jueves, 2 de octubre de 2014

EL REY DE FRANCIA, EL PAPADO DE AVIGNON Y EL OCASO DEL TEMPLE.



O lo que es lo mismo, Felipe IV de Francia "el Hermoso", Clemente V y Jacques de Molay. En 13090, en un contexto de disputas entre el Papado y poderosas facciones de la ciudad de Roma, Clemente V, anterior obispo de Burdeos, y aliado (tal vez amigo) del rey de Francia, decide trasladar la Corte Pontificia a la ciudad de Avignon. Durante años el Papado estuvo a merced de los intereses del rey de Francia. Felipe no tardó en asaltar las propiedades (y riquezas) que el Temple poseía en su reino, en una maniobra más de la ambiciosa estrategia seguida para consolidar un poderoso estado. Pero para acabar con el Temple necesitaba el apoyo papal, puesto que la Orden únicamente debía responder ante el sucesor de San Pedro. Por este motivo Felipe presionó a Clemente V, que no tuvo más remedio que decretar la disolución de los Caballeros Templarios en 1312. Según Alain Demurger, "el Temple fue la apuesta, el chivo expiatorio, en la partida que se jugaba entre el poder espiritual (el Papa) y los poderes temporales (las monarquías administrativas y territoriales)". Lo que no intuían ni el Santo Padre, ni el Monarca, que el final del Temple iba a convertirse en el suyo propio. Cuenta una leyenda, que cuando las llamas inquisitoriales comenzaban a devorar la carne de Jacques de Molay, el último Gran Maestre del Temple, con las pocas fuerzas que le quedaban convocó al Rey y al Papa, a comparecer, en el plazo máximo de un año, ante el Juicio de Dios. Molay murió el 18 de marzo de 1314. Clemente V el 20 de abril de 1314. Felipe IV el 29 de noviembre de ese mismo año. ¿Casualidad?.

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