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viernes, 17 de noviembre de 2017

TRASHUMANCIA

            

Cabras y ovejas marchan al son de cencerros, escoltadas por zagales y adultos curtidos, y vigiladas de cerca por perros pastores. Esforzados ganaderos, hijos de una estirpe de rudos caminantes, como los describió Antonio Machado, que cada cambio de estación recogen sus bártulos y se ponen en marcha. En verano hacia los frescos pastos de las cumbres, en invierno hacia los templados valles. La trashumancia es una actividad inherente al hombre mediterráneo.

            Tradicionalmente la trashumancia ha desempeñado un papel crucial en la vida y la economía de la Península Ibérica, y por extensión a toda la Europa mediterránea. Recordemos por ejemplo al pastor lusitano Viriato, a los ganaderos vettones que llenaron la Meseta con sus toscos verracos de piedra o a los esforzados miembros de las mestas medievales.

            No obstante la trashumancia no se circunscribe estrictamente a la zona mediterránea, pues se ha practicado en todo el sur del continente desde Aquitania hasta la llanura húngara y Valaquia. “En la totalidad de los Balcanes ha sido facilitada por la unificación turca: no era raro encontrar pastores valacos en el norte de Grecia”. (Max Derruau).

            Habitualmente las rutas, sendas, cañadas y cordeles utilizados por los rebaños de cabras, vacas y ovejas, venían definidos por las propias condiciones naturales del terreno.



            Al paso de los rebaños se producen los conflictos con los labriegos, como aquellas viejas películas de John Wayne, y con los grandes terratenientes. Para defender sus intereses económicos los ricos ganaderos se agruparon formando poderosas corporaciones, como el Honrado Concejo de la Mesta auspiciado por el rey Alfonso X en el Reino de Castilla.

            Gracias al apoyo monárquico y a la solidaridad dentro de la Mesta, la lana se convirtió en base de la riqueza de un importante sector de la nobleza castellana que obtenía pingües beneficios con la exportación del género a Flandes e Inglaterra. En otras regiones del sur de Europa, esta actividad contribuyó al desarrollo de manufacturas textiles como sucedió en Montpellier o Florencia.



            En Extremadura y en La Mancha fueron las Órdenes Militares las propietarias de pastos y de ganados, de tal manera que la Orden de Calatrava tenía en el Campo de Calatrava inmensos terrenos dedicados al pasturaje de los que obtenían enormes beneficios. 

jueves, 8 de junio de 2017

LA MULA DEL CUBO.



En el cubo superior de uno de los numerosos torreones que refuerzan la muralla de Ávila asoma la cabeza de un animalillo, ¿un cerdo?, ¿un toro?, ¿una mula?. Lo más probable es que se trate de uno de los típicos zoomorfos tallados por los artesanos vetones, que se incluye en la designada comúnmente como “Cultura de los Verracos”.


Cuando llegaron los romanos a esta durísima región de la Meseta, esta era la patria de los vetones, un pueblo de rudos pastores de ganado. El recuerdo de esta estirpe nos aguarda en cualquier rincón de la capital abulense.




domingo, 26 de febrero de 2017

PEQUEÑO VERRACO DE MUELAS DEL PAN.



Este pequeño zoomorfo (un toro quizás), que podemos adscribir a la cultura de los verracos, fue hallado en el castro vetón de San Esteban, en la localidad zamorana de Muelas del Pan.


La cabeza es el elemento morfológico que aparece más claramente delimitado, aunque no ha conservado las extremidades. En la actualidad se encuentra expuesto en el Museo Provincial de Zamora.



Muchas veces estas esculturas se han relacionado con el mundo funerario, y es que muchas han aparecido con inscripciones. Esta en concreta presenta una dedicatoria latina a Damunia.  

lunes, 23 de enero de 2017

TORREÓN DE LOS GUZMANES.



Palacios renacentistas con patios porticados, almenados y con fuertes torreones se encuentran diseminados por el interior del cerco amurallado de Ávila de los Caballeros. El más impresionante de todos, el de los Guzmanes, una edificación defensiva del siglo XVI.


El torreón de los Guzmanes y el palacio fueron levantados por el linaje nobiliario de los Mújica. Un patio central, porticado, articula todo el conjunto.



