinos mediante un juramento. Sin embargo, cuando se conoció esto en Roma, lo tomaron muy a mal por considerar el tratado como el más vergonzoso de todos, y enviaron a Iberia al otro cónsul, Emilio Lépido. A Mancino lo llamaron para el juicio, y lo siguieron embajadores de los numantinos. Emilio, entre tanto, cansado de la inactividad mientras aguardaba la respuesta de Roma - puesto que, en efecto, algunos accedían al mando buscando gloria, botín o el honor del triunfo más bien que el provecho de su ciudad -, acusó falsamente a los vacceos de haber suministrado víveres a los numantinos en el transcurso de esta guerra, de modo que llevó a cabo una incursión contra su país y puso cerco a la ciudad de Palantia, que era la más importante de los vacceos y que en nada había faltado al tratado. También convenció a su cuñado Bruto, que había sido enviado a la otra parte de Iberia, según ya dije antes, a tomar parte de esta empresa.

81 Emilio emprende la guerra contra la voluntad del senado. 
Le dieron alcance Cinna y Cecilio, embajadores procedentes de Roma, quienes dijeron que el senado estaba en la duda de si, después de los desastres tan grandes que habían sufrido en Iberia, Emilio iba a provocar otra guerra, y le entregaron un decreto prohibiendo que Emilio hiciera la guerra a los vacceos. Pero él, como había comenzado ya la guerra y creía que el senado desconocía este hecho, así como que le acompañaba Bruto y que los vacceos habían proporcionado trigo, dinero y tropas a los numantinos, y puesto que sospechaba también que la retirada de la guerra sería peligrosa y casi entrañaría la pérdida de toda Iberia, si sus habitantes llegaban a despreciarles por cobardes, despachó a Cinna y a los suyos sin haber conseguido su misión y puso en conocimiento de todos estos hechos al senado por medio de cartas. Él, por su parte, después de haber constuido un fortín, fabricó en su interior máquinas de guerra y almacenó trigo. Flaco, que había salido a recoger forraje, cayó en una emboscada e hizo correr muy hábilmente el rumo de que Emilio se había apoderado de Palantia. El ejército prorrumpió en alaridos para festejar la victoria y los bárbaros, al enterarse y creer que era verdad, se retiraron. De esta forma, salvó Flaco del peligro a las provisiones. 

sábado, 21 de marzo de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XL)



78. Pompeyo fracasa en su asedio a Numancia.
Pompeyo retornó otra vez a Numancia e intentó desviar el curso de un río hacia la llanura con objeto de reducir a la ciudad por hambre. Pero los numantinos lo atacaron mientras estaba dedicado a esta tarea, y sin ninguna   señal de trompeta, saliendo a la carrera todos juntos, asaltaron a los que trabajaban en el río. También asaetearon a los que venían en su auxilio desde el campamento y los encerraron dentro del mismo. Atacando a otros que buscaban forraje, mataron a muchos y entre ellos a Opio, tribuno militar. En otro lugar atacaron los romanos cuando cavaban una zanja y dieron muerte a unos cuatrocientos y a su jefe. Después de estos sucesos vinieron a Pompeyo desde Roma unos consejeros, y para los soldados, que llevaban ya seis años de campaña, nuevos reemplazos recién reclutados, todavía sin entrenar y sin experiencia de la guerra. Pompeyo, avergonzado por sus desastres y ardiendo en deseos de recuperar su honor, permaneció con éstos en el campamento durante el invierno. Los soldados, acampados al aire libre en medio de un frío gélido y poco habituados aún al agua y al clima del país, enfermaron del vientre y algunos perecieron. A un destacamento que había salido en busca de forraje, los numantinos, ocultándose, le tendieron una emboscada muy cerca del campamento romano y les dispararon dardos para provocarles, hasta que algunos, sin poder soportarlo, salieron contra ellos, y los que estaban emboscados salieron de su escondite y les hicieron frente. Muchos soldados y oficiales romanos perecieron y los numantinos salieron al encuentro de los que llevaban el forraje y mataron a muchos.

79. Actuación vergonzosa de Pompeyo. Popilio Lena en Iberia. 
Pompeyo, aquejado por tan graves reveses, se retiró a las ciudades en compañía de sus consejeros para pasar el resto del invierno, a la espera de que llegara su sucesor en primavera. Temeroso de ser llamado para una rendición de cuentas, entabló negociaciones a ocultas con los numantinos con vistas a poner fin a la guerra. Y éstos, a su vez, cansados por la gran mortandad de sus mejores hombres, por la falta de productividad de la tierra, por la escasez de alimentos y por la duración de la guerra, que se prolongaba más de lo esperado, enviaron emisarios a Pompeyo. Éste les ordenó públicamente entregarse a los romanos - pues no conocía otra forma de pactar digna de Roma -, pero en secreto les prometió lo que pensaba hacer. Cuando hubieron llegado a un acuerdo y se entregaron, les exigió rehenes, prisioneros de guerra y a los desertores, y lo obtuvo todo. También pidió treinta talentos de plata. Los numantinos entregaron una parte de esta suma de inmediato y Pompeyo estuvo de acuerdo en esperar para el resto. Cuando se presentó su sucesor, Marco Popilio Lena, ellos llevaron el resto del dinero, y Pompeyo, al sentirse liberado del miedo a la guerra a causa de la presencia de su sucesor y siendo consciente de que el tratado era vergonzoso y se había realizado sin el consenso de Roma, negó haber llevado a cabo pacto alguno con los numantinos. Entonces, éstos probaron su falsedad mediante los testigos que estaban presentes en aquella ocasión, pertenecientes al senado y los prefectos de caballería y tribunos militares de Pompeyo. Popilio los envió a Roma para que se querellaran allí con Pompeyo. Celebrado el juicio en el senado, los numantinos y Pompeyo dirimieron su querella y el senado decidió continuar la guerra con los numantinos. Popilio atacó a los lusones, un pueblo vecino de aquellos, pero sin haber obtenido ningún resultado - pues llegó Hostilio Mancino, su sucesor en el mando -, regresó a Roma. 

