Llegamos una tarde de finales
del mes de junio, nuestro destino final era Navarra, y Alfaro era un
sitio propicio para descansar y pasar una noche. De la ciudad lo que
más nos llamó la atención es su maravillosa colonia de cigüeñas.
Sus edificios barrocos parecen enteramente inspirados en el mudéjar
de la región.
La ciudad de las cigüeñas es
puerta de La Rioja para aquellos que llegan desde el Este. Una ciudad
marcada por el paso del río Ebro y la riqueza natural que ofrecen
sus aguas, un entorno natural, hábitat de una gran colonia de
cigüeñas y de otras aves vinculadas con los entornos húmedos.
La colonia de cigüeñas, que
tuvo su origen en las cubiertas de la colegiata barroca, se ha
extendido a otros lugares situados en las alturas: tejados, torretas
y salientes. La Naturaleza, viva y dinámica, compartiendo estampa
con el arte y la arquitectura humanas.
Alfaro está enclavado en el
Valle del Ebro, en la frontera histórica entre el Reino de Navarra y
el de Castilla, y próxima también al Reino de Aragón. Por ese
motivo, sus tierras han sido disputadas en numerosas ocasiones.
La vieja Gracurris, es un
laberinto de callejuelas empinadas, de elegantes casas de dos
plantas. En la planta baja era tradición abrir tiendas y talleres,
hoy son cocheras y trasteros. La segunda planta, hoy como ayer, es el
lugar de habitación.
A orillas del río Alhama,
afluente del grandioso Ebro, el Ninfeo, es recuerdo material del
pasado romano de Alfaro. El primer asentamiento, de la Primera Edad
del Hierro (mediados del siglo VII a.C.) si situaba en las Eras de
San Martín. En este lugar, en el año 179 a.C., los romanos fundaron
la ciudad de Gracurris, convertida en municipio en tiempos del
emperador Tiberio.

Más tarde, durante la Edad
Media, es mencionada en la Historia del Cid, con motivo de la entrada
del Campeador en La Rioja procedente de Zaragoza en 1094. Desde el
punto de vista político el esplendor de Alfaro se produce durante el
reinado del rey Alfonso VII el Emperador que concede a la ciudad el
título de Noble. En 1253 Alfonso X adjudicó a las iglesias de la
villa el privilegio de liberar a los abades de la obligación de
pagar moneda. En el siglo XV el rey Juan II permitió la extracción
de sal de Navarra y venderla libremente. Ese mismo rey, en 1424,
otorgó a la villa la merced de no ser separada de la Corona. En 1626
Felipe IV le concedió el rango de Muy Leal Ciudad.
Por las calles de Alfaro
transita la ruta del Ebro del Camino de Santiago. Se unirá con el
ramal francés en Logroño.
La Colegiata de San Miguel, con
una superficie en planta de 2000 m2 es uno de los mayores
templos de toda La Rioja. Una joya del barroco aragonés, construida
en ladrillo rojo y con una espectacular portada rematada por dos
torres de cincuenta metros divididas en cuatro cuerpos.
Pero si algo destaca en el
paisaje de Alfaro son sus cigüeñas, que han formado una nutrida
colonia formada, aproximadamente, por 700 individuos, que han
construido su hogar sobre las cubiertas de la Colegiata.
El 3 de febrero se celebra en
la localidad el Día de la Cigüeña. Como reza el refrán “Por San
Blas, la cigüeña verás”. Ese día las pastelerías de Alfaro
hornean sus roscos para ser bendecidos por el santo y aliviar los
males de garganta. Otra fiesta peculiar se celebra el Domingo de
Resurrección, la Quema de Judas, en la que se prende fuego a un
pelele del apóstol traidor. Luego comilona en el campo a base de
tortillas rellenas de espárragos, ajetes, setas, chorizo . . .
La Rioja, tierra de viñedos y
de cigüeñas. Y sobre todo en verano, de peregrinos xacobeos. El sol
cae poco a poco por detrás del horizonte, pero antes del ocaso, las
cigüeñas aprovechan las últimas luces del día para seguir
alimentando a su prole. Son sus grandes nidos el principal reclamo y
a la vez, patrimonio de Alfaro.