Cierras los ojos. Violines, violas y violenchelos comienzan a vibrar, te dejas llevar. Las cuerdas de la orquesta penentran en tí, arrastran la melancolía por la superficie de un lago congelado perdido en la inmensidad de la taiga nevada, apenas iluminado por los tímidos rayos del sol de Septentrión. Es un día de un otoño que languidece, que se resiste a seguir avanzando pero se siente irremediablemente atraido por el cercano e inevitable invierno. Música para amansar a la fiera que resiste agazapada en el interior de mis entrañas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario