Estamos ante una de las civilizaciones de la antigüedad que más
tarde ha entrado en la historia, pues durante siglos se ignoraba no
solo su grandeza, sino incluso su propia existencia.
Su origen hay que relacionarlo con grupos indoeuropeos que llegaron
hasta Anatolia. Más que ningún otro estado de la región próximo
oriental, el Hitita fue una gran organización económica, favorecida
por su situación de puente entre Asia y Europa, la riqueza minera
del territorio donde se asentaba.
El reino antiguo (1750 – 1500 a.C.) fue fundado por Labarna, que
ubicó su capital en Hattusas. Sus sucesores Hattusil y Mursil,
extienden su poder e influencia, siendo Telepinu quien cierra este
primer periodo de grandeza.
El imperio hitita fue obra de Suppiluliuma, seguido por Muwatali que
se enfrenta al faraón Ramsés II en la célebre batalla de Kadesh
(de incierto resultado), y consigue estrangular las relaciones entre
Mesopotamia y Egipto. Todo ese poder se desintegra con la llegada de
los misteriosos pueblos del mar.
Más tarde las ciudades neo-hititas, fundadas en el norte de Siria,
aisladas entre sí, no pudieron unirse nunca.
Al frente del imperio se encontraba el rey, elegido por el dios
(¿estamos ante una teocracia?), y con atribuciones judiciales,
religiosas y militares, y una serie de estados aliados o vasallos que
formaban una federación. La reina ocupaba un lugar preeminente, ni a
la muerte del rey ella dejaba de reinar. Además ejercía funciones
religiosas y diplomáticas.
La base de la sociedad era la familia monógama. En la cúspide
estaba la familia real, le seguía la nobleza, a veces eran los
gobernadores de las provincias con competencias civiles, religiosas y
militares. La mayoría de la población eran campesinos libres.
Pastores y artesanos no estaban muy bien considerados.
La agricultura estaba supeditada al medio físico, mientras que la
ganadería, caprina, ovina y bovina disponían de buenos pastos.
Entre los hititas destaca la ganadería caballar debido a su utilidad
militar. En el terreno marcial jugaban un destacado rol los carros de
combate y armas de hierro. Precisamente la metalurgia del hierro era
la actividad artesanal más dinámica.
Los hititas se convirtieron en una auténtica potencia comercial,
gracias al control de los metales de la zona, el comercio era la base
del poder hitita y para mantenerlo era necesario un poderoso y
preparado ejército.
Los arquitectos hititas destacaron en las construcciones defensivas,
como la fortificación de Hattusas y religiosas como el Santuario de
Yazilikaya. También desarrollaron una novedosa legislación, en la
que van sustituyendo la pena de muerte y los castigos físicos por la
restitución o multas económicas.
El Pueblo de los Mil Dioses; veneraban a multitud de deidades de las
más variadas procedencias: Sumer, Babilonia, Asiria, Hurritas... la
diosa del Sol Wurusemy, y su esposo el dios de la tempestad Taru O
Teshub, eran los más destacados del Panteón.
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