La historia cuenta que primero fue un torreón aislado con función de vigía. Más tarde fue ampliado y convertido en palacio señorial. Tan señorial es el edificio que en la actualidad es sede de la Diputación de Ávila.


A la entrada del torreón no espera otro de los símbolos de la historia y cultura abulense, un verraco vetón de gran tamaño, procedente de San Miguel de Serrezuela.


martes, 12 de abril de 2016

SALAMANCA, CENTRO INTELECTUAL DE LA HISPANIDAD.



Señora absoluta de una llanura ininterrumpida, tostada por el Sol, regada por el Tormes, compañero histórico y afluente del Duero. Universitaria y Renacentista, una urbe moderna que intenta resguardar su pasado medieval y aún su lejano origen vetón. Una urbe dinámica y siempre viva que hunde sus raíces en la protohistoria (signifique lo que signifique esa palabreja). Una Helmántica vettona (o vaccea, o sabe Dios de quién), conquistada por Aníbal, refundada por los romanos, prácticamene abandonada, resurgida al amparo de las conquistas leonesas y convertida en referente cultural universal a partir del siglo XIII. La universidad iguala a ricos y pobres, a patricios y plebeyos, el conocimiento nunca hizo distinciones de clases (y algunos por mucho que se empeñen nunca lograran adquirirlo). Dos catedrales que conviven en perfecta simbiosis y una Plaza Mayor de ida y vuelta, vertebran las calles donde podemos revivir las andanzas de Lázaro de Tormes y los amores trágicos de Calisto y Melibea, penetrar en el mundo del ocultismo, la hechicería y las artes mágicas de la mano de Celestina o el maléfico Marqués de Villena, empaparnos de la sapiencia de los doctos miembros de la Escuela de Salamanca o imaginar que asistimos a las clases magistrales de Fray Luis de León o Don Miguel de Unamuno, y maravillarnos con el arte del Renacimiento que une sin fisuras el gótico con el barroco.

La historia de Salamanca comienza en la protohistoria, un periodo impreciso que se extiende entre los límites difusos de prehistoria e historia, un tiempo en que vettones y vacceos ocupaban el territorio de la actual provincia de Salamanca.

Helmántica, identificada con Salamanca, aparece por vez primera en los anales de la historia cuando fue conquistada por el victorioso general cartaginés Aníbal Barca. Un siglo después de la Segunda Guerra Púnica, Salamanca entre definitivamente en la órbita romana cuando el general Décimo Junio Bruto, una vez derrotado Viriato, pacifica la zona de la Lusitania, comprendida entre el Tajo y el Duero, sometiendo a vettones y lusitanos. El puente de piedra que cruza el Tormes es el testimonio material del esplendor que vivió la ciudad bajo gobierno romano.


Desde época romana (y aún antes) Salamanca acoge a los viandantes (peregrinos, arrieros, pastores y comerciantes) que transitaban por centenares, por la inmemorial Vía de la Plata (transformada en la actualidad en cómoda autovía). Más allá de las murallas el toro vetón y el puente romano son vestigios pétreos del origen de Salamanca.

Con la desaparición del Imperio romano la Meseta quedó un tanto alejada de los centros de poder y de los circuitos comerciales, y en el 712 fue conquistada por los musulmanes. Poco o nada queda de aquella época en la ciudad, habría que levantar demasidad piedras y cavar muy hondo para encontrar los restos de la Salamanca islámica.


Ramiro II, rey de León, después de vencer a los musulmanes (con la colaboración de navarros y castellanos) en la batalla de Simancas (939) comenzó la repoblación y fortificación de algunas plazas en el Valle del Tormes, entre ellas Salamanca que debía presentar un aspecto de fortaleza que abandonó con los años. De esta forma, Salamanca quedó integrada, junto a Béjar, Alba de Tormes o Ledesma en una permeable línea defensiva. Una frontera que no pudo resistir la brutal acometida de Almanzor y sus huestes, que arrasaron la ciudad en el 981.

Tras la vorágine llegó el sosiego, y Alfonso VI la recuperó para el Reino de León (y para España). El trabajo repoblador de su yerno, Raimundo de Borgoña, la hizo recuperar bríos y la preparó para afrontar el futuro con garantías de éxito. En estos momentos comienza la historia medieval de la Salamanca cristiana. Cincuenta años más tarde se inicia la construcción de la Catedral Vieja.


