Robine era la esposa de
Étienne, un constructor de Bellecombe (Francia). La buena mujer
apagaba los fuegos uterinos con un sacerdote de la localidad. Un día
estaba en todo el meollo y fueron sorprendidos por un joven
monaguillo que había bajado al sótano a buscar vino para la
consagración.
Robine dijo a su amante: “Si
no lo matas estamos perdidos”. El sacerdote propinó una
cuchillada. El chico murió una semana más tarde por culpa de dos
seres viles.
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