martes, 17 de marzo de 2015

SOBRE IBERIA DE APIANO (XXXIX)



76 La guerra numantina.
Retorna ahora nuestra historia a la guerra de arevacos y numantinos, a los que Viriato había incitado a la revuelta. Cecilio Metelo fue enviado desde Roma contra ellos con un ejército más numeroso y sometió a los arevacos, cayendo sobre ellos con sobrecogedora rapidez, mientras estaban entregados a las faenas de recolección. Sin embargo, todavía le quedaban Termancia y Numancia. Numancia era de difícil acceso, pues estaba rodeada por dos ríos, precipicios y bosques muy densos. Sólo existía un camino que descendía a la llanura, el cual estaba lleno de zanjas y empalizadas. Sus habitantes eran excelentes soldados, tanto a caballo como a pie, y en total sumaban unos ocho mil. Aun siendo tan pocos pusieron en graves aprietos a los romanos a causa de su valor. Metelo, después del invierno entregó a Quinto Pompeyo [Aulo], su sucesor en el mando, el ejército consistente en treinta mil soldados de infantería y dos mil jinetes perfectamente entrenados. Pompeyo, cuando estaba acampado ante Numancia, marchó a cierto lugar, y los numantinos, descendiendo, mataron a un cuerpo de su caballería que corría detrás de él. Cuando regresó, desplegó su ejército en la llanura y los numantinos bajando a su encuentro se replegaron un poco como intentando huir hasta que Pompeyo (...) en las empalizadas y precipicios.

77 Pompeyo asume al mando. Termancia y Malia.
Como fuera derrotado a diario en escaramuzas por un enemigo muy inferior, se dirigió contra Termancia por considerarlo una tarea mucho más fácil. Sin embargo también aquí cuando trabó combate perdió setecientos hombres y los termantinos pusieron en fuga al tribuno que les llevaba provisiones, y en un tercer intento ese mismo día, tras acorralar a los romanos en una zona escarpada, arrojaron al precipicio a muchos de ellos, soldados de infantería y de caballería con sus caballos. Los demás, llenos de temor, pasaron la noche armados y cuando al despuntar la aurora les atacaron los enemigos, combatieron el día entero ordenados en formación de combate con una suerte incierta y fueron separados por la noche. A la vista de esto, Pompeyo marchó contra una pequeña ciudad llamada Malia, que custodiaban los numantinos, y sus habitantes mataron con una emboscada a la guarnición y entregaron la ciudad a Pompeyo. Éste, después de exigirles sus armas, así como rehenes, se trasladó a Sedetania que era devastada por un capitán de bandoleros llamado Tangino. Pompeyo lo venció y tomó muchos prisioneros. Sin embargo, la arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía. 

jueves, 21 de noviembre de 2013

SOBRE IBERIA DE APIANO (XXXIV)

66 Viriato y Quintio. Los arevacos, belos y titos comienzan otra guerra. 
Depués de esto, Viriato no despreciaba ya al enemigo como antes y obligó a sublevarse contra los romanos a los arevacos, titos y belos que eran los pueblos más belicosos. Y éstos sostuvieron por su cuenta otra guerra que recibió el nombre de "numantina" por una de sus ciudades y fue larga y penosa en grado sumo para los romanos. Yo agruparé también lo concerniente a esta guerra en una narración continuada después de los hechos de Viriato. Este último tuvo un enfrentamiento con Quintio, otro general romano, en la otra parte de Iberia y, al ser derrotado, se retiró de nuevo al monte de Venus. Desde allí hizo de nuevo una salida, dio muerte a mil soldados de Quintio y le arrebató algunas enseñas. Al resto lo persiguió hasta su campamento y expulsó a la guarnición de Tucci (o Ituca). También devastó el país de los bastitanos, sin que Quintio acudiera en auxilio de éstos a causa de su cobardía e inexperiencia. Por el contrario, estaba invernando en Córduba  desde mitad del otoño y, con frecuencia, enviaba contra él a Gayo Marcio, un ibero de la ciudad de Itálica. 

