Hastein fue un capitán vikingo que vivió en el siglo IX. Hablando en plata, un pirata. Excelente comandante había participado en una atrevida incursión por el mar Mediterráneo y pasó parte de su vida saqueando Francia antes de lanzarse contra la Gran Bretaña. Penetró hasta el estuario del Támesis y construyó un fuerte al norte de Kent. Un niño campesino que por su arrojo y valentía consiguió auparse a la cima de la pirámide social por agallas y redaños. La ausencia de sangre real en sus venas le impidió convertirse en rey de su propio reino.
La descripción que nos han dejado los cronistas que lo vieron, conocieron y sufrieron casa a la perfección con la imagen del vikingo saquedor. Odo de San Quintin, un monje normando, escribió lo siguiente sobre él: “cruel y duro, destructivo, conflictivo, salvaje, feroz, malvado, impío e inconstante, descarado, presuntuoso y sin ley, mortífero, rudo, siempre alerta, rebelde, traidor y hacedor del mal”.


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