Este sultán turco de
talle alto, largos brazos y poblado bigotee, que aspiraba a
convertirse en un nuevo Alejandro Magno, conquistador universal y
soberano de todo el orbe, alcanzó el poder tras encabezar una fuerte
oposición y derrocar a su propio padre, Bayaceto II. Comparado con
Napoleón Bonaparte, por su marcialidad y austeridad, Selim I se
rebeló con un gran gobernante, e indómito conquistador, que
mostraba poco interés por la vida amancebada del harén,
prefiriendo la caza y la batalla como buen hombre de acción que era.
Sus acciones llevaron a Turquía a su máximo apogeo político.
Sus campañas militares
resultaron insultantes. Conquistó Persia, Palestina y el Egipto
mameluco, del que dependía Arabia, convirtiéndose por tanto, en
protector de las ciudades santas de Medina y La Meca. Para asegurar
el poder del sultán, evitar trifulcas internas y evitarse
enquistados problemas, introdujo una práctica terrible; el asesinato
de todos sus hermanos al subir al trono.
“Yo, el jefe soberano
de los osmanlíes, héroe de los héroes, con la fuerza y el poder de
Feridun, la majestad de Alejandro el Grande y la justicia y la
demencia de Cosroes. Yo, el exterminador de los idólatras, el
destructor de los herejes, el terror de los tiranos y de los
faraones”.
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