Enrique, rey
por la gracia de Dios, llegó con su amada esposa Cunegunda a la
iglesia de San Pedro [en Roma], donde les esperaba el papa.
Este le
preguntó si aceptaría ser el jefe y fiel defensor de la Iglesia
romana y testimoniarle su fidelidad a él y a sus sucesores.
Enrique
aceptó y recibió la unción con los sagrados óleos y la corona de
emperador de manos del Santo Padre. El mismo día, el papa les invitó
a una copiosa comida para celebrar el acontecimiento.
Thietmar de
Merseburg, Crónica, siglo XI.