En 1218 Alfonso IX de León, emulando a su primo Alfonso VIII de Castilla, fundó el Estudio General de Salamanca, base de la futura Universidad, reputado centro de escolástica medieval y del pensamiento renacentista en la época del Imperio Hispánico. Sus concurridas aulas han sido la meta de miles de estudiantes, los aplicados y los tunantes.


En Salamanca además se han tomado importantes decisiones en el ámbito de la política y de las relaciones internacionales. En 1381 se hace pública la Declaración de Salamanca, mediante la cual el Reino de Castilla reconoce obediencia al pontífice Clemente VII de Avignon, tras al Cisma de Occidente, y en el año 1505, Fernando el Católico, Juana I y Felipe el Hermoso firman el Tratado de Salamanca por el que acuerdan gobernar de forma conjunta los reinos de León y Castilla.


En el siglo XV los habitantes de Salamanca se dividieron en dos grupos o bandos enfrentados, apoyos y partidarios de sendas familias nobiliarias de rancio abolengo. Por culpa de este intestinal conflicto muchos vecinos vivían atemorizados y la ciudad no pudo prosperar durante un tiempo. La pacificación tuvo lugar en otoño del año 1476.


Durante el Medievo Salamanca apunta maneras, pero será a partir del Renacimiento cuando la ciudad de convierta en referente de la Hispanidad. Por sus calles, plazas y aulas discurrió la vida de fray Diego de Deza, uno de los principales valedores de Colón, y de sus viajes e ilusiones, y aquí los integrantes de la Escuela de Salamanca con Francisco de Vitoria a la cabeza, crearon un cuerpo doctrinal sobre derecho natural, internacional y teoría monetaria.

El pícaro y su maestro, no hay escuela mejor
que tropezar con gente que pretende aprovecharse de ti.
El gran Lope de Vega escribió de ella:
“La gran ciudad del mundo en nuestra España
que parece se miran las almenas
en el ameno Tormes que las baña
mirando con desprecio a las de Atenas”.


La Plaza Mayor, centro neurálgico y vertebrador de la urbe, barroca, diseñada por Alberto de Churriguera, adornada por efigies de reyes, auténtico hormiguero de gente, un ensordecedor murmullo que rompe el descanso hierático de la piedra. Como las venas y arterias que surten de sangre el corazón, las calles de Salamanca confluyen, en un movimiento de ida y vuelta en este espacio. Pese al paso del tiempo y el acontecer histórico, sigue cumpliendo a la perfección su función primigenia, ser un lugar de reunión social. Cuando el sol comienza a menguar, la plaza se sigue llenando de gente, niños y ancianos, salmantinos y turistas, erasmus y visitantes, y todos comparten sus vivencias.

Pasear por Salamanca es hacerlo por la historia viva de la arquitectura, edificios renacentistas con alma románica y construcciones góticas engalanadas con ornamentos barrocos... la casa de las Conchas, las dos Catedrales, los palacios, la Plaza Mayor, las torres señoriales, la Casa de las Muertes...como las mujeres, Salamanca te atrapa por su belleza....

...y al cabo nada importa...
Embaucan las añejas calles helmánticas, sus señeros edificios, su olor a libros y conocimientos, sus deliciosas tapas y su inigualable ambiente multicultural y polifacético.


domingo, 10 de abril de 2016

MARRANITA DE VILLALAZÁN



Expuesta en el Museo Provincial de Zamora, esta pequeña escultura, de medio metro escaso, fue hallada en el pago de El Alba, al construir el canal de San José cerca de Villalazán, al sur del Duero. El lugar en cuestión parece corresponder con algún punto de una antigua vía romana.


La tradición ha otorgado nombres propios a algunos ejemplares de esculturas zoomorfas vettonas, pero resulta extraño que este ejemplar fuese conocida como “marranita”, pues no existen evidencias visuales que hagan suponer que se trata de una hembra.


No obstante estamos ante una escultura ciertamente peculiar, pues está tallada en arenisca, y no en granito, que es el material más habitual usado por los vettones para esculpir sus verracos. Aunque le faltan las patas, los expertos parecen de acuerdo en catalogarlo como un verraco o jabalí.


