Su techumbre
era de oro y grueso cristal, lo mismo que sus muros; sus tejas eran
de oro y plata. En el centro tenía un estanque lleno de mercurio y a
cada lado del salón se abrían ocho puertas, formadas por arcos de
marfil y ébano que reposaban sobre columnas de cristal coloreado
(…).
Cuando
Al-Nasir (el califa) quería asustar a los presentes o recibía la
visita de algún embajador, hacía un gesto a sus esclavos y éstos
removían ese mercurio, con lo que el salón se llenaba de
sobrecogedores fulgores, semejantes al resplandor del rayo, creando a
los que allí se hallaban la impresión de que el salón giraba en el
aire mientras el mercurio seguía en movimiento.
Al-Zuhri:
Geografía, 1137.
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