En otros tiempos, mucho antes de que nacieran los cardiólogos y los letristas de boleros, las revistas del corazón bien pudieron llamarse revistas del hígado.
El hígado era el centro de todo.
Según la tradición china, el hígado era el lugar donde el alma dormía y soñaba. En Egipto, la custodia del hígado estaba a cargo de Amset, hijo del dios Horus, y en Roma quien se ocupaba de cuidarlo era nada menos que Júpiter, el padre de los dioses. Los etruscos leían el destino en el hígado de los animales que sacrificaban.
Según la tradición griega, Prometeo robó para nosotros, los humanos, el fuego de los dioses. Y Zeus, el mandamás del Olimpo, lo castigó encadenándolo a una roca, donde un buitre le comía el hígado cada día. No el corazón: el hígado. Pero cada día el hígado de Prometeo renacía, y ésa era la prueba de su inmortalidad.
Eduardo Galeano.
Espejos.
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