Si lo comparamos (en tamaño) con los afamados Toros de Guisando, el de Villalazán no pasa de ser un lechón o cochinillo. Eso sí, esculpido con una delicadeza y profusión de detalles, ausente en la mayoría de las escultoras vettonas. ¿Pudo el mismo artesano, formado bajo los mismos patrones culturales, alumbrar ambas esculturas?.




sábado, 19 de marzo de 2016

LOS VERRACOS DEL MAN.



Un toro (procedente de Segovia) y un cerdo (originario de Avila) son los dos representantes de la llamada “Cultura de los Verracos” en el Museo Arqueológico Nacional.


La posición de los verracos en el museo dan la sensación de rebaño, de caminar en busca de pastos y abrevaderos. Apasionante misterio de las piedras.


El cerdo fechado entre los siglos III y I a.C.


El toro datado entre los siglos II y I a.C.


En la Iberia prerromana (y aún en la romana) se tallaron reses con profusión de detalles y esmero. Pero las que han trascendido son las toscas esculturas de la Meseta: verracos, cerdos y toros de granito. Estos verracons pacían en solitario en medio del bosque o en las orillas de los prados.


¿Pudieron estas figuras de piedra ser la representación de un dios? Puestos a lanzar hipótesis difíciles de demostrar, puede ser tan válida como cualquier otra. Es cierto que ahora mismo no recuerdo haber leído nada a este respecto, pero podría servir como punto de partida para una investigación. También podría ser explicada desde una supuesta multifuncionalidad de estas esculturas.


Seguimos elucubrando, e imaginamos una especie de reino o entidad estatal completamente ágrafa. Y los verracos serían el blasón de la estirpe dominante. Una aristocracia guerrera, señores del ganado, se sitúan en la cúspide de una pirámide correspondiente a una sociedad vetona en proceso de compejización, gracias a la propiedad de los rebaños y al control de caminos, pastos y ganados.


Al cabo poco o nada sabemos de la religiosidad, creencia y dioses de estas gentes que habitaban vetonia.




viernes, 19 de febrero de 2016

DE GANADOS Y ÓRDENES MILITARES EN EXTREMADURA.



Los verracos de granito que aparecen en Extremadura, al igual que en otras regiones meseteñas al sur del Duero, desempeñan el papel de iconos imperecederos de una actividad milenaria: la ganadería. El mundo moderno y globalizado nos ha vuelto amnésicos, y hemos olvidado nuestro pasado. Un tiempo en que luchábamos codo con codo con la tierra para conseguir nuestro sustento diario.

Enormes rebaños recorriendo las cañadas extremeñas, millares de pezuñas levantan una gigantesca nube de polvo y arena, conducidos por esforzados pastores hijos de una estirpe de rudos caminantes, como los describiera Antonio Machado allá por el '98.

Históricamente la ganadería es una actividad económica que se adapta, más bien que mal, a la situación de inestabilidad y constante amenaza en la que se vivía en los territorios de frontera entre moros y cristianos durante la Edad Media (tan lejana como desconocida).

Los ganaderos de las mestas fueron secularmente sustituyendo a los primitivos pastores vettones (artífices de los toscos verracos de piedra) y aunque los tiempos fueron auspiciando algunos cambios, en esencia la dureza de la vida pastorial apenas había sufrido modificaciones: el sol, el frío, el polvo y la ventisca continuaban siendo los inseparables compañeros de fatiga.

Las órdenes militares asentadas en la región extremeña, el Temple, los santiaguistas que nacen al amparo de la defensa de la ciudad de Badajoz y la autóctona Orden de Alcántara, basaban parte de su riqueza económica en las cabañas ganaderas. Precisamente entre las posesiones físicas de las encomiendas templarias estudiadas ocupan un lugar destacado las dehesas destinadas (prácticamente) en su totalidad al albergue de ganados trashumantes. Para que esta actividad resulte posible y rentable era necesario defender los pastos y vigilar los caminos (cañadas y cordeles) y de ello se encagarían los freires y la milicia templaria. Si hacemos caso de las noticias sobre el elevado tránsito de ganado por estas tierras y el conocimiento de las rentas recibidas, es posible afirmar que la ganadería trashumante se convierte en el principal activo económico para la Orden del Temple en Extremadura, en especial en las tierras de la Baja Extremadura. Los numerosos castillos y torreones que salpican la geografia extremeña pudieron estar vinculados a la vigilancia y defensa de pastos, cañadas y rebaños.


sábado, 9 de enero de 2016

¿TRASHUMANCIA PROTOHISTÓRICA?



