84 Escipión es elegido cónsul y parte
hacia Iberia.
En Roma, el pueblo,
cansado ya de la guerra contra los numantinos, que se alargaba y les
resultaba mucho más difícil de lo que esperaban, eligió a Cornelio
Escipión, el conquistador de Cartago, para desempeñar de nuevo el
consulado, en la idea de que era el único capaz de vencer a los
numantinos. Éste también en la presente ocasión tenía menos edad
de la establecida por la ley para acceder al consulado, por
consiguiente el senado, una vez más, como cuando fue elegido este
mismo Escipión contra los cartagineses, decretó que los tribunos de
la plebe dejaran en suspenso la ley referente a la edad y la pusieran
de nuevo en vigor al año siguiente. De esta manera Escipión, cónsul
por segunda vez, se apresuró contra Numancia. Él no formó ningún
ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio
militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había
gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del
senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado
algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y
a quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una
compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos,
que en total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su
sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para
unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de
ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que
jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus
hombres a la disciplina más férrea.
85 Restauración de la disciplina en el
ejército.
Nada más llegar, expulsó
a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y
sacrifica dores, a quienes los soldados, atemorizados a causa de las
derrotas, consultaban continuamente. Asimismo les prohibió llevar en
el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrificiales
con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos
todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que
contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se
quedaran. A nadie le fue autorizado tener utensilios para su vida
cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una sola
taza. Les limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió
que tuvieran camas y él fue el primero en descansar sobre un lecho
de yerba. Impidió también que cabalgaran sobre mulas cuando iban de
marcha, pues: «¿Qué se puede esperar, en la guerra —dijo— de
un hombre que es incapaz de ir a pie?». Tuvieron que lavarse y
untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión
que únicamente las muías, al carecer de manos, tenían necesidad de
quienes las frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a
todos en conjunto y también los acostumbró a que lo respetaran y
temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de otorgar
favores y, de modo especial, en aquellos que iban contra las
ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales
austeros y estrictos en la observancia de la ley eran útiles para
sus propios hombres, mientras que los dúctiles y amigos de regalos
lo eran para sus enemigos, pues, decía, los soldados de estos
últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los de los
primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y
están dispuestos a todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario