Un
castillo ideal, o más bien idealizado. Resulta complicado rastrear
su pasado medieval, no obstante es una joya arquitectónica.
Su
origen es una torre defensiva del siglo X, cuyo nombre en euskera era
Esabierre, que arranca prácticamente de la roca viva, en una
estratégica posición entre los Reinos de Navarra y de Aragón. Con
el tiempo el recinto fue ampliado, y en el siglo XIV ya había
adquirido las dimensiones, la estructura y la planta de un verdadero
castillo.
En
un primer momento desde la atalaya los moros vigilaban a los
cristianos, y después los cristianos a los moros, el caso era que en
ningún momento pudo gozar de sosiego y tranquilidad.
El
infante de Aragón, Fernando, entregó la fortaleza al rey navarro
Sancho VII el Fuerte, en el año 1228 como garantía de un préstamo
que no se devolvió, y por tanto el castillo quedó incorporado de
forma definitiva a Navarra. Más tarde, Teobaldo I encomendó la
plaza a Adán de Sada, de cuya familia pasó a los Azpilicueta y los
Jaso.
En
1516 fue parcialmente destruido por orden del Cardenal Cisneros,
debido al apoyo que sus dueños ofrecieron a don Juan III de Albret
en su dura pugna con Fernando el Católico.
Entre
sus paredes nació - 1506 - y vivió parte de su infancia San
Francisco Javier, hijo de Juan de Jaso y María de Azpilicueta,
viajero, evangelizador de lejanas tierras y copatrón de Navarra. Adosada al castillo aparece la basílica y la cripta del Santo, un lugar de peregrinación "las javieradas".