Entre el año 190 a.C. y 181 a.C., según nos informan Polibio y Tito Livio entre otros, y en años anteriores a la guerra abierta de Viriato contra Roma, se producen movimientos anuales de lusitanos, acompañados ocasionalmente por vetones, desde las agrestes zonas montañosas de la Mesopotamia extremeña hasta las fértiles llanuras andaluzas. Tradicionalmente estas expediciones se han venido explicando desde el punto de vista de un bandolerismo institucionalizado entre estos pueblos. La pobreza, las naturaleza agresiva de estas gentes y la aridez de las tierras han servido para entender este fenómeno. En los últimos tiempos se ha propuesto una hipótesis alternativa, y más complementaria que absoluta (y excluyente); la práctica de la trashumancia.

Jesús Sánchez Corriendo expuso en un artículo “¿Bandidos Lusitanos o Pastores Trashumantes?” (H. Ant. XXII. 1997) esta interesante hipótesis, según la cual, esos movimientos de lusitanos y vetones, junto a sus rebaños y familias, respondían a la necesidad de buscar pastos invernales para apacentar al ganado. Por supuesto estos grupos de población iban armados, con la intención legítima de proteger sus ganados. La consecuencia inmediata de muchos de estos desplazamientos, era el choque armado con el gobernador provincial de turno. De estos combates nos informan puntualmente las fuentes escritas de la época. “En realidad, las gentes de las regiones más arriba del Anas y del Tajo debían acercarse todos los años al sur en busca de pastizales donde apacentar a sus ganados en invierno, lejos del frío de la Meseta. Si nadie les impedía el paso hacia unas tierras a las que les llevaba la costumbre, adquirida por prácticas tradicionales, no se producirían enfrentamientos armados, y los desordenes se limitarían, en todo caso, a los habituales choques de intereses con los agricultores. Sin embargo esta práctica seminómada creaba problemas a los gobernadores romanos porque suponía la entrada de grupos de población ajenos al poder militar, que desestabilizaban la provincia al quebrar las fronteras, y llevaban a cabo una actividad económica que escapaba al control de los nuevos dueños de la región. Por eso se les atacaba en cuanto había oportunidad, y se les calificaba como bandidos, gentes de fuera de la ley”.

Para Sánchez Corriendo existía además, una relación entre esta práctica ganadera y las llamadas estelas del suroeste. “Creemos que la relación estelas-tierras de pastos- caminos de ganado es evidente. La funcionalidad de las estelas como anunciadoras de la presencia próxima de los prados y como delimitadoras de las comarcas donde se podía aprovechar el pasto, introduce un nuevo elemento a considerar en la presente investigación sobre la ganadería trashumante en la Antigüedad: las estelas marcarían las áreas en que los pastores y sus rebaños podían instalarse para pasar el invierno, sirviéndose de los pastos que allí había”. Debemos suponer por tanto la práctica de acuerdos y pactos mutuos, basados en algún tipo de ley no escrita, para el aprovechamiento, más o menos comunal, de dichos pastos, por pueblos de diferente procedencia.


Según este último apunte ¿podemos atribuir una función similar a los famosos verracos vetones?.


Quizás nunca podamos afirmar a ciencia cierta la existencia de una trashumancia a gran escala para esta época tan temprana, pero la intuición más que la erudición nos llevan a concebir las vías históricas (como la Vía de la Plata) como inmemoriales cañadas para el ganado. 

lunes, 6 de julio de 2015

CASTILLO DE BAYUELA.



Castillo de Bayuela es uno de esos lugares a los que no se puede llegar por casualidad, es necesaria la voluntad y la intención de visita. En mi caso, la motivación fueron los verracos de granito, que pastan tranquilamente en un jardín en medio de una plazoleta que también cumple función de rotonda.

La población, tranquila y sosegada bajo el Sol de mediodía, el invierno aquí debe ser terribel, enclavado en un recóndito paraje de la comarca de San Vicente, en la provincia de Toledo, muy cerca del límite con Ávila, inmemorial tierra de Vettones.



