Se descubrió la tumba del apóstol y toda la Europa cristiana comenzó a caminar hacia Occidente. Siglo XXI cada vez son más los peregrinos que llegan a Santiago. Pero una vez postrados ante el apóstol, algunos comprenden que ese no es el final, un impulso, difícil de explicar, les obliga a seguir caminando hacia la puesta de Sol. No lo saben (o tal vez sí) pero se dirigen hacia el Fin de la Tierra. Encontrarán el mar, y si han comprendido en que consiste la vida, se encontrarán (o reencontrarán) con ellos mismos.
Si olvidamos la escatología y el obsesivo culto a las reliquias de los cristianos, comprendemos que terminar a orillas del Océano, un camino que empezamos al otro lado de los Pirineos, es más lógico y satisfactorio. Y allí, sentado sobre la roca, cegado por el sol del ocaso, comenzar un nuevo camino.
Los últimos kilómetros del Camino corresponden con las tierras de Costa de Morte: Cee, Corcubión, Sardiñeiro, Fisterra, Lires y Muxía. Nuestros pies son nuestros guías, ellos nos mostrarán el camino.
Fueron los Titanes, en un lejano pasado olvidado por el tiempo, los que dieron forma a este litoral acantilado y recortado, la Costa da Morte, donde la roca se precipita vertiginosamente sobre el mar. Ese mar, que día a día, año a año, con paciencia y persistencia, desgasta sin piedad a la roca. Los titanes modelaron un paisaje imposible y un océano ingobernable. Y entonces llegaron los seres humanos que venían caminando desde Oriente. ¿O era desde el Sur? Talaron árboles, construyeron naves y se lanzaron al mar. Más tarde levantaron altas torres en los acantilados, donde encendían grandes hogueras durante las noches y los días de niebla, para guiar a los intrépidos marineros que domeñaban por igual oleaje y corrientes. No era una vida fácil, pero aquellas mujeres y aquellos hombres, decidieron que estas tierras serían su hogar.
Cuentan por ahí que desde tiempos remotos existió una ruta de peregrinación que tenía su origen en cualquier parte de la Vieja Europa, pero que concluía irremediablemente en el Finis Terrae. Esto no es más que romanticismo idílico y barato, cuando la realidad es que pisamos una tierra complicada y un mar imprevisible que se traga barquillas de pescadores o estampa contra los arrecifes poderosos galeones de guerra armados hasta los dientes. Los cañones nada pueden hacer frente las fuerzas invencibles de la Naturaleza. Algunas de las profesiones más duras y peligrosas que ha inventado el hombre, están relacionadas con estos mares bravíos, como el marinero de la armada, el ballenero y el percebeiro. Cuando salen a trabajar nunca están seguros de poder regresar a casa. Pero a pesar de un innegable carácter marinero, Costa da Morte, penetra en el interior a la búsqueda de dólmenes prehistóricos, castros celtas, petroglifos de difícil interpretación, pazos tradicionales, poblaciones pintorescas, montes legendarios, cascadas salvajes y carballeiras ancestrales.
Caminar es la mejor manera de conocer todas estas realidades, oler la tierra mojada después de la lluvia, bañarte en las frías aguas del Atlántico en cualquiera de sus playas, observar las aves en la ría de Lires, calentarse las tripas con un buen caldo, oír las gaviotas en el puerto de Corcubión, ver un amanecer desde lo alto de un acantilado, contemplar el mar de nubes, perderte engullido por las bruma del Océano, escuchar con entusiasmo las historias de los viejos del lugar , soñar con las leyendas que otros soñaron . . .
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