67 Fabio Máximo Serviliano en Iberia.
Al año siguiente, Fabio Máximo Serviliano, el hermano de Emiliano, llegó como sucesor de Quintio en el mando, con otras dos legiones y algunos aliados. En total sus fuerzas sumaban unos dieciocho mil infantes y mil seiscientos jinetes. Después de escribir cartas a Micipsa, el rey de los númidas, para que le enviase elefantes lo más pronto posible, se apresuró hacia Ituca llevando el ejército por secciones. Al atacarle Viriato con seis mil hombres en medio de un griterío y clamores a la usanza bárbara y con largas cabelleras que agitaban en los combates ante los enemigos, no se amilanó, sino que le hizo frente con bravura y logró rechazarlo sin que hubiera conseguido su propósito. Después que llegó el resto del ejército y enviaron desde África diez elefantes y trescientos jinetes, estableció un gran campamento y avanzó al encuentro de Viriato, y tras ponerlo en fuga, emprendió su persecución. Pero, como ésta se realizó en medio del desorden, Viriato, al percatarse de ello durante su huida, dio media vuelta y mató a tres mil romanos. Al resto los llevó acorralados hasta su campamento y los atacó también. Sólo unos pocos le opusieron resistencia a duras penas alrededor de las puertas, pero la mayoría se precipitó en el interior de las tiendas a causa del miedo y tuvieron que ser sacados con dificultad por el general y los tribunos. En esta ocasión destacó en especial Fanio, el cuñado de Lelio, y la proximidad de la noche contribuyó a la salvación de los romanos. Pero Viriato, atacando con frecuencia durante la noche, así como a la hora de la canícula, y presentándose cuando menos se le esperaba, acosaba a los enemigos con la infantería ligera y sus caballos, mucho más veloces, hasta que obligó a Serviliano a regresar a Ituca. 

martes, 23 de abril de 2013

NUMANCIA

sintiendo la tierra en los pies y el viento en la piel 


Visitar Numancia es cumplir un lejano sueño de la infancia, pisar el emplazamiento original de la heroica ciudad de los arévacos, los más valientes de los celtíberos, que resistió con tenacidad el largo y duro asedio a la que la sometió Escipión. 


En el corazón de Celtiberia se alza Numancia,  símbolo eterno de la defensa a ultranza. 


El paisaje es inmenso, rodeado de pequeños cerros, el viento nos azota, el invierno es gélido, el verano muy seco, los rudos legionarios también tuvieron que pasar penalidades, causadas por un clima muy riguroso, y unos enemigo bravos y fuertes. Pero la tenacidad de Escipión, la compleja organización del ejército romano y el excelente trabajo de los ingenieros construyendo un cerco, que se convirtió en una trampa mortal, borraron de la faz de la tierra la modesta, mas orgullosa, ciudad celtibérica, que desde ese día, escribió con letras de oro y sangre, su nombre en la leyenda . . . sus ecos aún perviven . . . 


. . . el viento trae gritos desesperados de hombres que matan a sus mujeres e hijos, antes que verlos como esclavos romanos, y el crepitar de las hogueras donde desesperados lanzan los guerreros sus cuerpos, antes que rendirse y vivir como esclavos romanos. . . 

El paraje es desolador, los días aquí tuvieron que ser horribles, sed, calor, insectos, frío, lluvia, viento, enemigos hostiles, trabajo, lucha, hambre, órdenes, riñas, miedo, soledad . . . ¿Cómo debía sentirse uno de esos centinelas que hacían guardia durante la noche? ¿o esa avanzadilla que intentaba salir de Numancia para chocar de bruces contra la eficaz ratonera que había tejido Escipión?


Ante los ciclópeos muros de Numancia, los más recios e inexpugnables de toda la Celtiberia, el ejército romano se estrelló, una y otra vez, durante más de veinte años.


Imponentes, e invulnerables parecían las murallas de Numancia a sus vecinos celtibéricos, no así a Escipión, que decidió acabar con la ciudad arévaca. Angustiados, escondidos, parapetados, desesperanzados, observan desde el interior de Numancia el cerco romano, convencidos que nunca más volverán a ser libres. . . al menos en esta vida . . . muchos eligieron la libertad de la vida ultraterrena . . . 


Cada día el ejército invasor aumenta en número, las noches son más ásperas y frías y el silencio es preludio seguro de muerte violenta. Nací celtíbero, por mis venas corre noble sangre arévaca, lucharé contra el enemigo, y mandaré a los Infiernos a todo el que se acerque a esta muralla, pelearé hasta mi propio exterminio, resistiré hasta el fin y cuando todo esté perdido atravesaré mi corazón con la espada y me arrojaré al fuego.


Sobre esta tierra que piso ahora se ha vertido sangre, sudor y muchas lágrimas, además quedaron sepultados sueños y anhelos de libertad, de seguir llevando una forma de vida, que acabó muriendo aquí. 


Numancia, símbolo vital y eterno de la resistencia absoluta y de la lucha hasta el final, y en definitiva, ¿qué es la vida sino una lucha continua con la certeza segura de resultar vencido? 

Sitio arqueológico de Numancia. 
Verano de 2011 y 2012
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