Un enclave habitado desde el Paleolítico, la población se fue desarrollando a partir de la Edad Media con el título de villa otorgado por Enrique III "el Doliente". Lo más atractivo, además de los verracos que motivaron mi visita y las ruinas del castillo que dió origen al pueblo, es el ayuntamiento y frente a él, el Rollo de la Justicia, labrado en estilo gótico, con el escudo del poderoso linaje de los Mendoza y conocido como "el Rey de los Rollos".  

domingo, 31 de mayo de 2015

RECINTO AMURALLADO DE RADA.



Resulta extremadamente complicado hacer desaparecer una ciudad de la faz de la tierra. El fuego y la artillería pueden barrer parapetos e incendiar techumbres, espadas y fusiles abonan la tierra con los cuerpos de sus habitantes, los cronistas e historiadores borran sus nombres de los libros y los registros; pero las piedras siguen en pie. Algo así debió ocurrir con Rada, fue arrasada, pero sus ruinas siguen ahí, recitando una letanía que el viento arrastra, cruzando impertérrita los campos y páramos de la Ribera navarra.


Sobre un aislado y solitario cerro, a 341 metros de altura, Rada, una villa de 12.500 metros cuadrados, desempeñó un destacado papel estratégico en el entramado defensivo meridional del Reino Medieval de Navarra. Desde el lugar donde se levantaba el torreón se domina una extensa llanura, inabarcable de una sola mirada, y es posible divisar numerosos enclaves: Caparroso, Olite, Ujué, Tafalla, Santacara y las Bárdenas Reales.


Situados ya en época plenamente cristiana, en una fecha próxima al siglo XI, existe registro documental de una atalaya defensiva, frente a la sempiterna amenaza musulmana. Llegado el siglo XIII el problema ya no era el Islam, sino dos molestos (y ambiciosos) vecinos, Castilla y Aragón. Y en estas circunstancias Rada fue consolidando su ventajosa posición.


Poco a poco, sin estridencias ni precipitaciones impropias de la evolución histórica, un destacado núcleo de población se fue desarrollando en el interior del recinto delimitado por murallas, aunque también existían viviendas diseminadas por el cerro. Una modesta comunidad que ocupaba más de setenta viviendas, se organizaban alrededor de una pequeña iglesia románica del siglo XI, y un cementerio de reducidas dimensiones.


Rada era un señorío laico, cuya autoridad era ejercida por un señor, primeramente del linaje de los Rada y después los Mauleón. En los complicados equilibrios de poder, el monarca, siempre receloso de los nobles, debía intentar por todos los medios, asegurarse su lealtad.


En los años finales del siglo XIII, villa y castillo fueron incorporados por la corona, en virtud de una acuerdo alcanzado con Enrique I. En 1307 el rey Luis Hutin cedio el castillo y la villa a Ojer de Mauleón (a cambio del castillo de Mauleón) permaneciendo Rada unida a este linaje hasta su trágico final.


El rey debía velar, en última instancia, por la defensa de su reino, aunque fuese de manera indirecta. A lo largo del siglo XIV el pequeño castillo sufrió tal deterioro, que en 1364 Carlos II, tuvo que destinar una importante partida económica para su reparación y puesta a punto.

Durante el siglo XV, Navarra vivió convulsionada por las tensas relaciones con la Corona de Castilla, y sobretodo por el estallido de una guerra civil a la muerte de la Reina Blanca. El motivo, la cuestión sucesoria. Los beaumonteses apoyaban a Carlos, Príncipe de Viana, como candidato al trono, mientras que los agramonteses, eran partidarios de su padre, Juan II.

Rada decidió apoyar al bando perdedor. En 1455 por orden de Juan II, el caudillo agramontés, Mosén Martín de Peralta puso cerco, asedió, conquistó y arrasó la ciudad, no dejando piedra sobre piedra, y entregándola al fuego y al saqueo. Solo se salvó la iglesia de San Nicolás. El viento, las lluvias y las tormentas hicieron el resto.


En 1462, Carlos murió de tuberculosis (o envenenado) y el rey Juan ablandó su corazón y decidió mostrarse magnánimo, perdonando a sus partidarios. Eso sí, no pudo resucitar a los que habían muerto. Concedió licencia a los habitantes de Rada para que pudiesen recuperar sus heredades. Fue un intento infructuoso, Rada agonizaba y se había abandonado a una muerte segura. La reconstrucción del poblado se hizo imposible, continuamente frenada por la propia corona, legando a la posteridad un enclave para la fantasía y la pesadilla.

