jueves, 23 de octubre de 2014

LAS CORRERÍAS DE LOS MAGIARES.



Con la agilidad de un cervatillo, la velocidad de una saeta y la resistencia de un lobo, las hordas de magiares se lanzaron a devastar la inmensa llanura panónica y todas las tierras adyacentes. Una época de convulsiones, inestabilidad e inseguridad, un momento coyuntural en que nuevos pueblos hacen su aparición en el escenario europeo. Una etapa conocida antaño como "Segundas Invasionres", cuyos protagonistas, normandos, eslavos, sarracenos y magiares, aprovecharon la desaparición del Imperio Carolingio para campar a sus anchas por todos los rincones de Europa.


Cuando estaba a punto de finalizar el siglo IX, los magiares, con el caudillo Arpad al frente, penetran como una cuña en el Corazón de Europa, con una fuerza combativa capaz de vencer a cuantos ejércitos les salen al paso. Los nómadas húngaros una vez llegados a Europa se especializaron en perpetrar correrías e incursiones de pillaje con el único objetivo de obtener cuantioso botín y convertir en tributarios los lugares atacados.


Durante esta época conocida en la historiografía húngara como Honfoglalás ,es decir, la Conquista de la Patria, Europa vivía fragmentada en pequeñas entidades señoriales y feudales, herederas de la reciente desmembración del Imperio Carolingio, una situación que facilitaba la labor depredadora de los magiares. A pesar de su preferencia por saquear la Francia Orientalis (Baviera, Sajonia...) los húngaros también alcanzaron las regiones más occidentales del (antiguo) Imperio, como Hispania y el Norte de Italia, llegando incluso a intervenir de manera directa en el conflicto bélico existente entre el Imperio Bizantino y los búlgaros.

Palacios, iglesias y monasterios, lugares donde esperaban encontrar cuantiosas riquezas, se convirtieron en los principales objetivos de las operaciones de rapiña. Los húngaros fundieron los metales preciosos y sus expertos orfebres elaboraron nuevos objetos y joyas según sus propios patrones estéticos. Además, hicieron numerosos prisioneros que fueron vendidos como esclavos en los mercados de Asia.

La Europa Cristiana asistía atemorizada a los desmanes provocados por esta raza de infieles, procedentes de las mismas calderas del infierno. Pronto una nueva plegaria elevada a los cielos se hizo popular entre la gente más humilde; "De las flechas de los húngaros, protégenos señor".

El éxito de estas correrías húngaras radicaba en su táctica militar, inusual en Europa. La caballería ligera húngara (sucesora de la huna, antepasada de la mongola), hábil y disciplinada, formada por hombres que aprendían a montar antes que a caminar, se enfrentaban con la tradicional caballería pesada cristiana acostumbrada a luchar en formaciones cerradas. Los húngaros picoteaban como tábanos y los señores europeos no sabían como reaccionar. En un primer momento los jinetes magiares lanzaban ataques veloces y fulminantes contra el grueso de las tropas europeas, para rápidamente iniciar una retirada separándose en dos alas (simulando una desbandada). Las líneas enemigas, al creerse superiores, iniciaban una inútil persecución, se iban deshaciendo conforme avanzaban y crecía la ilusión de victoria. A una señal, los húngaros detenían la huida y volvían sobre las patas de sus caballos, cercaban al incauto enemigo con las dos alas y arrojaban sobre ellos una fuerte e intensa lluvia de flechas.


Los guerreros húngaros utilizaban el llamado arco reflejo, que imprimía mayor energía a las flechas, logrando lanzarlas con más potencia y a mayor distancia. Incluso se cuenta que los arqueros eran capaces de lanzar flechas hacia atrás mientras su montura cabalgaba hacia el frente.

Hábilmente atisban la ocasión conveniente y vencen a sus enemigos, no tanto con su espada y la fuerza militar sino por medio de la astucia, con ataques sorpresa e interrupciones en los abastos […] Su armamento es: espada, chaleco de cuero, arco y chuzo, de esta manera en la lucha la mayor parte de ellos utiliza dos tipos de armas, en sus hombros llevan un chuzo, en las manos sostienen un arco y utilizan uno u otro según la necesidad. En caso de ser perseguidos obtienen ventaja gracias a sus arcos. […] En la mayoría de los casos disfrutan con la lucha a distancia, la emboscada, el cerco al enemigo, la vuelta atrás fingida y la distribución en unidades militares dispersas.” León VI el Sabio: Táctica.

Estas correrías cumplían una doble función: obtener riquezas y aliviar las tensiones que comenzaban a surgir y fraguar en el seno de la sociedas magiar.

El nuevo territorio era muy diferente de sus inabarcables estepas, y no era apto para seguir practicando la tradicional ganadería trashumante. Durante el proceso de colonización, las tierras más fértiles y las praderas más ricas, pasaron a formar parte del patrimonio de los más poderosos. Esta apropiación trajo consigo el aumento de las diferencias económicas ya existentes. Mientras estre proceso de diferenciación social se iba enquistando en las bases de la sociedad magiar tradicionalmente nómada, los hombres libres, siguiendo con los valores tradicionales de una sociedad guerrera y una cultura del caballo, continuaron siendo guerreros de las estepas que se enriquecían mediante el saqueo y la obtención de valiosos botines.

El interés de la nación, o mejor dicho de los jefes más poderosos de la misma, exigía la pacificación, ya que frente a los dos imperios más poderosos (Romano Germánico y Bizantino) Hungría no tenía nada que hacer. Por otro lado las continuas correrías favorecieron fundamentalmente a la tribu del príncipe, ya que esta no participaba en las campañas militares y además había ocupado un lugar estratégico en la región central de la Cuenca de los Cárpatos, desde donde pudieron ocupar paulatinamente los territorios de otras tribus. De esta manera empezó la unificación territorial y la configuración de un nuevo reino, de la que fueron determinantes el príncipe Geza y el primer rey, Esteban I, descendientes de la familia Arpad.




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