En 1492, un año de gran relevancia para la España Invertebrada, Tristán de Mauleón, señor de Rada en el momento, vendió el desolado, que permaneció olvidado y descarnado en manos privadas, que nunca tuvieron claro que hacer con él. Quizás los fantasmas del pasado impidieron cualquier actuación. En 1981, cuando soplaban vientos de cambio en España - cuarenta años más tarde que en Europa Occidental - fue donado al gobierno de Navarra, que proyectó su recuperación y puesta en valor, comenzando las campañas de excavación en 1984.



En el lado oriental del recinto se ubica la única puerta identificada, de la que se conservan cuatro sillares perfectamente tallados. En el exterior es posible distinguir tres escalones que comunicarían el camino de acceso a Rada con la puerta de entrada que conduce a la calle de la Ermita.


Muy posiblemente habría otra puerta en el lado norte, coincidiendo con el acceso actual al yacimiento, que comunicaría el exterior directamente con la principal vía del poblado.



Todas las ciudades, de cualquier época, tienen una vía principal, en Rada se conoce como la Calle de la Ermita, y pudo actuar como eje vertebrador de la actividad de la población, pues cruza el asentamiento longitudinalmente y además tiene intersecciones con el resto de calles.


Cuatro calles estrechas (2 -3 metros) estructuran el área de habitabilidad en el interior del recinto, y en torno a ellas se van distribuyendo los edificios del poblado, que serían bastante humildes. Eran casas de dos plantas, de piedra, con los suelos de tierra batida mezclada con cal y cubiertas de madera, ramas y tejas.


La iglesia, más bien de ermita, de San Nicolás, es un coqueto edificio románico del siglo XI con espadaña, construido con gruesos sillares. Posee dos entradas, que permiten penetrar a un interior sobriamente decorado, en el que se distingue una planta rectangular de una nave de tres tramos que culmina en ábside semicircular.


Los poderes comparten espacio, para vigilarse muy de cerca, de tal forma que la Casa del Tenente, se ubica junto a la Iglesia. Es un auténtico complejo constructivo formado por seis habitaciones, cinco de los cuales están comunicadas entre sí. Se trata de una construcción diferente al resto, con unos 270 metros de superficie y con un único acceso a la Calle de la Ermita.

Su situación estratégica, entre la iglesia y la entrada oriental, en la esquina donde convergen las dos calles más importantes, y la protección que le prestan la iglesia, las murallas y un tramo del edificio, hacen suponer que se trata de la casa del Tenente o Gobernador, representante del rey en esta zona.


Justo en la esquina, una estancia independiente de las demás, con acceso propio, que ha sido interpretada como un puesto de guarida, desde el que era posible controlar ambas calles, e incluso yendo un poco más allá, la entrada misma al cerco.


Junto a la iglesia, en el lado sur, se sitúa la necrópolis, la ciudad de los muertos. Recuerdo de una época en que no era necesario sacar a los muertos de la ciudad de los vivos. Durante las excavaciones arqueológicas se han exhumado unos ochenta individuos, entre niños, jóvenes y adultos.

La mayoría de estos enterramientos no presentan ajuar, salvo alguna anilla, un puñal y una hebilla de cinturón. Por otro lado existe una gran variedad tipológica de enterramientos, individuales que conservan posición anatómica, otros a los que se han añadido restos de otros individuos, enterramientos dobles, fosas utilizadas como osarios.


Brilla el sol, pero hace frío mientras paseamos por las derruidas calles de Rada y encontramos las ruinas de una vivienda de dos pisos y planta rectangular, reconstruida con muros de mampostería en la parte inferior. La puerta de entrada se abre a la Calle de la Ermita, y el suelo de la vivienda estaba formado por roca caliza cubierta por una capa de tierra batida.


En el interior se ha localizado el resto de un hogar y de una columna central que sustentaba el segundo piso, la que se accedía por una escalera de obra. El segundo piso se construía con madera y solía ser el dormitorio familiar.


En la zona oeste del poblado nos encontramos con un abigarrado grupo de viviendas que se abren a la calle, formando una línea quebrada.


Imprescindible para el abastecimiento de agua de los habitantes del poblado, el aljibe es una enorme cisterna donde se almacena el grupo de lluvia. El aljibe de Rada, excavado en la roca, y con una profundidad de 3'5 metros, tiene una capacidad de cien metros cúbicos. La parte superior está construida con hileras de sillares y este depósito debía ser comunal y se destinaba al consumo y suministro de toda la población y de los animales. Era la única forma de proveer de agua al poblado.


El donjón o torreón es el más destacado de los paramentos defensivos de Rada. Presenta planta circular y conserva tres metros y medio de altura, aunque se calcula que bien pudo alcanzar los quince metros. Un foso rodea uno de los flancos acentuando su carácter defensivo y aislándola del resto de la fortificación.


Concebida como una torre almenara, aislada del resto de la fortificación por un foso, cumplía funciones de defensa y vigilancia. Desde esta torre era posible comunicare mediante señales luminosas o de humo con otras torres, o lugares visibles como Ujué, Peralta o Marcilla, cubriendo con eficacia la línea defensiva del acceso a Pamplona desde el sur.


Otra hipótesis lo identifica con un donjón, con función claramente defensiva, que se convertiría, cuando las circunstancias obligasen a ello, en último refugio y reducto de resistencia en caso de ataque. El acceso se situaba a media altura y no presenta unidad residencial, sino que estaba destinado a uso de guarnición y arsenal.



La muralla que protege y delimita la ciudad medieval, se asienta en el borde de una plataforma caliza que cubre el cerro donde se asienta Rada. Únicamente se mantiene en pie un lienzo de la muralla con dirección N-S, de unos cien metros de longitud, y que presenta restos de dos bestorres, a saber, torres abiertas por la gola que apenas sobresalen en el exterior. En esta parte, precisamente la más accesible del cerro, la muralla tendría al menos tres plantas de altura.


Existen determinados lugares que se resisten a morir, a pesar de flotar a la deriva arrastrados por la corriente, al igual que sucede con algunas personas. El Desolado de Rada es sin duda alguna, uno de esos lugares. Consciente de la brevedad engañosa de la vida, que diría Góngora, el Ser Humano lleva toda su existencia (como especie) intentando guardar su pasado, contar su historia, alcanzar la eternidad y trascender en el tiempo a través de la piedra. La piedra ha demostrado ser más veraz, certera e invulnerable que la propia historia escrita y la tradición oral. Cuevas, dólmenes, menhires, pirámides, iglesias, y castillos están ahí. Habría que sumarles las modernas estructuras de hormigón y acero. Pero creo que no es lo mismo, me parece que el hormigón armado no transmite las mismas sensaciones que la piedra, debido quizá a ser menos erosionable, más inmutable y carente de personalidad. Entonces !horror¡, dejamos de utilizar la piedra, la sustituimos por la fibra, el plástico y el hormigón. ¿Significa esto el fin de la historia? ¿Hablarán de nosotros en el futuro como la Edad sin Historia? ¿Pueden los bits conservar la memoria de nuestra historia de igual manera que lo hacen las piedras? Existían megalitos, petroglifos y pinturas rupestres hace varios milenios, ¿habrá ordenadores dentro de 20.000 años?. El ser humano abandonó la senda de la Naturaleza, y más temprano que tarde, pagará su error. Menhir, dolmen, venus, verracos, esculturas, ermitas, castillos, iglesias, pallozas, castros, bancos, adoquines, bifaces, mampostería....siempre buscamos piedras para conocer la historia de nuestros ancestros, que nunca olvidemos es la nuestra misma, ¿qué buscarán en el futuro para conocer nuestro mundo?...ipods, tablets, ordenadores, teléfonos...en nuestra sociedad de lo efímero, también nosotros nos hemos vuelto de tal condición. Posiblmente nadie entienda mis palabras en su sentido más amplio y profundo, salvo las mentes más inquietas, los espíritus más críticos e inconformistas, y algún que otro personaje avispado e inteligente, pero me parece que en la era de internet, el ser humano está desarrollando una velocidad vital antinatural y unos patrones de comportamiento antivitales. Y las consecuencias las vamos a pagar.


Hasta los fantasmas hace tiempo que abandonaron este descampado, pero las piedras, siempre las piedras, continúan ahí, guardando la memoria, celosas de las Historia. Y cuando el último navarro olvide el nombre de Rada, ellas permanecerán en el cerro, amnésicas, pero vivas.




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